CONTRATAPA
La atonía
Por Eduardo Pavlovsky
Una de las características de la guerra frente a Irak y su consecuente política imperial de parte de Estados Unidos es que todo se permite ver con absoluta transparencia.
Nada se esconde –como en las películas pornográficas–, todos los orificios están a la vista. La política imperial se ha vuelto procaz y obscenamente real.
Todo el mundo percibe que la guerra preventiva como excusa para la invasión fracasó. No había que prevenirse de Saddam, nadie corría peligro, así lo saben desde los técnicos de la ONU hasta las oficinas de información de Estados Unidos y también el Senado. Aparecen a la vista de todos los intereses petroleros y la reconstrucción como sólidos negocios de la administración Bush. Todo estaba preparado de antemano.
La reunión de Madrid hace pocos días –sobre la Conferencia de Donantes para conseguir fondos de los demás países para la reconstrucción de Irak– parecía una subasta “del quién da más”.
Esta política de prepotencia imperial produce como paradójico efecto una atonía general, una falta de respuesta adecuada de la sociedad. Una necesaria falta de indignación. Hoy más que nunca parece desplegarse un exagerado individualismo.
Se suele pensar: “Mi presencia es totalmente inoperante frente a un poder tan fuerte. No tengo nada que hacer en este conflicto”.
La atonía política es la subjetividad predominante. Las manifestaciones contra la guerra son sólo eventos –mojones de insatisfacción– que luego pierden fuerza y se diluyen ante la fuerza cada vez más intensa de la política imperial. La indignación ha sido vencida por la atonía política generalizada. La arrogancia del imperio surge como vencedora. La juventud europea y norteamericana son en general atónitos política y culturalmente.
El pueblo iraquí parecía dispuesto según Bush a recibir con los brazos abiertos a los protagonistas de la guerra de liberación. No solamente esto no ocurrió sino que se produjo una resistencia armada a la ocupación norteamericana con una fuerza insospechada, creando un futuro de incertidumbre.
Todo se ve en las pantallas. Procazmente. Obscenamente. Nada se esconde. Todo se muestra, cuanto más transparente es todo, cuanto más se muestra el imperio con todas sus trampas a la vista, más prepotente se torna. Allí paradójicamente se vuelve invulnerable. Le oí decir hace poco a Aznar por una radio de Madrid: “El pueblo español no descansará hasta no lograr la democracia en el pueblo iraquí”.
El 70 por ciento de los españoles no sabe dónde está Irak. “Hago esto porque quiero y porque soy el más fuerte, y no estoy dispuesto a discutir. Sólo se discute lo que quiero y finalmente decido yo” parece sugerir la voz imperial. Cuando el exhibicionismo obsceno llega a su punto más alto, más atonía política generalizada produce como subjetividad en la población.
En este clima desolador de pasividad y de complicidad un dirigente de la Guardia Unida del Ayuntamiento de Palma de Mallorca, Eberhard Grosske, acusa al presidente de gobierno, Aznar de “ser un criminal de guerra” (junto a Bush y Blair). “El que se proponga hablar de guerras preventivas anticipativas, según el tribunal de Nuremberg y siguiendo la doctrina internacional, es considerado un criminal de guerra. Guerra sin que exista una legítima defensa y una amenaza objetiva es inaceptable dentro del derecho internacional de principios del siglo XXI. Guerra unilateral sin tomar en cuenta la opinión del Consejo de Seguridad de la ONU.”
Respuestas como ésta también forman nuevas subjetividades, nuevos sujetos con potencias singulares con valores y éticas diferentes. Con nuevos corajes que habría que inventar. La actitud de Eberhard Grosske nos devuelve la esperanza para seguir luchando contra lo que él llama “la gran dictadura internacional del dominio militar estadounidense”. La mayoría del pueblo español está en contra de la guerra, pero Aznar ganó las dos elecciones posteriores a la invasión a Irak.
A las cosas por su nombre: Bush, Aznar y Blair deberían ser juzgados como “criminales de guerra” por algún organismo internacional o por lo menos intentar juzgarlos. Eso es salir de la pasividad, de la atonía, de la resignación y la desesperanza.
Creámoslo o no: el imperialismo nos vuelve imbéciles si no lo combatimos en todos los planos: cultural, ideológico, político, ético y desde todos los frentes en forma permanente. Se juega el destino de la humanidad. No hay neutralidad posible. No debe haber distraídos. Lo contrario es la complicidad con el Imperio. El ejemplo emblemático de este combate permanente contra el imperialismo son los artículos de Juan Gelman en Página/12.