Miércoles, 20 de febrero de 2013 | Hoy
Por Adrián Paenza
Sally Clark trabajaba en 1990 como abogada en un estudio en el centro de Londres. Se casó con Steve Clark, también abogado, y se mudaron a Manchester. Allí nació Cristopher, el primer hijo de la pareja. Fue el 22 de septiembre de 1996. Menos de tres meses después, el 13 de diciembre, Sally llamó a una ambulancia en un intento desesperado por salvar la vida de su hijo. No alcanzó. Cuando los paramédicos llegaron a su casa, Cristopher ya estaba muerto. Sally era la única que estaba con el niño en ese momento. Los médicos que revisaron el cuerpo de la criatura no lograron descubrir nada significativo y consideraron que la muerte había sido por causas naturales (hubo incluso alguna evidencia de una infección respiratoria) y ningún signo de que hubiera habido falta de cuidado o atención por parte de la madre.
El matrimonio Clark volvió a tener otro niño, Harry, que nació prematuramente a menos de un año de la muerte de Cristopher: el 29 de noviembre de 1997. Pero ¿por qué estaría escribiendo yo una nota de estas características si no se esperara algún hecho sorprendente? Y bien, menos de dos meses más tarde, el 26 de enero de 1998, Harry murió repentinamente también y, una vez más, Sally era la única persona que estaba con el bebé en su casa en el momento de la muerte.
Esta vez, Sally y su marido fueron enviados a prisión, pero mientras él fue absuelto casi inmediatamente, Sally fue acusada del doble homicidio de sus hijos. Aconsejada por sus abogados, Sally nunca contestó ninguna pregunta, pero siempre sostuvo que era inocente.
En el momento del juicio, los abogados defensores sostuvieron la hipótesis de que los niños fallecieron de lo que se llama Síndrome de Muerte Súbita del Lactante (SMSL), pero el jurado en 1999 la encontró culpable después de una declaración impactante de un famoso pediatra inglés, coronado como “caballero” por la reina, Sir Roy Meadow.
Meadow, aprovechando los datos conocidos en un reciente estudio sobre el SMSL, usó la teoría de probabilidades para “demostrar” que ese síndrome no pudo haber sido la causa de la muerte y, por lo tanto, desechada esa posibilidad, ¿qué otra alternativa quedaba que no hubiera sido la madre? Si bien no había nada que indicara que Sally (la madre) hubiera cometido algún acto de violencia que deviniera en la muerte de su hijo, igual que en el caso de Cristopher, esta vez no hubo simpatía de parte de los profesionales: Sally tenía que haber sido la responsable de la muerte de sus dos hijos.
Si uno lee la biografía del Dr. Meadow, entiende la repercusión que tuvo su trabajo científico en Inglaterra. Fue él quien describió en 1970 un trastorno psicológico en algunos padres (en general la madre) que consiste en llamar la atención simulando o “causando” la enfermedad de uno de sus hijos. La carrera de Meadow se transformó en una suerte de cruzada para proteger a los niños de las enfermedades mentales de sus padres y los abusos psicológicos de padres a hijos.
Meadow fue un testigo clave para el fiscal, ya que él sabía que los datos que se conocían en ese momento decían que la probabilidad de que un niño muriera de SMSL era de uno en 8500 (aproximadamente). Por lo tanto, concluyó Meadow, la probabilidad de que dos niños murieran de SMSL en la misma casa debía resultar de la multiplicación de estos dos números:
(1/8500) x (1/8500) = 1/72.250.000.
Es decir, la probabilidad de que se produjeran dos casos en el mismo núcleo familiar (según Meadow) era de uno en casi 73.000.000. Y agregó: eso solamente podría pasar en Gran Bretaña una vez por siglo. Ese fue el toque final.
Sally Clark fue condenada a prisión perpetua.
El juez escribió en su fallo: “Si bien nosotros no condenamos a nadie en estas cortes basados en estadísticas, en este caso las estadísticas parecen abrumadoras”.
