Martes, 20 de enero de 2009 | Hoy
En su adaptación de la novela, Cazaux dio un lugar mayor a algunos personajes femeninos, rescató la ironía pero trató de “no arreglar lo que funcionaba bien”. Y ahora es el actor de la versión teatral dirigida por Lía Jelín.
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
Mientras ustedes leen estas líneas, un eficaz comando compuesto por 83 profesionales altamente calificados –seguramente entrenados en algún bunker top-secret– vuelven a entrar en acción como lo hacen cada cuatro u ocho años. Gente que podría haber trabajado en versiones más o menos reales de Alias o 24, pero a la que su formidable sentido del deber patriótico y un valor casi suicida les ha empujado a seguir una vocación todavía más extrema y asumir la misión más imposible de todas.
Sí, este martes por la mañana vuelven a sonar las alarmas y a activarse todas las alertas.
Este martes, apenas superada la hora del de-sayuno, vuelven a correr los relojes y se inicia la cuenta regresiva.
Y esos 83 valientes tienen apenas cinco horas para lograr su objetivo: sacar al presidente saliente y entrar al presidente entrante en la Casa Blanca y a todas esas cajas que vienen y se van con ellos. Operación Doble Aguila para, en un movimiento, congeniar la compleja movida del mandarse a mudar con el mandar a que te muden.
Se sabe, ha sido publicado varias veces: la mudanza es ese acontecimiento en la vida de todo ser humano que suele figurar, estadísticamente, en lo más alto del Top-3 de motivos para tener un bonito brote psicótico seguido de cerca por un divorcio (cuestión que implica una mudanza) y la muerte de un ser querido (también, apenas metafóricamente, una mudanza a ese lugar del que ya no se vuelve mientras uno se queda de este lado preguntándose que hará con todo ese amor y todos esos restos mortales). Buena parte de las especies animales lo tienen más sencillo (esa súbita necesidad de desplegar alas o mover patas siguiendo el curso hasta hace poco –el cambio climático promete complicar las cosas– bien definido de las estaciones) y los presidentes norteamericanos lo tienen más fácil que nadie. Les hacen –como de costumbre– el trabajo sucio. Y si se rompe algo, no es culpa de ellos. Así, no me canso de leer sobre el milagro y de contemplar segmentos informativos sobre el asunto en los noticieros. Insana envidia. Salen de ahí los Bush apenas masticada la última tostada y para la hora del almuerzo ya están las fotos en las paredes y la ropa en los armarios de los Obama y Michelle –pocas veces he visto una mujer con mayor ambición en sus facciones y ya lista para marcar territorio– patrullará pasillos y recámaras asegurándose de que todo ha sido hecho de acuerdo con sus especificaciones. Abracadabra y presto. Y toda la maniobra se realiza con la aceitada perfección con la que siempre sueñan los jefes militares norteamericanos perdidos como zombis por las calles de Saigón o Bagdad. Para las 5 de la tarde (cuando Obama y los suyos regresen del desfile por las calles de Washington para prepararse para los bailes de la noche), ya todo estará en su sitio como si llevara años allí. Y si esto no es prueba fehaciente de que el presidente de los Estados Unidos es el hombre más poderoso del planeta, entonces...
Buena parte de los muebles los presidentes los traen de sus casas. El resto es intocable por su carácter histórico. Un fondo especial financiará las remodelaciones que harán de la Casa Blanca una estructura ecológica y limpia y el Congreso aprueba una remesa de 100.000 dólares para que los nuevos inquilinos puedan solventar modificaciones personales como alfombras y cortinas. Si se pasan de ese límite, tendrán que pagarlo de sus bolsillos mientras –miembros especialmente calificados– determinaran si los que se van no se están llevando cosas de valor que no son suyas (en su momento se acusó a los Clinton de apropiación de 190.000 dólares en vajilla y televisores) o desechos tóxicos que oportunamente deciden olvidar (cuentan que Ford se encontró con una caja de Nixon llena de cintas grabadas donde se leía NO TOCAR). ¿Qué encontrará Obama como legado de su antecesor? Espero que no sea una caja con esos mini-pretzels con los que Bush casi se ahoga mientras miraba cualquier canal en el que no apareciera él bailoteando con exóticos jefes de Estado.
Michael Smith es el poco original nombre del fashionista de interiores escogido por los Obama para que les llene de colores la Casa Blanca. Decorador de las estrellas de Los Angeles –entre las que se cuentan Cindy Crawford y Steven Spielberg– Smith fue elegido por Michelle Obama por su “enfoque familiar” o algo por el estilo. Y, por lo que veo en fotos y filmaciones, lo suyo es una mezcla un tanto barroca de estilos. Smith declaró haber sentido el llamado de su vocación cuando “a los 10 años, no podía dejar de cambiar de sitio los muebles de mi cuarto”. Después dice varias cosas más por el estilo y me pregunto qué hago yo leyendo sobre Michael Smith y escribiendo sobre Michael Smith, preocupándome por quienes van a estar en las diferentes fiestas que hoy a la noche engalarán Washington a la hora en que yo ya estaré durmiéndome o despertándome para acometer una nueva jornada con renovado optimismo y energía democrática. No es fácil, no es sencillo. Días atrás, el inefable Pedro Solbes –inmutable e inmudable vicepresidente segundo y ministro de Economía español– dijo con ese tono un poco Oblomov y un poco Valdemar que lo caracteriza que las cosas no están saliendo como se suponía, que no se sabe por qué no están saliendo y, atención, que “vivimos una situación insólita y distinta de lo ocurrido nunca” y que “vamos hacia algo muy excepcional” y que “yo creo que en una situación como la actual no hay que descartar nada”. Y hablaba como si se refiriera a una mudanza. O tal vez sea yo. Así que quizá por eso yo esté tan interesado en esta mudanza in/out a la velocidad de la luz y con máxima eficiencia. Sí: la fascinación ante algo que sale bien, que funciona, que se cumple en los plazos establecidos.
Después, al día siguiente, la fiesta habrá terminado, el ultracomando habrá regresado a sus cuarteles de invierno y Obama comprenderá que ha terminado esta luna de miel con quienes lo eligieron para que los mude rapidito a un mundo mejor. Change y todo eso. Y se dará cuenta de que aquel romántico y colectivo Yes, we can a partir de ahora tendrá que ser un Yes I can y nada de I think I can o I hope I can. Buena suerte para él y para nosotros.
En cualquier caso, fue lindo mientras duró.
Y quién le quita lo mudado.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.