Sábado, 24 de julio de 2010 | Hoy
Por Sandra Russo
Mauricio Macri estaba lanzando su campaña cuando llegó el momento de acercarse a los pobres. La suya no fue una opción por los pobres, como podría entenderse si uno no hablara de otra persona. Macri necesitaba la foto. Lanzar su campaña desde un barrio con calles de tierra, que ese día eran de barro, completaba al personaje que lo tenía todo. Lo dado en el personaje era su relación con otros mundos. Pero como hay tantos pobres y encima también votan, no hay candidato político que se les resista. Macri venía de Boca y ya se había entrenado en frecuentar morochos, pero ahora se proponía como “el jefe de Gobierno de todos”, y llevó su cuerpo hecho carne con su traje a una villa.
Escribí una columna que se llamó “Retirate”. Macri había recibido críticas porque pidió piso de deck, y habló tomando del hombro a una nena de villa en una actitud física a la que solamente le faltó el alcohol en gel.
Un día después hizo algo parecido a pedir disculpas, casi lo más parecido que hizo en ese sentido en lo que lleva gestionando: dijo que no manejó la situación, y que de haber podido le hubiese dicho a esa nena: “Retirate que tengo que comenzar”. Los modos de decir de Macri a veces son sorprendentes.
“Retirate” era un modo de decir, se ensayaba en aquella nota, de quien está acostumbrado a retribuir la eficiencia del personal de servicio con un trato distante y respetuoso. Es lo que se espera de un buen patrón. Decirle “retirate” a una nena de diez años equivale a haber dicho miles de “retírese” en su vida. Connota también el imperativo de quien decide que el otro ya no es necesario y lo devuelve a su lugar: la cocina, el jardín, el escritorio, el despacho. Ese a quien se le dice “retírese” no puede contestar. A un “retírese” sólo puede seguirle la retirada. Quien lo pronuncia tiene la última palabra. Es el que paga. “Retírese” le dice el jefe al empleado, y “retirate”, la señora a la mucama. Marca además un uso del lenguaje: un cualquiera diría “andate”, pero una señora o un señor, que son doblemente señora y señor ante las mucamas, usa el verbo “retirarse”.
De alguna manera, la ciudad de Buenos Aires está llena de mucamitas que se resisten a retirarse. Mucamitas que estorban, que tienen conductas insoportables como cortar las calles, hacer marchas, pedir paritarias, insumos en los hospitales, cumplimientos de leyes, ejecución de presupuestos, en fin, esas cosas que si no las hacen las mucamitas las hacen sus hermanas, sus novios, sus padres o sus madres o sus hijos.
Ahora que él se ofrece a un juicio político de diseño, un juicio Palermo Hollywood, haciéndose pasar por quien “busca la verdad”, ahora que está procesado por haber transferido su centralita de Boca al Estado porteño y será juzgado por asociación ilícita, es hora de preguntarse qué es lícito y qué ilícito para Macri, y qué juzga cada quien que es lícito para alguien poderoso. Y también agregaría la pregunta por los votantes de Macri, por sus expectativas. Me pregunto hasta qué punto eligieron que los papelitos se tiren en los cestos, y hasta qué punto consintieron en que las prácticas mafiosas de las corporaciones (las escuchas, los aprietes, la evasión fiscal, la corrupción selectiva, la tercerización entre amigos, las patotas, etc.) reemplazaran a la política.
Me pregunto hasta qué punto fue defraudado el electorado de Macri, en un país en el que sobra la doble vara y la doble moral, y en el que a los ricos se les atribuye esa viveza fálica, esa celebración del ilícito tan propia de cierta argentinidad.
En su defensa, Macri viene diciendo que Kirchner se lo armó todo, teoría a la que suscriben hasta una intelectual y un par de periodistas. Los demás esta vez ven la pantomima, el gesto teatral desfigurado, el exceso de autoconfianza, la inercia de la impunidad y el abuso de mentira. Macri se sintetiza a sí mismo en su planteo del Antagonista Trágico, el perseguido de las novelas, el delantero que es frenado con patada bestial en el borde del área.
Pero no es la relación de Macri con Kirchner lo único que se puede leer en esta escena ni, concluyo, lo más importante. Desde cierto punto de vista, es la relación de Macri con las mucamitas la que estalla con su procesamiento. Las últimas mucamitas que se le retobaron son los camaristas que “deben esconder algo muy oscuro” para haber firmado las 60 páginas de un fallo escrito por Kirchner.
Macri no es alguien que se haya dedicado a los negocios privados y después accedió al poder a través de la política. Eso para Wikipedia. Macri es alguien que desde que nació no conoce otra cosa más que poder. Que en un sistema capitalista planee tan vaga la idea de que el dinero es el generador de poder por excelencia, y que la tarea de la política es arrebatárselo, devolverlo a lo público en la parte gruesa que le toca, es sólo una señal de que los que concentran el dinero también concentran las ideas, los argumentos y los relatos disponibles.
Más allá del borde institucional en el que, le guste o no, quedó parado, el procesamiento de Macri no es lo más grave que se puede decir de Macri. En todo caso es la consecuencia de su torpeza y la de sus asesores. La paradoja de su desconexión. Pero las patotas de la UCEP, los barrabravas que usó el gobierno porteño para echar a los pobres de las calles a patadas, la idea de que el espacio público debe ser despejado de bultos humanos, sintetiza mejor la naturaleza de gobierno que los grandes medios apañan, porque es la de su misma estirpe.
El jefe de Gobierno de Buenos Aires que pide su propio juicio político porque todavía no abandonó la idea de la presidencia es, además, el jefe del gobierno más impiadoso y reaccionario que tiene esta ciudad desde la dictadura. Este rejunte de funcionarios y legisladores que ponen cara de póker para seguir a Mauricio hasta el naufragio es el que lleva adelante esta gestión vergonzosa, en la que los hospitales y las escuelas y los teatros han sido expropiados a los sectores populares, se han convertido en dádivas que da el Estado a las mucamitas, y no te quejes si no hay estufa, chinita, que gracias que estudiás.
En su extraordinaria soberbia, retrocediendo siempre para adelante, Macri fue ampliando su idea del personal de servicio. Ahora las mucamitas del Poder Judicial no se retiran, aunque él ha dado la orden.
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