Lunes, 25 de junio de 2007 | Hoy
Una vez más, la sociedad se ve sorprendida por uno de sus referentes, al quedar al descubierto una mentira. Esta vez se trata del señor Juan Carlos Blumberg, quien se autotitulaba ingeniero y parece que no lo es. Ya se tuvo conocimiento de casos resonantes no sólo recientemente –caso Telerman–, sino también hace tiempo, como por ejemplo aquel falso abogado que llegó a ser nombrado fiscal, casualmente siendo el hijo de una asesora o adivina amiga de Menem. También en el Instituto del Diagnóstico se descubrió que quien ejerció la medicina durante décadas y llegó a ostentar puestos de dirección, no era médico. Es evidente que en nuestra cultura los títulos académicos –a falta de los de nobleza– se convierten en catapultas sociales o políticas que dan prestigio y pátina notable a quienes los ostentan. El suscripto, de 72 años, ha ocupado cargos de importancia en el sistema financiero e incluso por concurso de antecedentes fue contratado por el BID para dirigir un programa orientado a ayudar a las pymes a ganar mercados externos no tradicionales. Universidades del país y del exterior me han invitado a disertar sobre temas en los que me he especializado a lo largo de más de cuatro décadas. He disertado en un foro organizado en Verona en el 2000 sobre el desarrollo de las pymes, foro en el que se encontraba en pleno el gobierno de Italia, alcaldes y gobernantes de diversos países –incluido el nuestro–. Muchas veces en estos eventos, y muchos otros que sería largo enumerar, quienes participaban se dirigían a mí llamándome doctor o licenciado y en cada caso me ocupaba de aclarar que no era acreedor de dichos títulos, pues sólo había cursado la escuela primaria, incluyendo haber repetido el 5º grado de la misma. Nada impedía que sólo aceptara la distinción de ser mencionado y callar, sin embargo, mi enorme respeto por quienes hicieron el esfuerzo de cursar durante muchos años las carreras universitarias, me ha impelido siempre a aclarar mis limitaciones en materia académica. Cuento con un espacio en Internet en el cual exhibo lo más importante de lo vivido en diversos aspectos e incluyo ese detalle con respecto a mi instrucción escolar. Me siento un ciudadano enormemente favorecido por la vida, por los hombres y mujeres que me han enseñado lo que sé, por los libros que estuvieron a mi alcance para –de manera informal– bucear en lo más profundo posible, en el conocimiento de ciertas disciplinas que resultaran útiles para servir a la comunidad. Es por todo lo descripto que deploro a quienes, como en el caso que hoy parece conmover al país, asumen o exhiben títulos que no son tales, seguramente con la convicción de que ello los coloca en mejores condiciones de ser apreciados como exitosos y pasibles de ocupar funciones relevantes en la sociedad. Ser un simple analfabeto es mucho más valioso que esgrimir los títulos más deslumbrantes, si se lo hace a costa del engaño a la ciudadanía en general y a quienes son sus seguidores en especial.
Rafael Szir
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