Sábado, 26 de noviembre de 2011 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Si siempre tengo que emplear la frase de “las fantasías de la realidad” ante las sorpresas repentinas que nos depara el mundo, en este caso considero que ha superado ya toda las barreras. En Tucumán se ha fundado una organización de jóvenes que se autodenomina Juventud Justicialista Libertaria. Sí, nada menos. Surgidos del justicialismo han decidido adoptar los métodos del socialismo libertario, denominado anarquismo.
Me enteré cuando fui invitado a la ciudad de Tucumán a la inauguración de la biblioteca popular en el barrio de Luján. Cuando llegué me contaron que esa biblioteca había sido fundada por la Juventud Justicialista Libertaria. No lo podía creer. ¿Cómo? ¿Juntar el peronismo con el anarquismo? Algo jamás ni pensado ni imaginado. Habría que despertarlos a Proudhon, a Bakunin y a Kropotkin para que trataran de hacer alguna interpretación que nos podría llevar a desenvolver el ovillo de ideologías y experiencias históricas para llegar a una leve aproximación y a una interpretación de esa conjunción. Salió en verso, como ven.
Pero más que eso analicé el ambiente que me rodeaba: gente de trabajo, auténtica, un club de barrio que había sido abandonado ahora estaba siendo reconstruido por sus propios habitantes con el esfuerzo de todos. Y lo primero, una biblioteca. Creí que volvíamos a aquellos años heroicos cuando los primeros anarquistas y socialistas y las asociaciones obreras en general alquilaban una casa por lo menos de dos piezas para usar una para las asambleas y la otra para biblioteca. Y ahí, los sábados a la noche, en el salón de asambleas, ofrecían teatro para el pueblo, con obras que hablaban de las luchas y reivindicaciones obreras.
Guardé silencio cuando en el acto de inauguración habló primero el presidente del club, Sergio Romero. Con palabras bien sentidas. Lean estas frases, por ejemplo: “Esta historia comenzó casi dos años atrás, cuando asumimos la conducción del club, y entre las múltiples ideas que teníamos para desarrollar estaba el proyecto de formar una biblioteca popular. Veníamos con una valija de proyectos, de sueños y con muchísimo entusiasmo, pero inmediatamente nos dimos cuenta de que no podríamos concretarlos si no arreglábamos la casa: las instalaciones del club eran muy precarias, así que inmediatamente pusimos manos a la obra y cambiamos todos los pisos del club, hicimos el tinglado, el salón y los baños, mejoramos las instalaciones eléctricas. Sostener un club no es una tarea sencilla, requiere la colaboración de muchas personas y mejorar la infraestructura es a veces más difícil. Cuando contamos con las instalaciones mínimas, comenzaron los distintos talleres y actividades deportivas”.
Y ahora viene la política: “En el medio de todo eso –continuó Romero– los jóvenes de la Juventud Justicialista Libertaria encontraron en el club un espacio para desarrollar actividades políticas y culturales y nos plantearon la inquietud de formar una biblioteca popular. En medio de andamios, albañiles, cemento, ripio, arena, mientras levantábamos paredes y soñábamos con techos nuevos, construimos sueños y proyectos para levantar el club, no sólo desde lo material sino también a nivel simbólico”.
Me place describir estos hechos de la voluntad de la gente de trabajo. Una biblioteca popular, allá, en un barrio tucumano. Y que lo construya una Juventud Justicialista Libertaria. Dos ideologías que nada tienen de común y con jóvenes que se unen para trabajar juntos en la cultura. En vez de guerrear o agarrarse a trompadas o pertenecer a hinchadas futboleras que como norma tienen la agresión. No, fundan una biblioteca popular. Y continúa el titular del club diciendo estas profundas palabras: “Es que una biblioteca es mucho más que un lugar donde se guardan libros: en mi experiencia personal, las bibliotecas son lugares para conocer otros mundos, para viajar, para saborear experiencias distintas... los libros son espacios de resistencia, de refugio de las ideas, de los proyectos, de la memoria. Un espacio para que los jóvenes y niños puedan pensar, soñar, imaginar y luchar por un país más justo”.
