Sábado, 22 de agosto de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Jozami *
La aparición de una revista puede constituir el anuncio de un programa a cumplir o, también, la reflexión que se apoya en una obra realizada. Haroldo, la publicación digital del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti que comienza a circular en estos días, tiene más de lo segundo. Tras siete años de debates y seminarios y una vasta labor de exhibiciones y espectáculos artísticos, podemos hoy avanzar en algunas conclusiones que van más allá de las dos definiciones básicas que orientaron nuestra labor en un principio. Ya entonces creíamos que, a diferencia de quienes vieron al Holocausto como un acontecimiento que por su dimensión inhumana podía considerarse impensable e inefable, para avanzar en la comprensión de lo ocurrido debían necesariamente confluir los aportes de las ciencias sociales, la literatura y el arte y que esto debía hacerse –segundo punto de partida– conciliando el compromiso militante con la más amplia libertad de pensamiento y creación.
El mejor conocimiento de los procesos de memoria en Europa y los Estados Unidos nos permitió modificar cierta actitud reverencial con la que esas experiencias eran recibidas, advirtiendo las notables diferencias que orientaban aquellos trabajos y los nuestros. El memorialismo desarrollado en los principales países de Occidente en las últimas décadas del siglo XX ha otorgado al Holocausto una centralidad que no tuvo en los primeros tiempos posteriores a la Segunda Guerra, cuando era considerado sólo como uno de los aspectos del nazismo. Pero esa exaltación se ha pagado con una marginación de toda consideración histórico-política que impide ubicar claramente a la Shoah en el contexto de los grandes conflictos sociales e ideológicos que sacudieron a Europa en la primera mitad del siglo XX.
Precisamente esa estrecha relación con la historia y la política es la que caracteriza al actual proceso de memoria en la Argentina, porque el interés notable por el pasado reciente que se advierte en la proliferación de trabajos de investigación y recreaciones literarias es inescindible del desarrollo de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia y de la recuperación de la centralidad de la política en la sociedad argentina. El pasado se siente convocado por estas condiciones de un presente, en el que se disputa entre los setenta y los noventa como arquetipos de dos visiones contrapuestas, y se sigue recurriendo al 2001 como clave de explicación de la actualidad. Pero la afirmación de esa raigambre política de nuestra memoria, así como la necesaria búsqueda de mejores y más profundas explicaciones de lo ocurrido no están exentas de algunos riesgos.
Tal vez el más serio de estos riesgos esté implícito en la idea de la necesaria “desacralización” de los espacios y actividades de memoria que con frecuencia invocamos para eliminar toda solemnidad, alentar la libertad y el espíritu de transgresión, así como para rechazar cualquier límite que pretenda imponerse al estudio y a la recreación artística. Sin embargo, es innegable que más allá de todo lo que puede explicarse sobre las causas y objetivos de la dictadura –y es mucho lo que en este terreno se ha avanzado– quedará un residuo afortunadamente inagotable por cualquier explicación racional: la indignación y el asombro que provoca la crueldad infinita de que es capaz un ser humano en relación con sus semejantes.
Si las explicaciones sociológicas, económicas y políticas son fundamentales para comprender la particularidad de cada genocidio y sostener con fundamento la esperanza del Nunca Más, cómo negar que hay también algo del orden de lo sagrado en esa experiencia irreductible que nos transmite un sitio de memoria en cualquier lugar del mundo. Algo de esto quedó claro en un reciente debate que compartimos en el Conti con Liliana Herrero, Ricardo Bartis, Oscar Aráiz y Yuyo Noé. Porque el artista que rechaza convenciones, rituales y solemnidades tampoco renuncia a esa sed de absoluto, esa búsqueda de lo sagrado que parece alcanzarse en un momento de creación.
En nuestro trabajo, en el contexto de un predio como el de la ex ESMA, donde la historia estará siempre dramáticamente presente, no creemos necesario enfatizar el horror. No se trata de asustar al visitante, sino de atraerlo y ayudarlo a pensar. Que ése no es el criterio en todas partes pude advertirlo cuando al salir de un museo europeo, en el que las paredes parecían cerrarse notablemente estrechando el camino de salida, transmití mi sensación de angustia al responsable de la institución , quien me sorprendió al decirme que ése era el propósito buscado. (Esto no implica negar el aporte del lenguaje arquitectónico al discurso de la memoria: el visitante del Museo Judío de Berlín recordará más, seguramente, el diseño del edificio que las muestras que contiene, pero esa obra notable que alude a la ausencia de los judíos exterminados transmite un sentido que no se agota en la mera angustia.)
Junto a estos temas hay otros que en la revista ocuparán un lugar principal, los que tienen que ver con la necesaria continuidad de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia y con la plena vigencia de los derechos humanos en su concepción más integral. En los comienzos del gobierno de Néstor Kirchner, aunque era difícil no advertir la vocación por impulsar un proyecto global de reparación, reformas y expansión de derechos, se cuestionaba la excesiva atención que se prestaba a los derechos humanos del pasado, descuidando el remedio de las injusticias del presente. El balance de los doce años arroja, sin duda alguna, un saldo notable en la mejora en la situación social de los argentinos y permite identificar a este período –sin olvidar las asignaturas pendientes– con la vigencia de los derechos humanos en su más amplia acepción.
Esa concepción integral de los derechos humanos ha enriquecido nuestra mirada en el Conti con la creación del área de diversidad, las muchas iniciativas dedicadas a los pueblos originarios y los afrodescendientes, las actividades y debates sobre la situación carcelaria y las vejaciones a los internos, los estudios y propuestas sobre el régimen del suelo urbano y la vivienda social. Estos temas están presentes en la primera entrega de Haroldo, en la que podríamos destacar la nota sobre las cárceles norteamericanas que muestra un modelo más que preocupante que no deberíamos ignorar y el trabajo dedicado a las políticas pos-apartheid en Sudáfrica, que algunos quieren consagrar como ejemplo para abandonar en la Argentina el enjuiciamiento por los delitos de lesa humanidad. Un dossier con textos de los hijos de la generación de los ’70 referidos a sus padres anticipa lo que habrá de ser una constante de la revista, no sólo para matizar más las miradas habituales sino, también, para estimular un diálogo que la historia y la política argentina siguen requiriendo.
* Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
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