Miércoles, 22 de marzo de 2006 | Hoy
ECONOMíA › LA PARADOJA QUE REVELAN LAS ULTIMAS CIFRAS SOCIALES DEL INDEC
El Indec confirmó los datos adelantados por Kirchner un mes atrás. La pobreza cayó al 33,8 por ciento a fines de 2005. Ese nivel es todavía superior a la tasa promedio de los noventa. Hay más de 12 millones de pobres, de los cuales cuatro millones son indigentes.
Por Maximiliano Montenegro
Néstor Kirchner ya lo había anticipado hace casi un mes, como ocurre con todos los indicadores favorables, pero ayer lo confirmó el Indec. La pobreza descendió en el segundo semestre del año pasado al 33,8 por ciento, frente al 40,2 por ciento que registraba en el mismo período de 2004. Así, durante el año pasado, según las cifras oficiales, un millón de personas superaron la línea de pobreza. Además, la indigencia se redujo al 12,2 por ciento del 15,0 por ciento que registraba un año antes. El fuerte crecimiento de la economía por tercer año consecutivo y la creación de puestos de trabajo es lo que explica la mejora. Sin embargo, esos valores todavía son bastante superiores a los niveles de pauperización de la década del noventa, cuando el país no era precisamente un jardín de rosas. Todavía hay en el país más de 12 millones de pobres, de los cuales 4 millones ni siquiera llegan a consumir una canasta de alimentos mínima en calorías.
El presidente Kirchner había adelantado las cifras de pobreza semanas atrás, cuando salió al cruce de la información, también difundida por el Indec, de que la distribución del ingreso había empeorado a niveles record. Ni siquiera durante la década menemista la brecha entre ricos y pobres fue tan profunda. Kirchner admitió entonces que había un salto en la desigualdad, pero para contrarrestar el impacto negativo de esos datos mostró la caída en los índices de pobreza.
El hecho de que haya un país “menos pobre, pero más desigual” –como tituló un asesor presidencial la paradoja actual– no es trivial. En una economía creciendo a “tasas chinas” –9 por ciento promedio durante los últimos tres años– todo se disimula. La acelerada expansión, después de la recesión más profunda de la historia, dio lugar a una gran creación de puestos de trabajo. Y esos empleos, aunque mal remunerados, posibilitaron que mucha gente, que antes como desempleada no percibía ingresos, traspasara el umbral de la pobreza. En otras palabras, la torta se agrandó tanto que, si bien una selecta minoría se adueñó de una tajada cada vez más suculenta, también los sectores carenciados pudieron saborear un bocado extra. “Se distribuye más desigual una torta que creció lo suficiente vía empleo para mejorar los niveles de pobreza”, explican los técnicos oficiales.
Sin embargo, el gran interrogante es qué pasará cuando la economía deje de engordar a tasas chinas y lo haga a niveles más “normales”, del 4 o 5 por ciento. ¿Cómo lograr que las familias que hoy asoman la cabeza por arriba de la línea de pobreza (valuada en 849 pesos mensuales) porque encontraron conchabo no vuelvan a sumergirse a causa de la inflación?
Entonces, coinciden los expertos, será necesario mejorar el reparto porque sólo con el crecimiento económico no bastará para disminuir la pobreza. Sobre todo, si se tiene en cuenta que todavía hay un largo camino por recorrer.
El último registro del Indec, del 33,8 por ciento, luce lejano de las tasas de mishiadura al inicio de la era Kirchner (54 por ciento), y mucho más si se compara con el peor momento de la crisis posdevaluación: a fines de 2002, la sociedad miró a un abismo en el que el 57 por ciento de la población se hallaba bajo la franja de pobreza. No obstante, los actuales niveles de miseria son muy elevados, si se considera que en los noventa, cuando la exclusión social parecía intolerable, la tasa promedio rondaba el 25 por ciento.
La comparación con los noventa también es esclarecedora en otro aspecto. Hoy hay menos desocupación (10,1 por ciento, o 12,7 contabilizando como desocupados a los planes jefes, frente a un promedio del 18 por ciento durante la década pasada), pero los carenciados son más. La conclusión es obvia: el poder de compra –el salario real– de los ocupados es en la actualidad mucho menor. O, si se quiere, tener empleo no garantiza no ser pobre.
La tendencia a la reducción de la pobreza se replicó en todas las regiones del país, pero fue más notoria en el Gran Buenos Aires: allí descendió del 37,7 por ciento al 30,9 por ciento. En el Nordeste, las tasas aún son propias de Centroamérica: 54 por ciento.
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