CONTRATAPA

Yo no sabía que esto iba a pasar

Por Noé Jitrik

En febrero del 2002 publiqué en este diario una nota que se titulaba “Programas”. Su contenido era, en pocas palabras, más o menos esto: si los dueños de las fábricas o empresas pensaban en ese momento que más les convenía irse del país antes que enfrentar las amenazantes condiciones económicas que por entonces parecían inevitables, yo sostenía que no había por qué oponerse a ese deseo y que el Estado debía pactar con ellos su salida, de modo de no perjudicarlos: había que sentarse tranquilamente en torno a una mesa, ver los números, o sea el valor de la empresa, las deudas impositivas, las indemnizaciones al personal y el dinero que habían sacado del país, descontar todo eso y reconocerles el saldo, comprometiéndose, el Estado, a dos cosas: la primera a pagar ese saldo a ritmo de corralito y, la segunda, entregar tales fábricas o empresas a los trabajadores para que formaran cooperativas o lo que fuere, en la idea de que después de todo eran ellos los que las habían hecho funcionar.
En lo inmediato no hubo casi reacción; Ricardo López Murphy me hizo saber que había examinado mi propuesta y había encontrado que la idea no era buena; Carlos S. Menem me hizo saber que no había entendido bien. Otros comentarios no hubo pero lo que no pude imaginar fue que la cosa iba a prender con tal fuerza –supongo que entre los lectores de Página/12– que terminaría por convertirse en un conflicto social impresionante, con golpeados, barreras policiales, corridas, Miguel Bonasso indignado, carpas en las plazas, a punto tal que lo que ocurrió con este tema esta semana opacó totalmente las propuestas de los candidatos de las elecciones de mañana, de cuyo resultado depende el futuro (próximo) del país.
La responsabilidad que asumí ante la historia fue muy grande pese a lo modesto de mi propuesta: tuve un poco de miedo por la magnitud de los acontecimientos que mi artículo había desencadenado y me pregunté muchas veces si no había sido un poco loco de mi parte proponer que las fábricas cerradas pasaran a manos de quienes las pueden hacer producir de la misma manera que durante años y en toda clase de discursos de campaña o mensajes a los congresos se había dicho “la tierra para quien la trabaja”. La realidad me dio la razón, hay un montón de empresas, cooperativas o como se llamen, que seguramente se han inspirado en mis palabras. Por un momento, lo digo con orgullo, me sentí bien, un precursor, un profeta del cambio, alguien que no se limita a temblar durante las tormentas económicas sino que tiene soluciones bien concretas para los problemas más graves. No era poca cosa.
Sentimiento reconfortante y al mismo tiempo moralmente comprometido: si lo económico dejaba de tener secretos para mí yo debía ponerme a pensar de inmediato no en lo cultural, campo en el que no se me ocurre nada, sino en lo político, campo en el cual reina una gran confusión. No quiero adelantar nada, dada la proximidad de los comicios, porque no quiero desviar la concentrada atención que el público está brindando a los discursos de los candidatos pero puedo adelantar que algo se me va a ocurrir un poco después y que hay que esperar que cuando eso que se me ocurra y se implemente, será en santa paz. La guardia de infantería no se verá obligada a darle de bastonazos a nadie, todo el mundo, empezando por los políticos ganadores, hallará en mis acertadas propuestas el camino para hacer que este país sea independiente, justo, rico y su gente feliz, dedicada a construirse como personas humanas, en excelentes condiciones de convivencia, leyendo buenos libros en los momentos de ocio y siendo imaginativos y creadores en los momentos de ocupación, porque, desde luego, cuando algo se me ocurra, no será para que haya desocupados ni para que se sigan desperdiciando las inmensas riquezas de este pródigo país. Y, de paso, pudiendo (la gente) psicoanalizarse adecuadamente para solucionar lo que, antes de mis propuestas, debe (la gente) estar viviendo como lo insoportable, tedioso, sin futuro, obligados, cada uno de los integrantesde la gente, a recordar todo el tiempo su trauma predilecto, o sea cómo se puede aguantar a tanto charlatán y no conseguir la fórmula para hacerlos callar (a los charlatanes).

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