Martes, 20 de enero de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por E. Raúl Zaffaroni *
Aunque el creador de la seudociencia que se llamó eugenesia era el inglés Francis Galton, una vez más se confirmó el peligro de escribir estupideces. Tardíamente Galton avisó que sus teorías eran meras hipótesis, porque del otro lado del Atlántico la asociación de criadores de ganado con fondos de poderosas fundaciones y encabezada por veterinarios, emprendió la campaña que en 1907 consiguió la primera ley de esterilización forzada en Indiana y en 1909 le siguieron otros cuatro estados.
La Suprema Corte Federal declaró constitucionales las leyes en 1927, con voto del famoso juez Oliver Holmes, profesor de la Harvard Law School. Paralelamente crecían las que prohibían matrimonios mixtos (negros, blancos, japoneses).
La campaña eugenésica se hizo mundial, los norteamericanos pagaron investigaciones alemanas (incluso del maestro del doctor Mengele) y hubo dos conferencias panamericanas (La Habana, 1929, y Buenos Aires, 1934, inaugurada por el presidente Justo).
La eugenesia negativa (esterilizaciones masivas, prohibición de matrimonios y apartheid) fue difundida en Brasil por un médico director local de la Bayer –Renato Kehl–, quien defendía la herencia de los caracteres adquiridos (Lamark), pero afirmaba también que la raza negra tenía menos capacidad evolutiva.
Kehl estableció un vínculo muy estrecho con un escritor de cuentos para niños, muy citado en la literatura brasileña: Monteiro Lobato. Recientemente existe la manía de revalorar ideas genocidas –Carl Schmitt por ejemplo—, lo que también parece suceder con Monteiro Lobato, a quien (con el perdón de los historiadores de la literatura brasileña) lo siento siniestro.
Monteiro Lobato escribió una única novela en 1926, que se llamó El choque de las razas, novela del choque de las razas en América en el año 2228. Más tarde se cambió el título por El presidente negro. Se tradujo y publicó en Buenos Aires en 1935 y se acaba de reeditar en San Pablo (Editora Globo, 2008).
Es un relato en primera persona de un sujeto insignificante enamorado de la hija de un sabio que inventa algo así como la máquina del tiempo y muere. La hija le explica a su enamorado tonto lo que sucederá en los Estados Unidos en el 2228.
Allí los partidos se separan por razas y un partido femenino y finalmente, por primera vez, gana el partido negro y eligen a un presidente negro. Pero los negros ya se han blanqueado la piel, lo que no les importa mucho a los blancos. El único problema que tienen es que mantienen el cabello enrulado. Otro sabio encuentra la forma de alisarles el cabello con unos rayos y los negros en masa se los hacen aplicar y sus cabellos quedan planchados y sedosos.
La novela termina cuando el presidente electo se entera, por boca del líder blanco, que en realidad los rayos que planchan el cabello son esterilizantes y, por ende, la raza negra está condenada a desaparecer.
La moraleja sería que el potencial transformador de los dominados se neutraliza y se extinguen en su afán de parecerse al dominador.
Aunque sea una novela de un racista discutido –y que no pretendo con esto revalorar– no está mal como advertencia, a la hora en que tampoco es poca cosa que, apenas después de cincuenta años de la declaración de inconstitucionalidad de las leyes que prohibían los matrimonios mixtos en los Estados Unidos, un mulato llega a la presidencia de la República.
* Juez de la Corte Suprema de Justicia.
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