PLáSTICA › LAS REFLEXIONES INTROSPECTIVAS

Autotexto retrospectivo

Por Luis Pereyra *

No estación. Los primeros esbozos, las búsquedas del garabato al retrato. Los dibujos de mamá. Los dibujos escolares, los dibujos en los márgenes, en las cartas, en los papeles comunes, los tamaños sin importancia.

Figurando y transfigurando, pero siempre jugando.

Primera estación (1974 en adelante). Primera exposición. Primera Transfiguración. Aquí los dibujos son en lápiz, claroscureados, bien dibujados para lograr un impacto por realización. Retratos de seres imaginarios, alados, que se presentan serenos con su misterio, esperando ser interpretados y reconocidos.

Segunda estación. La vida empuja, el tiempo se acelera y es necesario desordenar un poco el camino. El dibujo se rompe un poco y se experimenta con la tinta, que se escurre, y el trazo se vuelve “la vital línea diagonal”, según alguien creyó ver.

Tercera estación (“Caperucita Punk”). Se siente nostalgia de la primera estación y se vuelve al dibujo compacto, las líneas se juntan y cierran filas para defenderse. Una historia de amor, de claroscuros, de encuentro y desencuentro. El hombre y la mujer en un bosque se buscan. Luego se reflexiona sobre lo hecho y para abrir un poco el camino, la pluma reemplaza al lápiz y guía la mano hacia caminos menos seguros, registrando el día a día, los momentos de luz y los de sombra.

Cuarta estación (1983). Pero la vida continúa empujando, aunque democráticamente, y hay que salir a la calle. La tinta requiere el pincel, escurrirse y agrandarse, son los dibujos urbanos de la década del ’80, que dicen: “Seremos tan felices en Buenos Aires”, dibujos de fiestas, de encuentros, de vernissages, de restaurantes. Los murales y telones. Del papel a la tela y viceversa.

Quinta estación (1983-1990). Pese a la democracia, la vida se presenta como un rompecabezas y los dibujos se vuelven rompecabezas y las cabezas se rompen, se fragmentan, se transfiguran, pero todavía parecen cabezas.

Sexta estación. Los retratos se vuelven imaginarios, construidos con los restos o fragmentos de los rompecabezas. Ya no se parecen a los retratos, pero todavía piensan. Demasiado vértigo. Los dibujos se pierden conceptual y literalmente.

Séptima estación 1990/2000. Un intento por recomponer el Universo fragmentado, propone un breve interludio, donde el lápiz sedoso y acariciante da una tregua a la búsqueda y produce algunas escenas metafísicas, oníricas, ritualistas.

La tinta descansa por un momento. ¿Volverá?

Octava estación (2000/07). Los dibujos se agrupan queriendo ser Libro de Artista y así trascurren estos años, más intimistas, más tranquilos, más silenciosos, contenidos por páginas anilladas.

Novena estación (2007 en adelante). La necesidad de volver a sentir y expresar, a colorear, a desanillar, a agrandar y enmarcar. Comienzan a aparecer líneas de energía que recorren el cuerpo, las manos, el cerebro. Left and Right. Estalla el color con los crayones infantiles. Río de vida, Arbol de vida, l’instant fatale, en donde de repente se nos revela el misterio del mandato vital, las instrucciones que recibimos al nacer, y que creíamos desaparecidas. Un ovillo de líneas desenrollado. Y continuamos viviendo y transfigurando. (Foto: El ovillo, detalle; 2008).

* Recorrido personal del artista sobre su exposición.

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