CONTRATAPA

La voluntad y el genio

Por Rafael A. Bielsa

Suelo decir a mis hijos: “si alguna fortuna quisiera dejarles, es la firmeza necesaria para que se tengan paciencia”.
En una página de Internet acabo de leer esto: 1) Si usted conociera a una mujer enferma de sífilis que está embarazada, que ya tiene ocho hijos, tres de los cuales son sordos, dos ciegos y uno retrasado mental, ¿le recomendaría que abortara? Lea la próxima pregunta antes de contestar ésta. 2) Es tiempo de elegir a un líder mundial y debe emitir su voto; a continuación se hace una semblanza de los tres candidatos. Candidato “A”: se lo relaciona con políticos corruptos y suele consultar a oráculos y videntes; ha tenido dos amantes; fuma un cigarrillo detrás de otro y bebe de 8 a 10 martinis por día. Candidato “B”: lo echaron del trabajo dos veces; duerme hasta tarde; en la universidad consumía opio y toma un cuarto de botella de whisky cada noche. Candidato “C”: es un héroe condecorado de guerra; es vegetariano; no fuma; toma de cuando en cuando alguna cerveza y no ha tenido relaciones extra matrimoniales. ¿Cuál de estos candidatos elegiría? “A” es Franklin D. Roosevelt; “B” es Winston Churchill; “C”, es Adolph Hitler. Y respecto de la respuesta a la pregunta del aborto, si contestó “sí”, acaba de matar a Ludwig van Beethoven.
De inmediato pensé en Ludwig Wittgenstein, posiblemente el filósofo más notable del siglo XX. El encuentro de una persona con su genio –si lo tiene–, o con su hora histórica –si le llega–, difícilmente sea indulgente, sino en todo caso tortuoso y contradictorio.
Wittgenstein nació en 1889, y fue el octavo y último hijo de una riquísima familia vienesa. A los ocho años, en una de sus primeras disquisiciones filosóficas, Ludwig se preguntó acerca de por qué uno debería decir la verdad, si mentir podría resultarle más beneficioso. Y concluyó que, en ciertas circunstancias, no había nada de malo en mentir. Esa inmediata aceptación de la deshonestidad contrasta vivamente con la inclemente veracidad por la que sería reverenciado y temido de adulto; a temprana edad comenzaba su lucha en contra de su propia naturaleza.
El “nervioso esplendor” de la Viena caduca de entonces fue definido por el satírico Karl Kraus como “el laboratorio de investigación para la destrucción del mundo”. Kraus se refería al lugar donde nacieron tanto el sionismo como el nazismo, donde Freud demolió el saber acumulado sobre la vida anímica desarrollando el sicoanálisis, al lugar en el que Klimt y Kokoschka inauguraron una nueva idea pictórica, donde Schönberg se abocó a la música atonal, y Adolf Loos ideó el estilo arquitectónico funcional, arrasando con los ornamentos de época. Kraus afirmó que la política “es lo que un hombre hace a fin de ocultar lo que es y lo que no sabe”; la situación política del desfalleciente imperio de los Habsburgo era permanentemente “desesperada, pero no seria”.
Ludwig fue un niño dócil, deseoso de agradar y pronto a darse por satisfecho. Su familia lo consideraba el más lerdo de esa descendencia: comenzó a hablar a los cuatro años, no tenía ni precocidad musical ni talento literario.
En 1903, se informó a la familia que Hans, un hermano de Ludwig exepcionalmente dotado para la música, había desaparecido de una embarcación un año antes, en Chesapeake Bay, Estados Unidos, y que nadie lo había vuelto a ver. La conclusión fue que se había suicidado.
Kurt, el hijo que más había consentido los deseos paternos de continuar con sus negocios, se pegó un tiro a finales de la Primera Guerra Mundial, cuando las tropas que estaban bajo su mando se negaron a obedecer órdenes.
Otro hermano mayor, Rudolf, se fue a vivir a Berlín. En una tarde de mayo de 1904, en la veintena (Ludwig acababa de cumplir los 16), entró en un pub y pidió dos bebidas. Mientras el músico tocaba su canción preferida (“Estoy perdido”), tomó cianuro. En una carta declaró que se había matado porque “tenía dudas acerca de su pervertida inclinación” por el mismo sexo. El 4 de octubre de 1903 en la casa donde Beethoven había muerto, se pegó un tiro Otto Weininger, autor de Sexo y carácter. El libro describe las tendencias sociales y culturales de la época en términos de polaridad sexual entre lo masculino y lo femenino, y está dominado por una teoría que pretende justificar la misoginia y el antisemitismo. El propio Weininger era judío y homosexual, y la enorme popularidad del libro (que luego sería un surtidor de ideas para la propaganda nazi), probablemente se deba a que el suicidio de su autor unía trágicamente existencia con testimonio. Para Wittgenstein, durante nueve años, su lectura le dejó la sensación de que él mismo hubiera debido matarse.
Paul, el hermano más próximo de Ludwig, se convirtió en un concertista de piano de gran éxito; durante la Primera Guerra perdió el brazo derecho. Con admirable tesón siguió tocando con su mano izquierda, y llegó a hacerlo con virtuosismo tal que en 1931 Ravel escribió para él su famoso “Concierto para la mano izquierda”. Su hermana Margarete, la intelectual de la familia, fue una acendrada defensora de Freud, se sicoanalizó con él, y lo ayudó en su tardía huida de los nazis luego del Anschluss.
Habría que añadir al cuestionario de Internet la siguiente pregunta: 3) Si usted tuviera siete hijos, tres de los cuales van a suicidarse y uno a ser lisiado, y estuviera embarazada, ¿abortaría al octavo? Si su respuesta es “sí”, acaba de matar a Ludwig Wittgenstein. Y repetir a mis hijos, en estas horas de granizo: “Ténganse paciencia”.

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