Miércoles, 18 de febrero de 2009 | Hoy
Por Enrique Medina
Pide el café con dos gotitas y yo me avergüenzo con una lágrima. Ya hace un montón Juan Carlos Miño fue, con otro montón, compañero de infancia, y alguna vez lo dije: el mejor wing derecho de todas las tumbas en todos los tiempos. Ahora, luego de una extensa carrera como diseñador, se ha especializado como bailarín de tango y dicta clases en Ecuador y Paraguay, ofreciendo con generosidad el precioso don concedido por Dios tal como lo hacía con los pataduras que podíamos salir a la milonga de los sábados. Nos enseñaba con obstinación, escrupulosidad, excelsitud y misericordia. Algunos fueron alumnos muy aplicados y excelentes y otros tuvimos que dedicarnos al ajedrez.
–Eso era antes. Se bailaba como el bolero saliendo con el izquierdo adelante, no, yo enseño con el paso atrás, pero cuando yo voy a bailar salgo hacia el costado...
Habla mezclando todo. Lo actual con los recuerdos. No nos acordamos del nombre del teatro donde actuó por primera vez Dizzy Gillespie. Ah, sí era el Casino. En Esmeralda... No, era Maipú, te digo... Y también había un teatro independiente en un sótano y llegando a Sarmiento un club nocturno donde ¡cantaba Angel Vargas...! Y recordamos ese buen tiempo en el que habíamos conseguido hacernos amigos de los negros y entrábamos gratis cargando los instrumentos. ¡Todas las noches iba Lalo Schifrin, y después se fue de gira con el negro...! ¡Y Franco Corvini y su trompeta argentina, cómo se lució con la orquesta...! Lástima, murió en Italia, pobre, pero ¡le fue muy bien en Europa...! En esa época minga de tango. Eramos especialistas en jazz. Juan Carlos hasta estudiaba clarinete. ¿Te acordás que en el Plaza no los quisieron recibir? Fueron a parar al Continental de Diagonal... Y haciendo un recorrido por aquella etapa musical, me explica:
–La decadencia del tango empieza lánguidamente con la caída de Perón en el ’55. Del ’58 al ’65 es total el desbande, desaparecen orquestas... Los barrios hacían resistencia. Los clubes, especialmente de Villa Urquiza... ¡Y las unidades básicas! Siempre apoyaron el tango. A diferencia de los comités, que miraban para otro lado... Ahora estamos luchando por la Universidad del Tango... Pero cuesta, creeme... Hay gente como Selles, Héctor Negro, Del Priore, muchos, que estamos luchando para conseguir la casa propia... Llegamos al tango porque el tango es la raíz, con el jazz llegás al techo pero con el tango llegamos al cielo porque tiene raíz, ¿está...?
Y le pregunto por ella, buscando las palabras, como al descuido, porque al estar más cerca del Alzheimer que del abismo, también se me escapa el nombre, que sé que era fácil... Y me dice:
–¿Gricel...?
Y se le cambia la cara, como cambió el corte de pelo (pelambre desproporcionada que siempre le envidié), y la nuez le respinga y el labio le tiembla y yo siento que he desafinado y digo al voleo, para zafar:
–Che, ¿hay guapos en la milonga, todavía?
Mi dislate parece sacarlo del remolino, se acoda a la mesa y respira en busca de lo no hallado, insiste echando una ojeada sin sentido al bar y deja escapar un susurro:
–Estábamos bailando... y se me murió en los brazos. Si no hubiese sido por el peso no me daba cuenta... Le estoy escribiendo un tango... Me dio tanto...
Y no dice más. Una mano la descansa en la silla de al lado y con la otra se acaricia la frente. Se reacomoda para mirar la calle. Como si supiera, el mozo se acerca. Le pido otra vuelta para los dos. Le pregunta a Juan Carlos si con dos gotitas. El responde con un sí apenas audible debido a que se da cuenta de que el recuerdo no siempre es grato, entonces confirma levantando dos dedos, y miramos hacia la calle. Miramos gente. Gente que va y gente que viene.
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