CIENCIA › LA RECUPERACIóN DE UN TEXTO IMPORTANTE DEL PENSAMIENTO ARGENTINO

Ciencia, política y cientificismo

El libro Ciencia, política y cientificismo, de Oscar Varsavsky, fue fuente de polémicas y discusiones en los años ’60. Su reedición renueva las discusiones: el estudio preliminar a cargo de Pablo Kreimer, principal especialista en sociología de la ciencia del país, es un adelanto.

 Por Leonardo Moledo

La editorial Capital Intelectual decidió reeditar un clásico que hizo mucho ruido en su momento. Pablo Kreimer, especialista en sociología de la ciencia, escribió el estudio preliminar de esta nueva edición y nos cuenta aquí por qué es tan importante este libro y cómo es que, de alguna manera, su estudio preliminar es una continuación de este libro.

–Ante todo –dice Kreimer– creo que la idea de la editorial fue buena, porque justamente forma parte de una colección de pensamiento crítico latinoamericano y no una colección específicamente de ciencia. Si se fija, va a encontrar clásicos latinoamericanos como los de Mariátegui, Echeverría, José Martí... Que se haya pensado que un libro sobre ciencia es un clásico latinoamericano es ya una buena idea. Una de las cuestiones que a mí me preocupa bastante es que hoy las ciencias sociales en general ignoran la ciencia, o la piensan de un modo completamente acrítico: como si la ciencia fuera algo bueno per se sin saber bien en qué consiste eso. Entonces, en una colección sobre intelectuales, en general progresistas, que se incluya el trabajo más importante sobre ciencia en los ’60 y los ’70, es muy relevante.

–¿Por qué fue tan importante en su momento?

–Por tres cuestiones. La primera, porque es una de las primeras intervenciones públicas sistematizadas en un libro que pretende intervenir en el debate acerca de la ciencia. Los debates estaban, hasta entonces, hegemonizados por una postura más tradicional, que era la que representaba la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia y cuyo referente indudable era Houssay. Había ya algunas expresiones más críticas, pero no tenían mucha repercusión más allá de los círculos de investigadores de algunos institutos del Conicet. Entonces, este libro lo que hace es abrir un debate público. Y quien lo promueve es alguien que, además, proviene de esta tradición importante de la ciencia argentina: participó de aquello que se llamó “la época dorada de la ciencia argentina”, entre el ‘55 y el ‘66. La segunda cuestión es que se trata de una intervención fuertemente política, en la que se pone en cuestión cuál es el papel de la ciencia en la sociedad. Eso tiene una fuerte marca de época: ya en los ‘60 se está discutiendo en Europa y en Estados Unidos, por ejemplo, la cuestión de los efectos negativos...

–Hiroshima, Nagasaki...

–En realidad, esos episodios son el efecto deseado: son la movilización de la ciencia para lograr un objetivo. Los riesgos de la ciencia son los efectos colaterales, como los daños ambientales, los riesgos para la salud... Empieza a ponerse en cuestión el paradigma que relacionaba el desarrollo capitalista con ciencia exitosa, que es el paradigma de la modernidad. Es un llamado de atención político: la ciencia no puede seguir su camino sola, sin estar sometida al control social. Claro, dentro de esta segunda cuestión está la perspectiva particular de Varsavsky, que era muy radical. Varsavsky era claramente un revolucionario.

–Era un revolucionario en una época en que se era revolucionario... No había fracasado todavía la revolución.

–Y evidentemente ahí están las consecuencias de la Revolución Cubana. En América latina, todo el mundo pensaba que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. En ese sentido, el discurso de Varsavsky está metido en una contradicción, que es la contradicción de la izquierda en su relación con la ciencia. Porque el pensamiento tradicional marxista era muy positivista en relación con la ciencia: el materialismo histórico se propone como modo científico de abordar la cuestión histórica y la revolución. Se podría decir que de alguna manera la visión de la ciencia del marxismo es conservadora. Varsavsky va a cuestionar esta objetividad. Y éste es el tercer punto, que yo llamaría “las intuiciones de Varsavsky”. Porque él no tenía grandes lecturas epistemológicas, no conocía debates que ya estaban en el aire (ya se había publicado el libro de Kuhn, algunas cosas de Feyerabend). Varsavsky rompe con la idea de neutralidad, de objetividad y de universalidad de un modo instintivo. No tiene un pensamiento sistemático sobre por qué la ciencia no es neutral, objetiva o universal.

