Miércoles, 9 de septiembre de 2015 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO En principio, la vida puede entenderse, desde el inicio del propio Big Bang, como una sucesión de breves finales rumbo al Big Pfff. Pequeñas conclusiones privadas contra el telón de fondo de las universales terminaciones XL. Y uno de los acaboses comunales es el del fin del verano. Un adiós a todo eso y un (re)cambio de temperatura y el sol poniéndose cada vez más temprano y, hey, la luna en un lugar diferente del cielo.
El sábado pasado Rodríguez experimentó todo junto a su hijo durante el episodio/despedida de Phineas & Ferb. Luego de ocho años en el aire de un eterno estío (esta serie de dibujos animados ha hecho tanto por la idea del verano infantil como territorio poliocurrente como Ray Bradbury en sus cuentos y novelas) el asunto concluye con un episodio titulado, como corresponde, “El último día del verano”. Y la despedida se emitió en USA en junio; pero recién ahora (mejor cronología emocional) llega a España, justo cuando comienzan a afinarse los motores del otoñoineitor (más detalles adelante).
DOS Imaginada por Dan Povenmire & Jeff “Swam- py” Marsh, la serie narra las aventuras del norteamericano Phineas Flynn y su hermanastro británico Ferb Fletcher durante sus hasta ahora eternas vacaciones estivales para desesperación de su hermana mayor Candace, a quien lo único que parece importarle es “pillar” a los pequeños con las manos en la masa multidimensional de sus alucinantes planes y planos. Y mega guiños y multirreferencias y juegos de palabras y todas esas pequeñas grandes canciones que mejorarían a cualquier álbum de The Flaming Lips, Eels, The Magnetic Fields o They Might Be Giants. Añadir –entre muchas otras cosas– una mascota ornitorrinco de nombre Perry (quien es un agente secreto para la O.W.C.A.: Organización Sin Acrónimo Cool), en constante lucha contra el científico loco Dr. Heinz Doofenshmirtz. Y, claro, Povenmire & Marsh lo tuvieron claro desde el principio: todo va muy bien si se tiene un gran malo en el elenco. De génesis triste en el germánico Drusselstein (su madre lo ignoró tanto que no estuvo presente durante su parto), niñez deprimente (su mejor/único amigo fue un globo al que le pintó una cara de nombre Balooney), y sufrido divorciado pero feliz padre de la gótica Vanessa (el divorcio es todo un Tema en Phineas & Ferb), Doof es un buenísimo malísimo. Alguien muy exitoso cuando se trata de encadenar fracasos (“Me parece que exploto mucho más que la gente normal”, gime) siempre apoyados en la creación de algún ineitor que lo ayude a dominar al “Area de la Tres Estados”. La partícula ineitor (lo que remata a la palabra y al nombre del invento de remate) es el quid de la cuestión. Ejemplo: el destruindecisosineitor acaba con todos aquellos que no saben qué tipo de hamburguesa pedir cuando llega su turno y retrasan eternamente la fila de los ya muy seguros de su elección. Y a lo largo de un verano de años, Doof propuso multitudes de ineitors que nunca funcionan, que no sirven para nada salvo para la gloria y multiplicación de sus ineitorismos.
Y Rodríguez & Rodríguez Jr. los gozaron todos y ahora, juntos frente al televisor, este último episodio tiene algo de hastalavistaineitor. Adiós a estos cartoons en sí. Pero, también, un hasta siempre a la infancia del hijo de Rodríguez que pasó buena parte de su vida con Phineas y Ferb (y algún episodio futurista inquietándolo con primeros besos, infancias autistas y digitalizadas, sus amigos dibujaditos como jóvenes adultos, los niños “almacenándose hasta la madurez por motivos de seguridad”, y un crisisdemedianaedadineitor cortesía de Doof). Y un hasta nunca a una etapa clave de la paternidad de Rodríguez; que ahora mismo se desprende de su cuerpo y queda atrás, como si fuese una de esas partes de un cohete que te hacen más ligero pero, también, te proyectan cada vez más rápido hacia lo invernal, hacia lo finito y no más allá.
TRES Y “El último día del verano” está muy bien y se divierte con la física cuántica-marmota, aporta una pizca de Dr. Who y otra del paciente Philip K. Dick. Y todo eso para la fantasía de ganarle veinticuatro caóticas y externas horas más a agosto y no tener que regresar al orden interno en las aulas del resto de tu vida. Y, ah, Doof redimiéndose. Y todo este mucho produce un inmediato síndrome de abstinencia (aunque ya anuncie en su clímax un memorioso futuro de innumerables reruns de episodios favoritos) que Rodríguez experimentó como si su noficción se volviese un poco/mucho Doof, ahí fuera. Con la muerte del neurólogo Oliver Sacks en sincro con la del onírico Wes Craven; con el nuevo logotipo de Google como noticia de interés mundial; con esos nueve elegidos por la NASA encerrándose por un año en condiciones marcianas junto a un volcán hawaiano; con Stephen “Oscar al Mejor Enfermo 2015” Hawking con otra de sus revolucionarias teorías; con el kafkiano-barroco folletín entre el Real Madrid y el Manchester con porteros suspendidos en el aire; con el tren del oro nazi; con la revelación de las identidades de millones de infieles tan fieles a Ashley Madison... Pero en la realidad –donde uno desea que se despida tanto indeseable que sigue y sigue y sigue no como ornitorrinco Perry sino como conejito Duracell– no hay ineitor que valga, ¿vale? Y ya vienen la Diada y las elecciones “separatistas” catalanas y las elecciones generales y los maníacos persecutorios y los maniáticos perseguidores. Y el Rey y su meafeitomedejolabarbaineitor declarando “irreconducible” el independentismo de Artur Mas & Menos, mientras Felipe “Sabio” González publica otro de sus despachoineitors, Zapatero con su talanteineitor-repitevariasvecesunverboineitor (“Convivir, convivir, convivir y dialogar”), y el PP arranca por las suyas y sin consensuar reformadorurgentísimodeconstitucioneitor para castigar más y mejor a los que –como canta Bob Dylan– ponen en práctica la teoría de que “el patriotismo es el último refugio al que se aferra un caradura”. Y por encima de todos, el misterio insoluble de un ineitor que funciona a pesar suyo: el indolente, impasible, inercial rajoyneitor. Ahí está y sigue.
Flotante, Rodríguez piensa en todo eso para intentar no ver esa foto. Pero ve. Y qué inhumano resulta el que haya que ver para creer lo que todos ya sabían que era verdad. Ahí, Aylan Kurdi, tres años, sirio, náufrago y ahogado y encallado en una playa turca. La punta afilada y aguda del iceberg-loop de una marmotesca nueva vieja crisis migratoria en el Viejo Mundo. Desesperados soñando con una vida mejor en el Norte utópico. En Alemania o en Dinamarca. O tal vez en Drusselstein. Europaineitor, sí. Y a discutir en Bruselas “cuotas obligatorias” para cada país. Y Rodríguez ve eso y –en una pausa de Phineas & Ferb– intenta explicarle a su hijo el veraniego último día de ese niño que ya no va a crecer en ninguna dimensión. Y, cobarde, sin palabras –le costaría tanto menos el tema del divorcio– Rodríguez daría cualquier cosa por un miraparaotraparteineitor. Pero claro/oscuro: no sirve, no funciona, no sabe ni saben cómo arreglarlo. Aún así, todo sigue y se repite y en principio, la vidaineitor...
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