Miércoles, 22 de marzo de 2006 | Hoy
CIENCIA › A TREINTA AÑOS DEL GOLPE DE VIDELA
El 24 de marzo de 1976, Videla y su grupo de facinerosos y asesinos iniciaron el gobierno terrorista más cruel de toda la historia argentina. Se recuerda aquí a los científicos desaparecidos.
Por Leonardo Moledo
La Argentina siempre fue impiadosa con sus científicos: olvidó a Ameghino, destituyó a Houssay, un generalete imbécil apaleó a profesores de la Facultad de Ciencias Exactas, un interventor fascista echó a diestra y siniestra a la primera línea de la universidad, un editorial de la revista Cabildo deshizo en un día el centro de investigaciones de San Miguel. Y el gobierno terrorista que se inició el 24 de marzo de 1976 mató, hizo desaparecer y expulsó del país a nuevas oleadas de científicos y calcificó –otra vez– la investigación en la Argentina, al mismo tiempo que sometía a buena parte de la población e imponía un modelo económico que llevaría a la Argentina al desastre y al ciclo infernal del endeudamiento.
El terror es intransferible. Es difícil explicar a quien no lo padeció lo que significaron esos años y cómo el terror se mezcló, paulatinamente, en la vida cotidiana. Porque la dictadura no solamente significó asesinato a mansalva, desapariciones, robo de bebés, torturas aberrantes a los hijos delante de los padres, apropiación de los bienes de los desaparecidos, ocultamiento y usurpación de identidades, partida al exilio de miles de personas. Significó también la transformación del terror en una costumbre, en un líquido oscuro y permanente que invadía, permeaba, ocupaba los rincones de la vida cotidiana.
La noche absolutamente silenciosa y tensa, sólo quebrada por continuas sirenas policiales (¿cómo es que nadie sabía nada?, ¿no oían?, ¿creían que se trataba de ambulancias?); el ascensor deteniéndose de pronto en medio de la noche y provocando un despertar súbito, y unos minutos de alerta horrorosa hasta que regresaba el silencio; los soldados revisando bares y ómnibus; los diarios informando (en clave) de secuestros y desapariciones día a día (“tantos guerrilleros fueron abatidos en...”, “en un enfrentamiento con el ejército murieron....”); el susurro sobre qué y a quién habían ido a buscar; el paulatino irse enterando de cuál era el destino de los desaparecidos; la indiferencia de gran parte de la gente que creía al pie de la letra (¿y de buena fe?) los informes del gobierno y colocaba en sus autos cartelitos oficiales: “los argentinos somos derechos y humanos”; sentirse como un animal acorralado entre fieras al acecho; la irresponsable sensación de seguridad durante el día y el pánico apenas empezaba a anochecer... (¿nos vamos?, ¿nos quedamos?, ¿qué hacemos?).
Esta página de ciencia homenajea aquí a los científicos desaparecidos o asesinados durante la dictadura y, junto a ellos, a los treinta mil desaparecidos, y a todas las víctimas. Porque detrás de cada nombre hay una persona que falta, una familia a la que le falta, una facultad, un trabajo, una casa, una cama, un plato, un lugar vacío.
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