–Bueno, mucha gente cree que la ciencia no es neutral, objetiva o universal...

–No tanta. Yo creo que Varsavsky expresa algo que provoca malestar en mucha gente. Porque la verdad es que para un científico de laboratorio, que trata todo el día con ADN, microbios, partículas, no hay “construcciones”: un gen es un gen, una molécula es una molécula... Varsavsky expresa un pensamiento muy molesto. Porque lo que dice es que la ciencia que tenemos no es adecuada para lo que decimos que sirve. Decimos que queremos tener una ciencia nacional que sirva al contexto en que está inserta, pero lo que hacemos es una ciencia internacionalizada que genera conocimiento que no se va a aprovechar acá. Lo que propone, entonces, es que no hay que estudiar los temas de acuerdo con lo que define la agenda internacional sino que hay que seleccionar los temas importantes. Pero no da ninguna pista de lo que es lo importante. Y ahí interviene su dimensión política: lo importante es lo que nosotros vamos a determinar. Esta crítica epistemológica es indisociable de la política.

–¿Y por qué lo eligen como prologuista? En fin, yo creo que, de alguna manera, usted es una continuación de esa postura. Digamos, ¿por qué cree que se le pide que haga una relectura de Varsavsky, 40 años después?

–Yo leí a Varsavsky a comienzos de los ’80. Después fui desarrollando un programa de investigaciones sociológicas o históricas. Pero en realidad mi lectura de Varsavsky la metía adentro de un paquete con otros especialistas de la época: Amílcar Herrera, Jorge Sabato. Después me olvidé de Varsavsky, y quise hacer un programa de investigaciones sociológicas e históricas sobre la ciencia argentina. Uno de los temas que siempre me preocupó fue la posición particular de América latina en relación con los centros hegemónicos de producción de conocimiento a nivel mundial.

–Creo que, de alguna manera, lo que usted hizo fue darle a esa intuición de Varsavsky el carácter de programa.

–Sí, ahora se podría decir que sí. Pero en su momento lo que quería hacer era un programa de estudios similar al de mis colegas europeos, para ver cómo se produce conocimiento en la Argentina. Y me di cuenta, releyendo a Varsavsky, de que algunas cuestiones que yo estudié de un modo sistemático (como las trayectorias de los investigadores o la discusión de cuál es el conocimiento legítimo, controversias en torno del uso de conocimiento) en realidad responden a intuiciones que Varsavsky ya había planteado en su momento. Posiblemente a mí me llamaron de la editorial porque encontraron una cierta familiaridad entre aquellas ideas de Varsavsky y algunos de mis textos.

–Pero, además, creo que usted extendió el concepto de “ciencia periférica”, que es de alguna manera la continuación de lo que Varsavsky dice. Porque esa idea que plantea una y otra vez es la idea de vanguardia en sociología o epistemología de la ciencia.

–Dos cosas diría. Una es una diferencia que puede parecer sutil: yo no hablo de centro y periferia sino de centros y periferias, en la medida en que hay centro y periferia incluso al interior de los países centrales. Un laboratorio en Dresden, Alemania, puede ser tan periférico respecto de Berlín como uno de Buenos Aires. Esas nociones de centro y periferia son las nociones de la época con las que Varsavsky trabajaba, pero creo que ahora son mucho más dinámicas. Eso lo hace más interesante, porque ya no se analiza “la ciencia” sino “los campos científicos”. La segunda cuestión es que hoy la revolución no está a la vuelta de la esquina. Para la generación que tiene mi edad, que es la misma que tenía Varsavsky cuando escribió el libro, es otro el contexto. El estaba pensando en qué hacer con la ciencia cuando llegara la revolución, cosa que ahora no estamos haciendo. Pero esos debates siguen teniendo una veta muy interesante, porque Varsavsky piensa que la ciencia tiene que estar al servicio de la revolución. Y otros, que también creían en la revolución, decían que el científico no es el sujeto histórico; el sujeto histórico es el pueblo, y el científico tiene que intervenir como sujeto histórico, no como científico con un saber privilegiado. Entonces lo acusaban a Varsavsky de tecnócrata. Nosotros ya no nos planteamos qué tiene que hacer la ciencia antes o después de la revolución. Pero el hecho de que no haya revolución no implica que tengamos que abandonar la pregunta por la función de la ciencia en las transformaciones sociales.

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