Sábado, 22 de agosto de 2015 | Hoy
Por Sandra Russo
En la noche del último 26 de junio, poco antes de que el gobierno griego anunciara el referéndum para que el pueblo expresara si aceptaba o no el paquete de nuevas reformas y ajustes dictados por la troika, las cartas de profunda crisis interna de Syriza ya estaban echadas. Eso es lo que se desprende de lo que, dos semanas antes de la renuncia de Alexis Tsipras y su llamado a elecciones anticipadas, narró en una extensa entrevista al periódico norteamericano Jacobin Stathis Kouvelakis, miembro del Comité Central del partido y uno de los referentes de la emergente Plataforma de Izquierda, el sector que no acompañó a Tsipras en la tercera votación parlamentaria humillante, los que dijeron, como el pueblo en el referéndum, Oxi a la austeridad. No obstante, no salen de ese grupo las acusaciones de “traidor” que, si bien hacen pie en parte del electorado que se sintió ridiculizado por la conducta de Tsipras, también son sobregiradas por los medios de la derecha y los voceros de la troika, ya que qué mejor regalo puede hacérseles a ellos y a su propio marketing que un traidor de izquierda. Un anillo al dedo.
Kouvelakis describe un cuadro complejo, de una densidad y un embotellamiento asfixiante, en el que esa coalición que formó gobierno hace sólo siete meses las chocó todas. ¿Existía la posibilidad de no chocarlas? Es muy difícil saber qué se hubiese podido hacer para evitar esta fase de desintegración y posible reunificación partidaria bajo otra hegemonía interna. Porque en definitiva Syriza sigue ese curso, y lo que es imposible saber es si algo o alguien hubiese podido evitar esta fase del proceso griego, en el que las cosas, además de blancas y negras, muchas veces son grises, y como en todos los procesos históricos, suceden cuando pueden suceder y no antes ni después.
Tsipras y su equipo venían negociando muy duro desde hacía meses un paquete del memorándum heredado del gobierno anterior cuando de pronto el primer ministro griego anunció el referéndum. Fue el momento de mayor popularidad y el principio del fin. Ese llamado fue tomado como una impertinencia supina por los miembros del establishment global, que supieron exclamar, como el español Rajoy: “¿A quién le importa un referéndum?” Importaba mucho. Dentro y fuera de Grecia. Dentro y fuera de Syriza. Al interior del partido, las opiniones no eran unánimes y no todos estaban de acuerdo con el llamado a esa consulta en cuya vaguedad también puede leerse parte del desmadre posterior: se le preguntaba al pueblo si aceptaba el paquete de austeridad, pero no si aceptaría que Grecia se retirara de la Eurozona y del euro. Algunos lo dan por sentado: si no acepto pagar la entrada, me van a echar del cine. Y si soy un caballero, me retiro antes de que me echen. Según esa lectura, Tsipras “no entendió” a su pueblo o “lo traicionó”. Hay otras voces bastante calificadas que explican que el europeísmo, para los griegos, y también para los griegos de izquierda, es algo por lo que hay que luchar sin irse, quedándose y ganando tiempo.
“Hacia la última semana de junio, se veía claro que el acuerdo que estaba tomando forma no pasaría la prueba interna dentro de Syriza, y no pasaría tampoco la prueba de la opinión pública”, relató Kouvelakis. La troika apretaba cada vez más, dispuesta a hacer estallar el liderazgo de Tsipras. El ponía la otra mejilla y llegaba a Atenas y partía a Bruselas y negociaba y se dejaba humillar, repetía hasta el hartazgo que no tenía intenciones de irse del euro, que el Grexit no era lo que proponía, que no tenía plan B, ¡Y no tenía! Kouvelakis lo describe con algo así como un exceso de caballerosidad, tratándose de un trato con rufianes. Kouvelakis recuerda que la idea del referéndum ya circulaba, y que esa noche del 26 de junio Tsipras la planteó. Y aquí entra a jugar cierta característica de Syriza al menos en esta etapa: una coalición sin liderazgos que diriman, una formación en constante deliberación interna. Esa noche, sigue Kouvelakis, el ala conservadora del partido, cuyo referente es Yanis Dragasakis –quien supervisó al ministro Yanis Varoufakis desde un primer momento, y al que se quería sacar de encima–, se opuso al llamado al referéndum. Pero sus razones, según el referente del ala contraria, que es Plataforma de Izquierda, eran “realistas”. Los conservadores de Syriza le advirtieron a Tsipras que era una jugada de “alto riesgo”. A Tsipras eso le sonaba bien. Pero el “alto riesgo” no se refería a la revulsión del establishment por el pueblo en la calle, sino más específicamente a las represalias de la troika. El mal cálculo de Tsipras fue que creyó que se llegaría al referéndum con los bancos griegos abiertos, pero para cuando se hizo, en Grecia ya habían cerrado y había corralito. Tsipras, entonces, ya le daba la razón a Dragasakis, aunque eso no arregló nada, más bien terminó de descomponerlo todo.
