EL PAíS › OPINION

Maestros, no generales

 Por Luis Bruschtein

Una de las pocas cosas buenas que sucedieron en los últimos veinte años fue que los militares han permanecido en los cuarteles. Es difícil entender ahora por qué los quieren sacar de allí. Sobre todo si la razón de esa tranquilidad no provino de un cambio profundo de actitud, sino del hartazgo y el recelo de la sociedad.
Hace pocos días se habló de la colimba educativa y ahora de un servicio social obligatorio. Son ideas que en un país ideal serían perfectamente discutibles, pero que en la Argentina suenan más a despertar al gigante dormido. Movilizar un factor de poder que fue nefasto cada vez que intervino corporativamente en la vida política civil es arriesgarse a sumar otro elemento de inestabilidad a una situación ya bastante explosiva. Quizá sea esa la intención.
Algunos dirán que todos estos años sin golpes militares serían la demostración de un cambio en la mentalidad de las Fuerzas Armadas. Pero lo cierto es que ellas no quisieron juzgar a los responsables de crímenes de lesa humanidad y se resistieron a que lo hiciera la sociedad civil. Hasta la autocrítica formulada por el teniente general Martín Balza le valió el rechazo y la furia de sus camaradas.
Las Fuerzas Armadas se mantuvieron en los cuarteles porque la sociedad civil bloqueó cualquier intento de los militares para recuperar el espacio privilegiado que habían tenido. Un militar de uniforme que hable de política es tomado más como amenaza que como tabla de salvación. Así pasó con los levantamientos carapintada que provocaron la movilización masiva y espontánea de la gente en su contra.
La sociedad civil reaccionó porque no percibió un cambio real en la actitud corporativa. Y aun hoy, después de 20 años, la cúpula de altos mandos sigue haciendo lobby a favor de los asesinos. Para proponer un cambio de etapa hay que tener autoridad moral a partir de actitudes propias y valientes y no de hechos que les fueron arrancados por la sociedad civil.
Poner bajo sus órdenes y entregarle la educación de miles de jóvenes a una cúpula militar que invitó a sus actos oficiales a Leopoldo Galtieri y a otros represores es arriesgarse a que terminen siendo carne de cañón en otra guerra absurda o matando a otros jóvenes argentinos.
Que la mentalidad de los altos mandos no cambió es evidente, al igual que la crisis y el alto índice de protesta social. Una conclusión entonces sería que alguien quiere volver a viejas épocas. Si no es así, y la tarea que se propone resulta verdaderamente importante, lo que hay que hacer es invertir en educación y aprovechar a los maestros en vez de los generales.

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