CIENCIA › DIáLOGO CON LUIS MARíA MIR, DOCTOR EN BIOLOGíA DEL INSTITUTO DE CANCEROLOGíA GUSTAVE ROUSSY

Anatomía y fisiología de un descubrimiento

El doctor Luis Mir es el creador de un método nuevo para el combate contra el cáncer: la electroquimioterapia permite, abriendo poros en las células cancerosas mediante pulsos eléctricos, introducir en ellas sustancias que las destruyen.

 Por Leonardo Moledo

–Usted es el “padre” de una innovación importantísima en la lucha contra el cáncer que, más o menos, resumí en la bajada: mediante un pulso eléctrico se abren poros en células cancerosas, y esos poros permiten que entre un citotóxico...

–Hay que aclarar que el método está en un estado experimental todavía...

–Pero es muy novedoso. ¿Cómo se le ocurrió?

–Como todo, llegó sobre un terreno ya preparado. Estaba en un centro de tratamiento del cáncer, el más grande de Europa, en términos de personal, de asistencia médica, de número de pacientes y de investigación. Antes de estar en el tema de la electroquimioterapia me interesaba la transferencia de genes dentro de células. Cuando comencé a hacer esto mi interés estaba focalizado en unas células muy frágiles para las cuales los métodos químicos existentes eran demasiado brutales: las células no resistían.

–Aquella época era...

–1984 o 1985. Entonces me pasaron un artículo que decía que se podían introducir genes en las células con campos eléctricos. Era el segundo artículo que se publicaba sobre este tema. Me interesé en esa cuestión. Lo primero que hicimos fue encontrar condiciones de impulsos eléctricos que permitieran mantener la viabilidad de las células y permeabilizar un máximo de estas células. Porque la idea es que para utilizar células frágiles es importante guardar la viabilidad. Y estaba en un laboratorio de oncología molecular. El director del laboratorio de al lado, que era el director del laboratorio de farmacología, me puso un estudiante durante seis meses para ver si podía resolver uno de los problemas clásicos de la quimioterapia: la resistencia a la entrada de muchas drogas. Con este estudiante, en tres meses, vimos que este problema no se solucionaba. Entonces empezamos a ver qué pasaba con la electroporación (abrir poros eléctricamente) y los diferentes tipos de moléculas anticancerosas, en un trabajo que, en principio, era de investigación básica. Buscábamos el conocimiento, no un tratamiento puntual. Y al final, cuando ya habíamos pasado las familias más generales, quedaba una molécula que no habíamos probado y que no podíamos decir cómo entraba en las células. Esta molécula es la bleomicina. El estudiante puso la bleomicina en las células elctropermeabilizadas con los campos eléctricos y todas las células murieron. Entonces pensamos: “Aquí...”

–Aquí hay algo.

–No, la primera reacción es que uno ha hecho las cosas mal. Entonces volvimos a hacer la experiencia, y los resultados se repitieron. Dijimos: bajemos las concentraciones del fármaco. Y, cuando bajaba la concentración, bajaba el nivel de células muertas. Lo cual evidenciaba que era el fármaco el que mataba. Ahí sí dijimos: “Hay algo”. Porque resultaba que el fármaco era más de mil veces más activo que sin los impulsos eléctricos. Según cómo se miraba los niveles de toxicidad, podía ser hasta cien mil veces más activo. Frente a semejante dato, por supuesto, cambié los objetivos de mi investigación. Lo primero que hicimos fue pasar a ratas con tumores para ver si podíamos reproducir el aumento de toxicidad debido a la electroporación. Y hay que pensar que en aquella época nadie había intentado aún utilizar estos impulsos eléctricos in vivo. En la primera experiencia había cuatro grupos: uno que no recibía nada, uno que sólo recibía la bleomicina, uno que sólo recibía los impulsos eléctricos y el grupo cruzado. Los tres grupos testigos se comportaron de la misma forma. Claro: la bleomicina sola en una inyección a bajas dosis no hace nada y los campos eléctricos no matan, sólo permeabilizan durante unos minutos y luego la célula se cierra. En cambio, en el grupo cruzado los tumores cesaron de desarrollarse. Al cabo de unos veinte días, algunos comenzaron a crecer de nuevo; otros comenzaron a crecer más tarde. Pero hubo animales que se curaron y el tumor no volvió a aparecer.