“Este es un buen ejemplo de una iniciativa que partió de arriba, como resultado de contradicciones internas, pero que terminó liberando fuerzas que iban mucho más allá de las intenciones de un líder”, dice Kouvelakis. Porque todo lo que siguió al referéndum al que el propio ahora ex primer ministro llamó y en el que triunfó su propia posición, fue desencanto, vaivén y derrota. La gente votaba basta de austeridad y Tsipras iba y traía de Bruselas más y más paquetes de austeridad. Quisieron incluir en el acuerdo la quita de la deuda. Nada. Ni un solo reclamo atendido, ni una sola queja considerada. Nada. Todo un monumental dispositivo de poder global funcionó para astillar tempranamente un liderazgo que no era radical, que no quería comerse a nadie crudo, que no planeaba salir del euro, que no quería quemar las naves, sino solamente evitarle sufrimiento a su pueblo. Nada. En la entrevista de Jacobin, el periodista Sebastian Budgen le pregunta a Kouvelakis: “¿Es Tsipras una especie de genio maquiavélico supertáctico o es un jugador que apuesta fuerte y se ve superado por los acontecimientos?”, y Kouvelakis responde: “Definitivamente yo creo lo segundo, siempre que aclaremos lo siguiente: Tsipras y la dirección han estado siguiendo muy coherentemente la misma línea desde el principio. Pensaban que mediante un enfoque ‘realista’ en las negociaciones y una cierta firmeza retórica, obtendrían concesiones de los europeos. Pero cada vez estaban más atrapados en esa línea, y cuando se dieron cuenta de que estaban totalmente en una trampa, no tenían ninguna otra estrategia”.
La Plataforma de Izquierda sí tenía un plan, en el que trabajó Varoufakis en la semana previa al referéndum. Control estatal a bancos, desconexión del Banco Central de Grecia del Banco Central Europeo, entre otras cosas. Quemar las naves con Europa. El único plan B posible. Tsipras no se creyó mandatado para eso. Nunca propuso eso. Eso era lo que Merkel decía que Tsipras iba a hacer, no lo que él tenía en mente.
Más allá de las estrategias políticas que los griegos deberán darse a sí mismos ahora que volverán a las urnas en septiembre, queda flotando la cuestión de qué significa “Europa” para un griego de izquierda. Kouvelakis describe a la dirección del partido como “europeísta” y a los miembros de esa dirección como integrada por gente que se considera a sí misma “marxista”. En el imaginario de ese sector, que integra el actual ministro de Hacienda Euclides Tsakalotos, salir del euro “equivaldría a una catástrofe que reviviría los años ’30 con el resurgimiento de los nacionalismos y los fascismos”. Ese es el miedo subterráneo, que si está en la mente de los dirigentes de un partido de izquierda, debe estar mucho más esparcida por los sectores medios griegos.
En un análisis publicado esta semana, el profesor de filosofía español Miguel Manzanera Salavert opina que en el fondo de las decisiones del gobierno griego no hay razones estrictamente económicas, sino geoestratégicas. Todavía la UE proyecta sobre los pueblos del sur su manto de pertenencia, y quedarse a la intemperie equivaldría, además de los tumbos económicos, los bancos cerrados, la escasez, las pestes del exilio, decidir qué hacer con el poderoso ejército griego, para el que no ha habido austeridad en estos años, porque está rebosante de armas alemanas. ¿Ponerlo al servicio de quién? ¿A qué precio? ¿Abrir la puerta a qué otros juegos de poder? Son todas estas cuestiones de un mundo complejo, en el que los buenos argumentos, la buena retórica y la caballerosidad importan tres cominos. Queda esperar que las fuerzas que integran la oposición al neoliberalismo en Grecia encuentren la agudeza y la obstinación necesarias para articularse, en lugar de partirse en pedazos que no servirán de nada.
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