CONTRATAPA

Una falla de carácter

 Por Juan Forn

Hasta 1921, la Riviera francesa se vaciaba con el fin de la primavera: a nadie se le cruzaba por la cabeza quedarse a pasar el verano. Con los primeros calores de mayo, los ricachones cerraban sus villas y se trasladaban en masa a los Alpes suizos. En Cap d’Antibes había un solo hotelito, regenteado por un italiano que cada año cerraba sus puertas el último día de abril y partía con la familia a hacer la temporada de invierno en una hostería de Cortina d’Ampezzo. Pero ese verano un matrimonio norteamericano logró convencerlo de que mantuviera abierto el hotelito para ellos y algunos amigos que pensaban recibir a lo largo de la temporada. Los norteamericanos se llamaban Gerald y Sara Murphy y los invitados eran Picasso, Diaghilev, Stravinsky, Cocó Chanel, Man Ray, Cole Porter, Erik Satie, Ernest Hemingway y Jean Cocteau.

Los Murphy habían llegado a Europa dispuestos a encontrar lo que Gertrude Stein había anunciado al mundo: “París es donde está el siglo veinte”. A las pocas semanas de llegar, Gerald vio en una galería de arte de la rue de la Boëtie unos cuadros cubistas de Braque y Juan Gris y quedó paralizado. “Si eso es pintura, es lo que quiero hacer en la vida”, le dijo a su esposa. Una semana más tarde estaba tomando clases con Natalia Goncharova, dos meses después estaba colaborando con los Ballets Russes de Diaghilev. Un incendio había arruinado gran parte de los decorados de Les Noces, que la compañía debía estrenar en breve, y todos los amigos se acercaban hasta Belleville a ayudar. La camaradería de esos días fue tal que, llegado el verano, cuando los Murphy partieron de excursión al sur y se enamoraron de Antibes, invitaron a aquellos amigos a pasar unos días. Dos años después, el hotelito de los Sella había pasado a llamarse Grand Hotel du Cap, tenía lleno completo todo el verano y los Murphy hacían de anfitriones en su propia residencia, una hermosa villa que daba al mar, que compraron en ruinas, restauraron y bautizaron Villa América.

Entre 1923 y 1929, Antibes se convirtió en una colonia de artistas y Villa América en su gozoso epicentro (el famoso cuadro de Picasso La flauta de Pan se basó en una foto de Gerald Murphy y él haciendo payasadas en la playa, tomada por Man Ray). “Todo lo que pasaba junto a los Murphy tenía que ver con el arte”, escribió Francis Scott Fitzgerald. En 1925, Zelda y él habían llegado famosamente a París en pleno verano, y recibido una piadosa invitación de los Murphy a acompañarlos en Antibes. En su primera noche como huéspedes de Villa América, cuando todos los demás ya estaban durmiendo, Scott golpeó la puerta de Gerald y Sara y les dijo que Zelda estaba enferma. Mientras los seguía por el pasillo agregó: “No crean que lo hizo a propósito”. Zelda se había tomado un frasco de somníferos y terminaron todos en el hospital más cercano. Al día siguiente en la playa, cuando Sara le preguntó cómo se sentía, Zelda le contestó: “¿No te dije que Scott y yo no creemos en la preservación?”.

Pese al mal paso inicial, los Murphy y los Fitzgerald pasaron muchas horas juntos, en París y en la Riviera, durante los tres años siguientes. Zelda dijo que en Sara había encontrado a su igual en el mundo. Scott encontró una novela: creía realmente que estaba retratando a Gerald y Sara cuando empezó a escribir Tierna es la noche. La leyenda dice que Gerald le comentó un día: “Sara está enamorada de la vida y es escéptica de las personas, y yo soy al revés; me enamoro de las personas, son lo único que hace soportable la vida”. Ese debió haber sido el epígrafe de la novela, no el que le puso Fitzgerald (“Para Gerald y Sara, muchas fiestas”), que distorsionó aun más el ya de por sí distorsionado retrato de los Murphy que tanto les había prometido.

A Fitzgerald nunca le entró en la cabeza que sus amigos no fueran verdaderos millonarios. Ni siquiera registró que él y Zelda gastaban diez veces más dinero para vivir peor que los Murphy (un solo ejemplo: Gerald y Sara habían pagado por Villa América lo mismo que gastaron los Fitzgerald en cuatro meses de alquiler de un departamento en París). Sara ya le había anticipado que entendía todo mal: “¿De veras crees que si nos haces suficientes preguntas entenderás cómo somos?”. A diferencia del resto del mundo, Sara veía a Scott más autodestructivo que Zelda, creía que era él quien la arrastraba a ella en la caída, incluso cuando comenzaron las internaciones de Zelda en clínicas psiquiátricas suizas. Por la misma época, el hijo menor de los Murphy contrajo tuberculosis y ellos cerraron la casa de Antibes y acompañaron la internación del pequeño en un sanatorio de montaña en el mismo cantón suizo. Con la crisis de 1930, Fitzgerald debió buscar una clínica más barata para Zelda en Estados Unidos. Allí publicó Tierna es la noche en 1934, allí se enteró poco después de que el pequeño Patrick Murphy había muerto y que Baoth, el otro hijo de Sara y Gerald, había sucumbido a un ataque de meningitis poco después.

El veredicto adverso contra Tierna es la noche lo inició Hemingway cuando acusó a Fitzgerald de tramposo por empezar el libro retratando a los Murphy (en los personajes de Nicole y Dick Diver) y convertirlos después en Scott y Zelda. Todas las críticas norteamericanas repitieron obedientemente la acusación (en muchos casos sin saber quiénes eran los Murphy) y objetaron además que el libro no “fundamentaba” la desintegración final de sus protagonistas. Pero Gerald le escribió a Scott ese mismo año: “Es cierto lo que dices en la novela, sólo la parte inventada de nuestras vidas tuvo su belleza, su razón de ser. La realidad ha hecho ahora su irrupción, con sus torpes mandobles, su destrucción”. Los Murphy también habían vuelto de Europa para entonces: Gerald debió hacerse cargo de la empresa de la familia para salvarla de la quiebra.

En 1940, poco antes de morir, cuando ya era un paria en Hollywood, Scott le escribió a Gerald: “Hubo días de estos años en que la ayuda que me dieron tú y Sara fue lo único bueno que recibí de la raza humana”. Los Murphy pagaban la escuela de Scottie los meses en que a Scott sólo le alcanzaba para cubrir la clínica donde estaba internada Zelda. Detalle que nunca se menciona: Fitzgerald se las arreglaba siempre para devolverles el dinero prestado. Tampoco se dice que los Murphy fueron de los pocos asistentes al funeral de Scott, en Los Angeles: cruzaron el país entero para estar ahí. Veinte años después, Gerald se metió en un cine donde daban la lamentable versión fílmica de Tierna es la noche. No había nadie en la sala, salvo la señora que barría, que estaba de pie, apoyada en su lampazo, en la última fila y que, según Gerald, lo miró con infinita tristeza cuando él se levantó y se fue, antes del final de la película. En aquella última carta, Scott le decía a Gerald: “El proceso de deterioro de Dick Diver en la novela, y el mío en la vida, tienen su origen en una fatal falla de carácter: desear más ser amado que ser valiente, generoso o sabio”. Qué ironía que aquello que lo destruyó en la vida fuese lo que convierte a Tierna es la noche en su libro más noble, más valiente, más generoso y más sabio.

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