ESPECTáCULOS › “TUMBEROS”, UNA PROVOCADORA FICCION DE A. CAETANO
Las dos caras del infierno
Ulises Parodi parece la contracara del héroe de “Un oso rojo”, en una serie signada por la dureza. El debut impactó: 19 puntos de rating.
Por Julián Gorodischer
Ahora la ficción es muy parecida a la actualidad: en “Tumberos”, el preso va a parar a la tapa de los diarios por asesinato, y camino al penal alguien menciona una celda en la que está “el Turco”. El abogado negocia un sector VIP, como corresponde a la narración hiperrealista, una crónica del margen apegada a los sucesos de la Argentina. Alguien hizo eso mismo pero mal en “El precio del poder” y alguien (según dejan entrever los avances) posiblemente lo hará mal en “Ciudad de pobres corazones” (por América, desde el miércoles a las 23), en lo que ya es una tendencia defectuosa: apegarse a las noticias para contar la inseguridad. Adrián Caetano, en cambio, usa la coyuntura apenas como excusa para que nazca un mundo propio que es la contracara perfecta de Un oso rojo, su excelente película en cartel. Sus creaciones dialogan, se exhiben en simultáneo, como si al surgimiento del nuevo héroe (el Oso en el film) le correspondiera el hundimiento del corrupto Ulises Parodi en el programa, como si hubiera una línea directa pero invisible uniendo los destinos de sus personajes. La moneda exhibe sus dos caras: el Oso (Julio Chávez) sale, Parodi (Germán Palacios) entra.
Hay una iconografía carcelaria que vuelve una y otra vez, por momentos parece un poco remanida, y prevé el matón, la jerga, el abuso y el ritual de iniciación. En ese raid, Parodi llega a Caseros (el programa se graba en las tenebrosas instalaciones de lo que fue la cárcel) con una condena de 24 años por asesinato, y negocia su suerte de rico: celda para estar “cómodo y seguro” y trato preferencial. En el camino se va quedando solo, su socio le anuncia la deserción de la tropa y su ex mujer se abre del problema. Donde el Oso del film elige “alejarse de los que quiere para no hacerles mal”, Parodi prefiere pagar cien pesos por una tarjeta de teléfono para supervisar la estrategia que lo liberará. El Oso se resigna; Parodi insiste. El Oso se hace cargo de su territorio de ilegalidad y reincide como vía de sobrevivencia. Parodi ejerce una forma continua de la negación: “Papá está trabajando, vuelve en unos días...”, miente a su hija. Si el Oso es la afirmación del delito como manifestación de una moral personal, Parodi es la negación del delito, concebido como desliz o error en una vida regida por la prosperidad y la eficiencia. Allí donde el Oso es un guardián de la nueva escena familiar que se construyó durante su reclusión, Parodi es un verdugo desde los márgenes: “Si caigo yo –amenaza a su socio–, se va a la mierda todo”.
El Oso es un gladiador, Parodi es un cobarde. En una memorable escena de bar, el Oso derriba a cinco oponentes para custodiar al nuevo marido de su mujer. En “Tumberos”, Parodi se deja hacer y no ofrece resistencia: alguien lo orina desde arriba en su celda VIP, el guardia lo verduguea con un palo y, sobre el final, Willy, el terror del penal, lo lleva a la fuerza hasta “sus dominios” y le anuncia la pesadilla que se viene: Parodi lo metió en la cárcel, ésta –parece– es su hora de revancha. Caetano no nombra el mito carcelario, lo recrea. Al abuelito violador, Willy le devuelve igual moneda, y la escena se insinúa ante los ojos de Parodi, entre el horror y la indefensión.
Pero si “Tumberos” es una temporada en el infierno, Un oso rojo es el infierno como vivienda permanente, no importa dónde se esté. Parodi supone que todo se termina “en unos pocos días”, niega el crimen y explica su suerte como “una cama que nos pusieron”. El Oso elige el robo como un compromiso, y por eso sabe que el encierro empezará de nuevo, una y otra vez. El héroe de Un oso rojo perdió la capacidad de asombro. Ante la traición o el engaño o la violencia, opone apenas una acción corporal, un golpe, un disparo, un cuchillazo. El cuerpo tosco y excedido del Oso es ágil y dinámico, apto para sobrevivir como sea. El cuerpo atlético de Parodi es torpe e incapaz de hacerse valer. Frente a la provocación de Willy, ante el aleccionamiento al abuelo violador, se convierte en testigo y sólo se permite una objeción inútil:”Dejalo que es un viejo”. Después se calla, pasivo en la contemplación, apenas un turista civilizado en el mundo de los bárbaros.