Martes, 1 de septiembre de 2009 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Si –como advirtió el poeta– abril es el mes más cruel, entonces septiembre es ese otro mes que espera a abril a la salida del calendario para molerlo a patadas. Al menos por aquí, todos los años. Y este año peor y más que nunca. Septiembre –que se esconde bajo la sofisticada máscara de la rentrée– no es otra cosa que un volver a empezar con el año comenzado y, ahora, para colmo, con un 2009 maldito. El regreso de las vacaciones equivale, sí, a sacar cuentas, a descubrir que las cuentas no salen y que el optimismo de los pronósticos ligeros sucumbe ante la pesadumbre del diagnóstico en firme. Dicen que Europa comienza a recuperarse y que España va a la cola, y aquí vienen los bronceados políticos invitando a “poner el cuerpo” y “arrimar el hombro”, pero –se les nota– con tan pocas ganas de dar la cara. Así, días de gran desilusión: los que disfrutaron como niños durante más de una década larga descubren, de pronto, que Papá Noel no existe y que los Reyes sí: pero son dos, se llaman Juan Carlos y Sofía, están muy ocupados en sus cosas y no son magos.
DOS Y entonces se van acumulando las noticias entropistas. Paisajes que se derrumban, clásicos que mutan a vetustas antigüedades. Pubs ingleses que cierran por la prohibición de fumar y los muy estrictos controles de alcoholemia. Los ciudades espectrales de Alemania del Este donde nadie quiere vivir. La Barcelona donde vive cada vez más gente en menos metros cuadrados y –el fin de la idea de la Tierra Prometida– el asombro de las autoridades ante las pocas solicitudes de argentinos para nacionalizarse como españoles, cortesía del exilio de sus abuelos. Los parques temáticos ibéricos a los que nadie tiene interés de subirse por miedo a descubrir que tanta réplica y recreación se parecen demasiado a la artificialidad de la propia vida. La cada vez más despoblada Second Life en la que tantos fueron felices siendo otros y en la que ahora el 95 por ciento de los avatares se encuentra inactivo. Ruinas virtuales y –como siempre, vuelvo a decirlo– en algún lugar Philip K. Dick y J. G. Ballard se encuentran para mirar de lejos todo esto que ellos supieron ver de cerca desde hace mucho tiempo.
Y, claro, por supuesto, ahí viene –acercándose desde el horizonte– el otoño/invierno de la gripe A. Aparecen por todas partes carteles que recomiendan dejar de lado la efusiones latinas (darse la mano, abrazarse, besarse y pasar a la oriental e higiénica inclinación de cabeza) y hasta la Iglesia ha sugerido no besar los pies de las estatuas de los santos para evitar el divino contagio de los pecadores. Y –ante las revelaciones de que más del 85 por ciento de la población registra en su cuerpo restos de compuestos químicos en desuso como el DDT y derivados; sí, nos hemos convertido en seres verdaderamente repelentes– ya están los que piensan que, tal vez, en lugar de invertir tanto en Tamiflu, lo mejor sería una vuelta de Propofol para todos mientras los zombis vienen bailando.
TRES Estos aires apocalípticos encuentran, por supuesto, su correlato espectacular. Hollywood prepara toda una batería de films findemundistas (que van de tsunamis bacteriológicos, pasan por las orgías de no-muertos y las predicciones cumplidas de almanaques precolombinos) y la próxima apuesta de la televisión será algo llamado Flash Forward: serie en la que la humanidad toda se desmaya durante dos minutos y se proyecta veinte años en el futuro y, al despertarse, otra vez en el presente; pero conscientes de cómo será el mañana durante 120 segundos y a armar el rompecabezas entre todos y ya estamos otra vez en Lostlandia. La idea –que en mi modesto entender se “inspira” demasiado en la novela Timequake de Kurt Vonnegut, el otro gran maestro del Juicio Final junto a Ballard y a Dick– chocará de frente contra la adaptación cinematográfica de La carretera de Cormac McCarthy en la que padre e hijo recorren un paisaje Unmade in USA. Lo más ¿divertido? de todo esto –de todas estas postales megacatastróficas– es que en realidad demuestran una casi descarada ilusión y esperanza por lo que vendrá.
El otro día leí que no hay fantasía más fantasiosa que aquella de “el día después”, de que alguien o algunos sobrevivirán para contar la historia. Lo más probable –aseguran los especialistas– es que, luego de la hora de la verdad, no quede nadie para seguir diciendo mentiras. Telón. Se acabó lo que se daba. The End.
CUATRO Pero mientras tanto, y hasta entonces, lo que importa es la economía. Y –para apocalip$i$ de bolsillo y del bolsillo– la edición del pasado sábado de El País era un festival de malas nuevas. En la primera plana, Zapatero –luego de tararear una vez más la canción del verano “Ya ha pasado lo peor”— anunciaba/insinuaba subida de impuestos “limitada y temporal” (los españoles cobran menos que la media continental, seis de cada diez ganan menos de 1000 euros), desactivación de los 400 euros descontados de lo que había que pagarle a Hacienda (caballito de batalla de su última campaña electoral) porque la situación ha cambiado “radicalmente” y el editorial del diario titulaba “La hora del rigor”. La doble página de economía ofrecía los siguientes titulares: “La caída del consumo reduce un 47 por ciento del beneficio de El Corte Inglés”, “La facturación de Carrefour se ve lastrada por España”, “Iberia registra pérdidas de 165 millones en el semestre”, “Los afectados por despidos colectivos se multiplican por 12 en un año” y “Los turistas gastaron un 6,6 por ciento menos en julio”. Mientras tanto, Rajoy y el Partido Popular comienzan a matizar/rebajar un poco sus alucinaciones persecutorias estivales y disfrutan y/o padecen la paradoja de ascender en intención de voto en las encuestas mientras sus propios líderes descienden y caen en lo que hace a capacidad, buena gestión y simpatía. Lo que vuelve a poner de manifiesto aquello de primero el movimiento y después ya veremos. Eso sí: el F. C. Barcelona sigue ganando todo lo que se le pone a tiro, parece que a la cervecera Damm no le va nada mal y, por suerte, la sección de espectáculos anuncia el inminente estreno de la sexta temporada de Doctor House. Me parece bien, me alegro: si algo vamos a necesitar es un doctor que no mienta y que averigüe cómo curarnos de tanto gran mal.
CINCO Y agosto ha sido un mes rico en necrológicas de renombre. Murieron tantos que los obituarios van saliendo en la prensa con demora y con el muerto ya muerto. Sin ir mal lejos, recién me entero de la partida de Heinz Edelmann, autor de los dibujos del animado film Yellow Submarine. Aquel en que –al final– los Blue Meanies, derrotados en Pepperland por la colorida psicodelia beatle, se preguntan a dónde ir a lamerse las heridas y se responden: “¿Argentina?”.
A remezclar y remasterizar que se acaba el mundo y a no olvidarlo nunca: al final, el amor que tomas es igual al amor que haces. Tenerlo en cuenta –antes de desmayarse, soñando con despertarse dentro de unos años y quedarse ahí– a la hora de hacer la declaración de la renta.
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