Miércoles, 21 de noviembre de 2007 | Hoy
–En su reciente libro Viejos son los trapos (Siglo XXI), usted y Daniel Schávelzon dicen que el pasado no es algo que se fue, sino que aún convive con nosotros. ¿Cómo es eso?
–Sí, nos interesa la conducta del hombre, pero es lo que desapareció. Lo que conseguimos analizar es todo aquello sobre lo que la conducta impactó: restos y productos que llegaron hasta nosotros. Todo lo que nos rodea está contando una historia.
–Todo es historia...
–Todo lo que hacemos se convierte en pasado y es susceptible de ser recuperado. Lo que la arqueología intenta hacer es alcanzar el presente con el conocimiento del pasado. Es una carrera contra el tiempo y por eso es emocionante: es reconocerse uno mismo por el producto de lo que fue.
–Ustedes los arqueólogos deben ser los científicos con más imaginación.
–Y... algo tenemos. Hay muchos huecos y no hay contrastación. La arqueología está a medio camino entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Somos de las más inexactas de las ciencias, porque tenemos algunos inconvenientes en nuestra actividad: no se puede reproducir, no se puede experimentar. Sí tenemos una metodología de trabajo más o menos sistemática de acumulación de datos y análisis. Y luego está la interpretación de la evidencia, que no es tan libre como se cree. Todas las explicaciones, como las de las demás ciencias, son provisionales y perfectibles.
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