No, pensé, no estoy en una cátedra universitaria, estoy en un club de barrio tucumano. Pero el mismo tono permaneció cuando habló el representante de la Juventud Justicialista Libertaria, pero claro, con un lenguaje que caracteriza a los jóvenes plenos de ideales y con conceptos y palabras nuevas. Nos dijo: “¿Quién podía pensar que jugar a la política podía ser tan divertido? Un par de desvelos productivos, un rejunte de sueños conscientes y unos locos que están libres sólo porque tienen trabajo. Así nació esto que hoy tiene casi un año. Justicialismo Libertario, un oxímoron, una contradicción asumida, carta de presentación poco seria, poco serio serás vos. Resignificando palabras, tallando conceptos, forjamos nuestra identidad, corriendo riesgos, siendo libres”.
Más adelante, señaló: “Nuestro existencialismo nos mandó a laburar, Justicialismo Libertario es un caos organizado, justamente se trata de fundir la contradicción en el fuego del deseo y del amor y derribar los muros de la mente, bailamos en la comisaría y pateamos la calle, convirtiéndola en el ágora donde tiene que volver la Política, en nuestro caso una Política del Sueño. ¿Quién te dijo que esto no puede cambiar? Por este lado venimos como el viejo Diógenes, burlándonos de los discursos opresores, vimos que existía un hecho sintomático en la militancia, viejos maestros enseñándonos cómo hacer ‘nueva Política’. Nos proyectamos y empezaron a aparecer las vertientes, las corrientes de pensamiento y de acción y en nuestro discurso aparece vigente el pensamiento libertario... Donde usted ve en blanco y negro, nosotros vemos en colores los matices del todo. Vemos Historia en el Futuro, el Inicio es Aún”.
Los jóvenes se abrazan. Me llevan a ver los libros que han reunido. Sillas y mesas para sentarse a leer después del trabajo. Me pregunto: a lo mejor estos jóvenes tucumanos pueden cambiar el rojo por el naranja. A lo mejor en vez de cuadros con líderes nos muestran paisajes con gramíneas en flor, llanuras de opinión. Todo resolverlo en asamblea, ningún dictador. Comienzan los sonidos de música norteña plenos de ecos del terruño y de historia de siglos. Sombreros anchos, sandalias, rostros con mucho sol de siglos. El gran salón barrial pleno de ladrillos en construcción está abarrotado de gente que baila, se ríe, come empanadas. Mientras los libros en los nuevos estantes nos miran. No puedo menos que mirar todo con cierto entusiasmo y admiración. Desde la base. La gente no se rinde, sigue buscando soluciones. Aquí lo quieren hacer en Libertad y con la experiencia de tantas generaciones anteriores. Me imagino a los anarquistas de la Semana Trágica, la Patagonia Rebelde y La Forestal mirando esto. Tal vez, Simón Radowitzky o Kurt Wilckens dirían: hay que dejarlos hacer a ver dónde llegan. Tal vez Severino Di Giovanni les aconsejaría: “Sí, pero de la palabra vayan a los hechos”. Y Bakunin, Kropotkin y Proudhon escribirían un nuevo capítulo titulado “Nuevas sociedades, nuevos intentos”.
Tucumán, barrio Luján. Jóvenes. Camino por las calles de esa ciudad que me vieron jugar cuando niño. Recuerdo los carros que pasaban cargados de caña de azúcar. A doña Josefa que nos traía empanadas y mazamorra. A mis padres tan jóvenes.
Y no quiero terminar esto sin recordar a Eduardo Rosenzvaig, que nos acaba de dejar para siempre tan joven aún. El profundo escritor de La oruga sobre el pizarrón y tantos profundos ensayos de interpretación de nuestra realidad. Para él, mi admiración y homenaje.
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