Jueves, 28 de junio de 2012 | Hoy
Por Juan Gelman
Pues sí. La réplica de lo que se inició en España, continuó en Nueva York, Londres y otras ciudades occidentales comenzó a expresarse en Israel desde el año pasado: centenares de miles de “indignados” –y no sólo jóvenes– llenaron el 3 de septiembre las calles de Tel Aviv, Jerusalén, Haifa y otras ciudades condenando la elevada carestía de la vida y en demanda de justicia social. La policía estimó su número en 300.000, pero una empresa israelí que monitorea para los medios la cantidad de participantes en estos actos indicó que fueron cien mil más y que sólo en Tel Aviv hubo 300.000. Dado que la población de la ex capital y su distrito asciende a 1,4 millón, la comparación de los guarismos da una idea de la magnitud de la protesta.
Según The New York Times fue “una de las manifestaciones más grandes en la historia del país, aunque queda en pie la pregunta de qué podría lograr” (www.nytimes.com, 3-9-11). Una buena pregunta. El movimiento se reanudó este año los días 22 y 23 de junio, señal de que poco y nada había conseguido. Cabe recordar que, como en otras partes el mundo, es pacífico y está constituido por estudiantes y miembros de las clases medias israelíes, pero este año la policía no se mostró tan benevolente como en el anterior: reprimió a los “indignados” y detuvo a unos 90, pero sin cumplir con las normas legales vigentes.
Tales normas estipulan que la policía debe redactar un informe especificando el delito cometido por la persona arrestada a fin de presentarlo ante el tribunal correspondiente. Su incumplimiento motivó que casi todos los detenidos quedaran en libertad. Una encuesta que el diario Ha’aretz llevó a cabo el lunes siguiente a los hechos reveló que una gran mayoría de israelíes, el 69 por ciento exactamente, apoya la continuación de las manifestaciones por la justicia social (www.haaretz.com, 26-6-12).
Algunos encuestados manifestaron que el movimiento es una creación de la izquierda y persigue fines propios, pero las cifras no les dan la razón. Aunque el sector demográfico que expresó el mayor nivel de respaldo a la protesta fue el de los israelíes judíos seculares –un 79 por ciento–, aquélla también cuenta con el sostén de un 57 por ciento de los ultra-ortodoxos y el 53 por ciento de los ortodoxos. El malestar o malhumor de la mayoría de la sociedad israelí es evidente.
No falta la conciencia molesta de algunos policías por enfrentar a sus conciudadanos. Reporteros del diario israelí Ha’aretz entrevistaron a varios de ellos y recogieron declaraciones como ésta: “Nos estamos pegando un tiro en el pie nosotros mismos. Nada perdemos con dejar que los ciudadanos consigan algo. Sí, también para nosotros”. O: “Somos policías que actuamos de manera desleal, como matones desenfrenados, ebrios del poder que da la ley. Soy un policía, un policía enojado, uno que se siente avergonzado, decepcionado” (www.haaretz.com, 25-6-12).
Existen, sin embargo, factores que dividen a la sociedad israelí y dificultan una duradera unión de los “indignados”. La xenofobia es uno de ellos: según un informe del Instituto por la Democracia en Israel, el 52 por ciento de los israelíes coinciden con lo dicho por la ex brigadier general y hoy parlamentaria del Likud gobernante Miri Regev: “Los sudaneses son un cáncer en nuestro cuerpo”, refiriéndose a los inmigrantes de ese país (www.theglobeand mind.com, 4-6-12). Suelen sufrir ataques, así como los africanos que no son judíos.
El 23 de mayo último, miles de israelíes asistían a un mitin en el que Miri Regev y Danny Danon, también miembro del Likud, pronunciaron encendidos discursos contra los inmigrantes africanos. La reunión terminó en violencia y “testigos de los hechos declararon que hombres y mujeres (de Africa) fueron golpeados y sus negocios y propiedades atacadas” (www.guardian.co.uk, 24-5-12). Danon señaló: “Debemos expulsar de Israel a los infiltrados. No debemos tener miedo a decir ‘expulsión ya’”. Los sudaneses del sur y los eritreos, entre otros, que huyen de regímenes autoritarios buscando asilo en Israel se han convertido en “infiltrados”.
La opinión del gobierno no es diferente: Eli Yishay, ministro del Interior, expresó que actuará “de manera decisiva” contra los inmigrantes ilegales y que su repatriación o deportación “es una misión nacional” (www.ti mesofisrael.com, 7-6-12). Agregó que en breve se completará la construcción de centros de detención a los que serán trasladados los inmigrantes africanos que residen en el sur de Tel Aviv, Eilat, Arad y otras ciudades. El tribunal administrativo de Jerusalén autorizó la deportación de los sudaneses.
Yishay explicó que tales medidas “no son una guerra contra los infiltrados. Se trata de una guerra destinada a preservar el sueño judío sionista en el Estado de Israel”. Hace mucho que los palestinos sufren ésa y otras clases de guerra.
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