Domingo, 6 de diciembre de 2009 | Hoy
Por Juan Gelman
Barack Obama tardó 92 días en decidir, sin sorpresa para algunos y con desilusión para muchos: enviará 30.000 efectivos más a Afganistán, serán ahora 100.000, y prometió que en 18 meses comenzará a retirarlos (lati mesblogs.latimes.com, 1-12-09). El enemigo que amenaza la seguridad de EE.UU. –subrayó, y parecía W. Bush– es Al Qaida, una opinión que no comparte, o no compartía, su asesor en materia de seguridad nacional, general (R) James Jones: “Ha disminuido mucho la presencia de Al Qaida (en Afganistán), se estima que tiene, como máximo, menos de cien hombres operando en el país, carecen de bases y de la capacidad de lanzar ataques contra nosotros o nuestros aliados” (www.huffintonpost.com, 4-10-09). Es una estimación que comparten la Comunidad de Inteligencia y el Pentágono (abcnews.go.com, 2-12-09). ¿Entonces?
El costo del aumento ascenderá a 30.000 millones de dólares, es decir, un millón de dólares anuales por soldado, y valdrá 300 millones la vida de cada terrorista de Al Qaida que se mueve en Afganistán. Funcionarios del Pentágono y de la Casa Blanca se apresuraron a justificar de manera anónima semejante exageración: declararon que cien miembros de Al Qaida pueden hacer “muchísimo daño” y sugirieron que los talibán “obedecen sus órdenes”. Hace un año decían que éstos habían roto todo vínculo con las redes de bin Laden (edition.cm.com, 6-10-08). ¿Entonces?
El presidente estadounidense apuntó: “En los últimos años, el talibán ha hecho causa común con Al Qaida, ambos tratan de derribar al gobierno afgano”. No aclaró que sus fines son diferentes: la causa del primero es la destrucción en el territorio continental de EE.UU.; la del último, el derrocamiento del gobierno de Karzai y la retoma del poder. Obama incurrió en una curiosa omisión: “Es bien conocido el agudo debate sobre la guerra de Irak y no hay necesidad de reiterarlo ahora”. El presunto arsenal de armas de destrucción masiva en poder de Saddam Hussein pasó al olvido.
Barack Obama anunció el incremento de las fuerzas armadas norteamericanas en un discurso pronunciado en West Point ante un auditorio militar que sólo lo aplaudió dos veces y sucintamente. Comparó la guerra de Vietnam con la de Afganistán: y rebatió a quienes dicen que la última es como la primera: “Arguyen que no se puede estabilizar al país y que mejor sería poner fin a nuestras bajas mediante una retirada rápida. Este argumento es producto de una lectura falsa de la historia. A diferencia de Vietnam, estamos acompañados por una amplia coalición de 43 naciones que reconocen la legitimidad de nuestra acción”. Esta afirmación pasa por alto el hecho de que tropas de Canadá, Francia al principio, Australia, Corea del Sur, Taiwán, Nueva Zelanda, Tailanda y la España de Franco combatieron junto a EE.UU. en Vietnam. En efecto, hay lecturas falsas de la historia.
El mandatario afroamericano amplió el tema: “A diferencia de Vietnam, no estamos enfrentando a una insurgencia de amplia base popular”. ¿Para qué enviar más tropas, entonces? Funcionarios de inteligencia especulan que hay varios centenares de terroristas de Al Qaida en Pakistán y Obama aseveró: “Estamos en Afganistán para prevenir el cáncer que una vez más se extiende desde ese país. Pero el mismo cáncer se ha instalado en la región limítrofe de Pakistán y por eso necesitamos una estrategia que funcione a ambos lados de la frontera”. ¿Qué entrañaría ese funcionamiento eficaz? ¿Una invasión a Pakistán, dada la notoria incapacidad de acabar con su propia insurgencia que Islamabad exhibe?
“Pocos días después del 9/11 –manifestó Obama– el Congreso autorizó el uso de la fuerza contra Al Qaida y contra aquellos que lo amparan, una autorización que sigue en pie hoy.” Recoge así el legado de W. Bush para insistir en aventuras bélicas. “Es fácil olvidar que cuando comenzó esta guerra (los estadounidenses) estábamos unidos por la memoria aún fresca de un ataque horrible y por la determinación de defender nuestra patria y los valores que apreciamos. Me niego a aceptar que no podamos reconstruir esa unidad.” ¿Con base en el mismo miedo que W. y su equipo sembraron entonces? La sociedad norteamericana no parece dispuesta.
“Las palabras del presidente suenan vacías para ellos”, titula Los Angeles Times del día siguiente al del discurso; “ellos” son miembros de una organización de familias de militares, reunidos frente a un televisor para escucharlo. “Cuando el comandante en jefe sugirió que los críticos se equivocaban al comparar el esfuerzo militar en Afganistán con la guerra de Vietnam, varios se carcajearon”, testimonia el periodista Louis Sahagun. Cunde el desánimo entre quienes votaron a Obama creyéndolo pacifista. Es natural: les espera la pérdida de sus seres queridos.
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