Martes, 3 de noviembre de 2009 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Halloween es algo así como el trailer de las Navidades pero con polaridad opuesta. Así, la primera noche invoca la vuelta plural de espectros sagrados, mientras que la segunda evoca la ida singular de un hijo único bajo la mirada vigilante del Espíritu Santo. Halloween ha generado grandes y ocurrentes películas (entre ellas una de las mejores ideas de Tim Burton), mientras que la Navidad insiste una y otra vez con la misma vieja historia. De acuerdo, hay nobles excepciones: las adaptaciones de A Christmas Carol e It’s a Wonderful Life. Pero, si se lo piensa un poco, lo de Charles Dickens y la Frank Capra no son más que especímenes halloweenescos con transparente máscara de Santa Claus donde el trasnochador Ho Ho Ho apenas esconde un insomne Haw Haw Haw.
DOS Máscaras de caretas. Máscaras de Nixon, de Reagan y de Bush supieron ser éxitos de venta en pasados Halloween norteamericanos. Zombis de Salón Oval y la perturbadora postal de presidentes norteamericanos como extraños en esa noche rara. Primeros mandatarios como últimos difuntos que caminan y haciendo de las suyas sobre las nuestras a lo largo y ancho del mundo. ¿Se estarán fabricando ya máscaras de Obama? Ya saben: estadista en guerra, reciente autografiador de presupuesto militar record y Premio Nobel de la Paz al que se le complican cada vez más las cosas, porque una cosa es decir con impecable oratoria y otra hacer en eficiente silencio. Mucho blah blah blah y poco do do do, comienzan a decir quienes creyeron en él –ahora con diez puntos menos en las encuestas de popularidad– y empiezan a preguntarse, can we?, yes?, si la fiesta ya terminó. Otros, quienes nunca se lo tomaron muy en serio, ya han aplicado la broma del pálido maquillaje de The Joker sobre su retrato oficial. Acorde con el espíritu de los tiempos, la semana pasada la agencia EFE distribuyó la inevitable y muy posada foto del líder contemplando el crepúsculo desde la ventana de su oficina –la Casa Blanca se iluminó de naranja calabaza, Michelle se disfrazó de Catwoman– mientras afuera, en el jardín de árboles dorados por el otoño, los espíritus de elecciones pasadas y futuras prometían hacer tremendas travesuras si no se los apaciguaba con sabrosas golosinas.
TRES ¿Se festeja Halloween en Argentina? No lo recuerdo. Recuerdo, sí, mi desamparo infantil por no contar entonces con una fiesta tan rebosante de monstruos. Yo tenía unos cinco años y ya envidiaba sin reparos a los vampiros enanos recorriendo las calles de los suburbios de USA y a los esqueletos cantarines en el Día de Muertos mexicano. En España, Halloween se festeja cada vez más y mejor y más fuerte. Lo que provoca las iras y persignaciones de conservadores (los mismos que acusaron a Harry Potter de incitación a la brujería), quienes advierten de un avance del aquelarre pagano sobre ritos católicos como el Día de Todos los Santos y todo eso. Los progres, por su parte, denuncian maniobra invasiva y subliminal de ese imperialismo yanqui que nunca deja de mostrar garras y colmillos. Los gallegos, en cambio, reivindican el origen celta del asunto. Los verduleros encargan partidas de calabazas especiales para vaciar y ser halloweenizadas. Las tiendas de disfraces y cotillón ibéricas apuntan que venden más y mejor para Halloween que para Carnaval pero que, también, sienten el golpe de la crisis: Drácula, Frankenstein, el Hombre Lobo, la Momia, brujas de diversas variedades exigen demasiada producción e inversión y, después de todo, esas obras maestras que son I Walked with a Zombie y The Night of the Living Dead se filmaron con presupuestos ínfimos. Así que este año lo que se usó fueron los zombis: ropa vieja, maquillaje a base de talco y un poco de ketchup y, ¡hala!, a la calle. A esa calle donde hay cada vez más gente sin trabajo llamando a las puertas y, casi exánimes, gritando titulares como “La tasa de paro en España alcanza el 19,3 por ciento, más del doble que la media en la Unión Europea”. Y a temblar todos juntos.
CUATRO En la calle, también, muchos políticos locales a los que ese equivalente de Van Helsing/Padre Karras llamado Juez Garzón ha decidido clavarles la estaca y exorcizarlos. No hay semana por aquí que no estalle un escándalo de corrupción. A diestra y siniestra, a Derecha e Izquierda, se develan las bestiales mordidas en los cuellos y los litros de sangre chupados, durante años de bonanza, en una España que iba tan bien y que ahora parece tropezar por las calles, el traje hecho jirones, la boca llena de tierra, los brazos extendidos, los ojos bien abiertos obligados a ver todo aquello que se optó por no ver en su momento.
CINCO Ver This Is It –el apresurado y exitoso documental sobre los últimos días de Michael Jackson– resulta un ejercicio tan fascinante como perturbador. Un descenso al Mucho Más Allá de quien ahora es un muerto vivo y –por entonces, intentando el milagro resurreccionista de una gira de despedida– era un muerto en vida. La película se preocupa en enseñar la espectacularidad de las intenciones de un hombre al que la máscara de la fama le había comido el rostro. Y lo consigue. Y de paso –sin quererlo y subliminalmente; porque cabe pensar que en las cien horas de metraje registrado en estos ensayos, según lo confesado por testigos directos, habría tramos mucho más reveladores y hasta sórdidos– aparece un niño grande al que le cuesta comunicar la idea más simple a un grupo de bailarines que lo contempla con una mezcla de reverencia y pasmo. La mirada que uno dedica a un zombi o a un inmortal. A quien se quiso en carne y hueso y se teme en fiambre plastificado. Y, por supuesto, ahí están, otra vez, como si el tiempo no hubiese pasado para ellos (o sí; porque aparecen mejores que nunca) todos esos cadáveres danzarines de “Thriller”. Aprender la coreografía, convocar a baile colectivo en www.thrillerworld.com, y reclamar la posición correspondiente en ese limbo de la tontería voluntariosa y en trance que es The Guinness Book of Records. Después, toda esa gente que nunca pensó en leer a Jane Austen entra en las librerías y se compra el absurdo best-seller Orgullo y prejuicio y zombis de Seth Graham-Smith y hasta el año que viene, hasta REC 3.
SEIS Antes, apuntarse a Legacylocker.com, a Last Messages Club, a Greatgoodbye.com, a Wishesbeyondlife, a Deathbook. Depositar penúltimas palabras y películas caseras y fotos y bendiciones y condenas para contados seres queridos o infinitos amigos twitterescos cuando ya no estemos en el acústico aquí y sí en el eléctrico allá. El fantasma en la máquina. La pantalla de cristal líquido como bola de cristal sólido. Sorpresa. O no tanto. Si algo sobra ahí dentro son zzzzombis de encandilados ojos en blanco y lo que falta son brrraaaiiinnnsss que piensen y vean claro las cosas de este mundo.
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