Miércoles, 29 de diciembre de 2010 | Hoy
EL PAíS › POSTALES DESPUéS DE LA OCUPACIóN
Por Carlos Rodríguez
Sobre el sufrido asfalto de la calle Crisóstomo Alvarez al 4900, frente a las vallas policiales que ayer atenazaban al Club Albariño, los chicos y los adolescentes de la Villa 15 (Ciudad Oculta) jugaban al fútbol y al fútbol-vóley, despreocupados y sonrientes. En la canchita del club, en la que también –a veces– suelen jugar los chicos que viven en la Oculta, sólo quedaban en pie una docena de casas de madera y chapas de cartón. “Se fueron, no hay nadie”, era el comentario general y escueto, de habitantes de la villa, de los vecinos del barrio de casas lindas que está detrás de la frontera que marca el Albariño y de los policías, que evitaban dar detalles “sin autorización del superior”, que nunca apareció para explicar nada. Un vecino “del barrio de Lugano, no de la villa”, según aclaró, sostuvo como si tuviera el dato preciso que la toma que ayer finalizó fue culpa “de los paraguayos, de las Abuelas de Plaza de Mayo (sic) y de los Montoneros”. Del otro lado, Eladio, paraguayo con 14 años de residencia en el país, le respondió: “Los que hicieron la toma eran casi todos argentinos y nosotros nos alegramos de que se hayan ido”.
Eladio, acompañado por dos jóvenes vecinas suyas, de su misma nacionalidad, explicó: “En el lugar había gente que tenía una necesidad real de vivienda, pero lo malo es que siguieron a gente que siempre está haciendo estas maniobras sólo para ganar dinero loteando tierras que no les pertenecen. Es una lástima, siempre está el peligro de que pague justo por pecador”. Los vecinos de la Oculta recordaron que con la toma que comenzó el domingo 12 y finalizó ayer “ya son tres las que se hicieron, desde el 2009 en adelante, incluso quisieron tomar la capilla que está construyendo (en la entrada a la Villa 15 por Crisóstomo Alvarez) el sacerdote (católico) José Nicolás. Entre los que estaban en la toma había gente armada que venía a comprar cosas en los negocios de este lado”.
Cruzando la frontera que separa a la villa del barrio de clase media y media-baja, los vecinos que venían rechazando a los ocupantes del predio hicieron un festejo moderado. “Qué vamos a hacer de ahora en más, ya no nos vamos a juntar para conversar todos los días a las siete de la tarde”, se lamentó el vecino vestido con overol de laburante que acusó a las “Abuelas de Plaza de Mayo”, a las que confundía –entre varias confusiones– con las Madres de Plaza de Mayo, dado que hacía mención a “las casas que están construyendo” en Los Piletones. El vecino aludía a las citas de todos los días a las 19, en algunas ocasiones para arrojarles piedras a los ocupantes y salir en la televisión.
La mujer de eterno atuendo negro que vive sobre la calle Santander al 5900, justo al lado de la puerta de ingreso al Albariño, les reclamaba a los policías que le rescataran “todas las chapas que tenía esta gente, porque son mías”. Con una vecina de pantalón blanco y blusa estampada se abrazaron a los gritos –de festejo–, detrás de las vallas policiales que hacían de biombo y que impidieron el ingreso de los periodistas al predio que ayer fue desalojado. Nadie sabía la hora en que salieron los ocupantes. “Comenzó a la mañana y finalizó al mediodía”, aventuraron vecinos de uno y otro lado, pero nadie tenía certeza de la hora.
Ayer estaban cerrados, con las típicas vallas azules de la Federal, todos los caminos que conducen al Club Albariño: había retenes en Rucci y Crisóstomo Alvarez (con acceso únicamente a los que viven en la Villa 15), en Avenida Argentina y Balvastro, en Rucci y Santander, y en Santander y Lisandro de la Torre, además de una fila de uniformados sobre el acceso al predio que estuvo ocupado por la calle Alvarez. “El vallado va a quedar y vamos a dejar una custodia”. El jefe policial, abordado por los vecinos de las casas lindas, trataba de dar garantías de que se iba a controlar que no se repitiera la toma en unos días.
“Nosotros no queremos hablar mucho ni dar los nombres, porque acá corremos peligro. Esta gente puede venir a atacarnos y a querer tomar nuestras casas. Nosotros tenemos la casa en venta, nos queremos ir porque acá no se puede vivir más”, aseguraba una mujer mayor que vive sobre la calle Rucci, mientras ayudaba a su madre a ponerse de pie. Toda la familia estaba en la vereda y parecía tranquila, pero el discurso seguía con la alarma conectada. “Estos tipos se fueron porque sabían que podían ir presos, pero pueden volver en cualquier momento. La policía está ahora, pero sin armas, de manera que no son una garantía”, repetía otro vecino calvo que tuvo asistencia perfecta en las marchas de repudio. Los únicos que no habían aparecido ayer eran los barrabravas armados y violentos.
En el predio del club, en el límite de la calle Alvarez, varios policías intentaban anoche cerrar todo con vallas, para estar “tranquilos, sin invasores”. Desde la Villa 15, decenas de vecinos que nada tuvieron que ver con la toma disfrutaban con la torpeza de los policías para alinear el vallado, movimientos toscos que quedaban más al desnudo con la habilidad de los jóvenes que jugaban fútbol-vóley. Los espectadores –de policías y de jugadores– comentaban en forma coincidente: “Gracias a Dios terminó todo. Cuando pasan estas cosas, lo único que se escucha en la televisión son puteadas para no-sotros. Somos villeros, negros, sucios, chorros. Esperemos que ahora digan la verdad”. Nicolás, que recién volvía del trabajo, hizo su alegato mientras compartía una cerveza. A su lado, acurrucado en su camisita blanca, un pibe de 10 años preguntaba a los periodistas: “Se llevaron preso a mi tío. ¿Saben dónde puede estar?”.
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