El juicio ocupó la primera plana de todos los diarios y todos los segmentos de noticias de todos los canales de televisión. Nada nuevo por cierto. El único inconveniente es que se trató de un flagrante “mal uso” de las estadísticas. Lamentablemente para Sally, las conclusiones del médico fueron totalmente desatinadas.
En principio, para que ese número pudiera ser calculado de esa forma, habría que tener la certeza de que los sucesos fueron realmente independientes y eso, para alguien bien intencionado y mínimamente preparado, es obvio que es falso. ¿Independientes? ¿Cómo ignorar que eran hermanos, hijos de los mismos padres? Ya con ese dato solamente, multiplicar esos dos números torna casi ridícula la apreciación de Meadow.
Más aún: un estudio realizado por el profesor Ray Hill, del departamento de matemática de la Universidad de Salford, ofreció otros datos contradiciendo lo que había sostenido Meadow en el juicio. Su conclusión: la probabilidad de que suceda a una pareja de hermanos habiendo fallecido uno de ellos es de ¡uno cada 130.000! “Teniendo en cuenta que en Gran Bretaña nacen aproximadamente 650.000 niños por año –escribió Hill–, podemos esperar que alrededor de cinco familias por año sufran una segunda muerte trágica en su núcleo familiar, si el primero de los bebés fallece debido al SMSL.”
En resumen, el SMSL tiene un componente genético de manera tal que una familia que haya sufrido un caso de muerte de un niño por esas razones enfrenta un serio riesgo de que vuelva a suceder.
Además, habría que comparar la probabilidad de que dos niños mueran por esa causa, con la probabilidad de que la madre sea una asesina serial, que es aún muchísimo menor, y luego tendría que suceder que una asesina serial mate a dos niños, y para hacer todo aún menos probable, esos dos niños ¡tendrían que ser sus hijos! Este es otro caso típico de lo que se llama “la falacia del fiscal” [1].
Afortunadamente varios matemáticos especialistas en estadística, enterados de lo que había sucedido, irrumpieron en la escena poco menos que zapateando arriba de la mesa. Un artículo publicado en el British Medical Journal, una de las más prestigiosas revistas británicas sobre medicina, llevó el título: “¿Convicta por un error matemático?”. Pero no fue suficiente. Sally Clark perdió su apelación y fue presa. Allí fue donde el propio presidente de la Real Sociedad Estadística de Inglaterra le escribió al presidente de la Cámara de Lores y jefe de la Administración de Justicia en Inglaterra (y Gales) y le dijo escuetamente: “El número ‘uno en setenta y tres millones’ es inválido”.
Finalmente, en el año 2003, en la segunda apelación, cuando ya se había montado una campaña en toda Gran Bretaña para liberarla, Sally Clark fue dejada en libertad. Eso no fue obstáculo para que cuatro años más tarde, con su condición anímica totalmente deteriorada, ella misma se quitara la vida. Había dado a luz a un tercer hijo, pero ya no lo vería crecer. Sally había escrito que si “ella hubiera formado parte del jurado y le hubieran presentado el caso como hizo el fiscal, ella hubiera votado como ellos. ¡Pero soy inocente!”.
Usando el mismo argumento, la Justicia inglesa revisó los casos de otras tres mujeres que habían sido condenadas de por vida por haber –supuestamente– asesinado a sus hijos. Las tres quedaron en libertad.
Este ejemplo, del cual sólo he contado una brevísima parte para ahorrarme (y ahorrarles) todos los capítulos amarillos y escabrosos, merece una reflexión final: la matemática es indispensable hoy para avanzar en casi cualquier campo, elija el que elija. Pero juntar datos es insuficiente: después hay que saber interpretarlos y, para hacerlo, es necesario convocar a personas que estén acostumbradas y entrenadas. No se trata de que personas especiales (los matemáticos son tan especiales como cualquier otro), sino personas educadas.
[1] Ver el artículo “Falsos Positivos” que salió publicado en Página/12 el 15 de febrero de 2012 (http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa /13-187588-2012-02-15.html).
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