Sábado, 29 de noviembre de 2008 | Hoy
Por Sandra Russo
Hay que cuidar la idea de la batalla cultural para que no se convierta en un lugar común, en un entremés del habla pública, en una zona habilitada para vehículos todoterreno. Hay que cuidarla del lugar común porque los lugares comunes, en el lenguaje, diariamente llevan a cabo su paradoja: cuanto más comunes y frecuentadas son algunas expresiones, menos se cree en ellas; dejan de ser palabras dichas por personas, para convertirse en implantes siliconados del discurso.
Dicho esto, me pregunto: ¿qué tan importante es para nosotros la poesía? Me lo pregunto no internándome en un altillo a leer a Pessoa o Ungaretti sino saliendo a la calle. Me lo pregunto, por ejemplo, en un patio de comidas de un shopping. ¿Qué tan importante es para nosotros la poesía? O en una sala de espera de dentista, o en la peluquería. Hace unos años hubo un cambio de tendencia, y en las peluquerías clase A hay revistas de actualidad, pero también de diseño y arquitectura. Todas las mujeres leemos, en la peluquería, las de actualidad; nunca vi a nadie leer las otras. En los consultorios médicos, en cambio, lo que hay son revistas dominicales de diarios, y revistas de actualidad muy viejas: uno allí lee cómo se enamoraban los ídolos que ya se separaron. ¿Qué tan importante es para nosotros la poesía, visto y considerando que a pesar de cómo seamos y qué pensemos y dónde vivamos y a quién votemos la poesía sigue siendo la palabra que usamos en el racimo de momentos inenarrables que a cada uno nos toca? ¿Es absurdo, por ejemplo, exhortar a los peluqueros y a los médicos a que ofrezcan para esas esperas libros de poesía? ¿No estaría bueno convertir esa espera en la oportunidad de un hallazgo?
Hace unos años, cuando era legislador porteño, el querido Elvio Vitali presentó el proyecto de la Pensión para los Escritores y Escritoras de Buenos Aires. La Comisión de Cultura acaba de dar dictamen favorable, pero, ¿adivinen qué? Ahora el asunto lo debate la Comisión de Finanzas. El recorrido probable del proyecto que intenta socorrer y amparar sobre todo a los poetas es el que siempre experimenta la cultura cuando se enfrenta con las finanzas: pierde. La cultura solamente tiene chances si las finanzas están pensadas en función de una política. Por eso me pregunto qué tan importante es para nosotros la poesía, haciendo un paneo rápido por las historias de esas decenas de hombres y mujeres que en toda época, pero sobre todo en las recientes, cultivaron un arte que iba a contracorriente de todo: del mercado editorial, del gusto general, de los respectivos gobiernos, de las tendencias literarias, de los beneficios económicos, de la fama, de los contratos, de la aprobación del padre y de la madre. Hombres y mujeres que custodiaron la poesía argentina para que tengamos una. ¿Queremos o no que haya una poesía argentina? De los poetas podemos esperar poesía, pero por qué esperamos tanto, tanto sacrificio. Nunca son poetas que viven de la poesía. Nunca es gente que trabaja de lo que sabe. Nunca pueden alimentar a sus familias o comprarse un saco con el trabajo creativo que eligen y para el que están dotados. Esos hombres y mujeres han sido y son torneros, empleadas administrativas, cajeros de banco, traductoras, gestores, cualquier cosa, se han ganado la vida como pudieron, casi nunca nombrados los Empleados del Mes. Muchos de ellos y ellas contrajeron con la poesía un compromiso que los condenó a una vejez sin red, sin reconocimiento, ni serenidad.
Me pregunto qué tan importante es para nosotros la poesía, porque como sociedad maltratamos tanto a los poetas que parece que no nos importara. Y sin embargo, pensemos como pensemos, en nuestras vidas privadas, en lo hondo, en lo que no le contamos en nadie, yo creo que siempre estamos esperando la dosis de poesía que nos corresponde. O que guardamos allí, en el motor que nos empuja cada día a hacer las cosas, los dos o tres momentos en los que la poesía se nos hizo presente y nos sentimos seres extraordinarios, de otro orden.
Lo de la batalla cultural y los lugares comunes, que mencioné al principio de esta nota, obedecían a que es necesario leer el tratamiento de este proyecto de ley desde esa perspectiva. En la batalla que perdimos, en la que idolatró el consumo desenfrenado y la desaprensión social, también perdieron los poetas. Ahora hay una oportunidad de reparar ese abandono. Deberíamos tratar a los poetas como a lo que ellos hacen, como a lo que ellos mantienen vivo, y sí nos importa y sí nos refleja. Eso que nos permite ver lo invisible, oír lo inaudible y asistir a la fiesta a la que no nos invitaron. Como en este poema de uno de los enormes y olvidados poetas argentinos, Edgar Bayley:
Los desiertos reales
los mares imaginarios:
no hay palabras para elogiar a esta magnolia
tampoco hay forma de destruir las palabras
ni el oficio de florista.
(Guarden compostura:
en la soga de colgar se agita la flor blanca)
una tez de flores de cerezo:
la última gota de sangre
los desiertos reales
los mares imaginarios
no pueden compararse a esta magnolia.
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