–Usted estaba mirando, mirando, medio “a la Bacon”, hasta que de repente se topó con algo anómalo, pero no lo dejó pasar, sino que intentó explicar la anomalía. Es una manera muy linda de explicar cómo se llega a un descubrimiento científico.

–Pero estaban las bases.

–Claro. No existen descubrimientos sin bases. Cuando uno habla del cáncer y de la lucha contra el cáncer, lo que veo yo es que desde la época de Marie Curie para acá han aparecido muchísimas cosas que eran presuntamente la cura del cáncer. Todas esas cosas son, digamos, empírico-sintomáticas; es decir, pretenden destruir el tumor quirúrgicamente, evitar que se propague, etc. Yo tengo la sensación de que pasa con esto lo que pasaba con la cura de las enfermedades infecciosas, que hasta que no se supo por qué se producían, hasta que no se desentrañó la cadena causal, no hubo una solución general. Hubo soluciones paliativas. ¿No es un poco así con el cáncer?

–Hay un cierto número de enfermedades que tienen múltiples causas. Un ejemplo es la diabetes. Se han buscado genes, se encuentran genes de propensión, pero no hay ningún gen en el patrimonio genético que pueda garantizar que vaya a haber diabetes. Porque además de los genes están el ambiente, la alimentación, el ejercicio... Es tan multifactorial que será difícil de encontrar “la” solución.

–Hay como dos caminos para esto. Uno es encontrar una particularidad de las células cancerosas que permita meter algún tipo de fármaco ahí adentro y destruirlas. La otra posibilidad es saber por qué aparecen; si aparecen por la acción de un gen o un conjunto de genes y bloqueamos esos genes...

–Ahora soy director del laboratorio de Unidad de Vectorología y Terapéutica Anticancerosa del CNRS, de la Universidad París Sur, y del Instituto de Cancerología Gustave Roussy. Y colaboro con Guillermo Marshall, del Laboratorio de Sistemas Complejos del Departamento de Computación de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Dirijo varios grupos, no sólo grupos que hagan electroquimioterapia. Uno de los investigadores que trabajan en el laboratorio se dedica a estudiar células de tumores de los cuales se sabe que hay una causa fundamental: las translocaciones (no viene al caso detallar qué son). Pero aunque ahí hay un factor causal nítido y una secuencia específica, sin embargo no hay un método que permita acabar con la multiplicación de las células cancerosas.

–Bueno, no es que el conocimiento del factor causal conduzca necesariamente a la solución del problema. Me parece, de todos modos, que hay otra posibilidad más. Las enfermedades también hay que mirarlas históricamente. La fiebre, que para nosotros es un síntoma, en otra época se consideraba una enfermedad. El cáncer, que para nosotros es una enfermedad, podría no ser una sola enfermedad, sino varias.

–Hay muchos orígenes para el cáncer. El que le estaba describiendo es sólo uno, que afecta mucho la tiroides.

–Pero aparte de los orígenes... ¿Son enfermedades distintas? ¿El cáncer de tiroides es diferente del de mamas o del de piel?

–Puede ser, pero con una característica en común, que es la multiplicación descontrolada. Ese es el factor que las unifica.

–Es muy difícil hacer previsiones. De los dos caminos que yo le marcaba (atacar el fenómeno en sus manifestaciones; atacar el fenómeno en sus bases): ¿estamos lejos o cerca? ¿Dónde estamos?

–En términos generales, no puedo decir nada.

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De izq. a der.: Guillermo Marshall, Nahuel Olaiz , Felipe Maglietti, Luis Mir.
 
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