CONTRATAPA

Carrera

 Por Antonio Dal Masetto

Al salir o al regresar a casa de tanto en tanto me encuentro con un vecino, hombre mayor, y me da un poco de charla. Sé que vive con la madre, en el noveno.
–¿Hasta qué edad cree usted que una madre tiene derecho a ejercer autoridad sobre un hijo? –me dice mientras esperamos el ascensor.
–Me toma de sorpresa. Nunca había pensado en el asunto. ¿Por qué me lo pregunta?
–Porque mi madre me sigue tratando como si yo fuera un mocoso de siete u ocho años. Y resulta que acá como me ve ya cumplí los setenta y cuatro.
–¿En qué sentido lo trata como un mocoso?
–En todos los sentidos. Cada tanto se rechifla y me sacude un coscorrón en la nuca.
–¿Pero coscorrón lo que se dice un auténtico coscorrón?
–Como lo oye. Me mortifica en público, delante de los nietos y bisnietos. Ya hace unos años que dejó de tirarme de las orejas. Pero con los coscorrones no afloja. El otro día, sin ir más lejos, fuimos a la escribanía, teníamos que firmar un poder para que un sobrino cobre las jubilaciones por nosotros dos, así nos evitamos viajar, y cometí un error, firmé donde no correspondía, y ahí nomás me sacudió un sopapón en la nuca, delante del escribano.
–Por lo que me cuenta deduzco que su madre ha sido una mujer dura toda la vida.
–Tiene la vitalidad de un caballo y la tozudez y el humor de una mula de molino. Si le gano a las cartas se enoja y no me habla por tres días. Yo no puedo perder eternamente. Un partidito de vez en cuando tengo que ganar. Somos grandes los dos. Somos iguales. La gente no nos identifica como madre e hijo, sino como dos personas mayores. Nos ceden el asiento tanto a ella como a mí. Los dos comemos verduritas hervidas porque los guisos nos caen mal. Los remedios los compramos en envase grande porque a los dos nos recetaron los mismos.
–Francamente no sé qué decirle, no quisiera caer en lugares comunes, pero lo único que se me ocurre es repetir los dichos de la sabiduría popular: la madre siempre es la madre, madre hay una sola, amor de madre abismo sin medida. No sé si esto le sirve de algo.
–No me aconseje más que es peor. Tengo una gran desazón. Lo único que me alienta a seguir es que vislumbro una luz en el futuro.
–¿Cuál?, si no es indiscreción.
–Cuando yo tenía cinco años de edad, ella era muy grande. A los quince, a los veinte, seguía siendo grande. Cuando cumplí los cuarenta la diferencia ya no era tanta. Después se fue achicando más y más. Ahora estamos cada vez más cerca, prácticamente iguales en edad. Si las cosas siguen así muy pronto voy a terminar por alcanzarla y después superarla. Esa es mi luz en el camino. Sólo tengo que aplicarme un poquito más, un esfuercito más y cruzo la meta, ya la veo, ya la estoy arañando.
–¿Y después que la alcance y la supere qué irá a pasar?
–Mire señor, yo tengo las cosas bien claras, no quiero pelearme, no quiero enfrentarme, no quiero nada, sólo quiero ser más viejo que ella y que tenga que tratarme con el respeto que se le debe a un mayor.
–¿Y si no se da por enterada?
–Si no se da por enterada me voy a poner enérgico para que aprenda a acatar la autoridad de los que tienen más edad. La voy a tener al trote, así de simple. Empezando con la higiene. Que se limpie las uñas, que se lave las orejas y las manos antes de sentarse a la mesa. Le digo esto como ejemplo. Y si se me retoba la obligo a tomar el aceite de hígado de bacalao que ella me obligaba a tomar cuando era chico. Voy a ver si en alguna farmacia consigo la misma marca. Bien cortita la voy a tener.
–Le deseo suerte y que en poco tiempo más entre en la recta final y logre cruzar triunfador la meta. Cuando por fin suceda hágamelo saber, tengo varios candidatos que probablemente estarían interesados en imitar su ejemplo y ponerse en carrera.

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