CONTRATAPA

La alegría está al final del túnel

 Por Washington Uranga

Los teóricos de la comunicación ya no discuten la relación casi inseparable de comunicación y política, de política y comunicación. Se trata de dos caras de la misma moneda con la que se pretende abonar las adhesiones ciudadanas que, en medio de disputas simbólicas, atraviesan y transitan el espacio de lo público. Lo saben los dirigentes políticos tanto en el Gobierno como en la oposición. Se desvelan buscando las fórmulas más adecuadas para captar la voluntad mayoritaria de la población. Con este propósito nada se descarta. Ni formas ni estéticas, ni lenguajes ni tecnologías. Todo sirve y todo vale, nada se deja de ensayar.

Al PRO y a la Alianza Cambiemos no le fue mal en este terreno. Experimentó y aprendió en la Capital y, en el corto ejercicio del gobierno nacional, está haciendo su experiencia aunque con más tropiezos. Sin embargo está claro que un partido aparentemente “sin ideología” como el PRO deposita en la comunicación gran parte del peso de su construcción simbólica, aquella que le permite captar adherentes, seducir a la ciudadanía.

Vale entonces la pena analizar algunos elementos que forman parte de la estrategia discursiva del oficialismo desde que Macri llegó a la presidencia.

El gobierno de la Alianza Cambiemos y sus aliados mediáticos pusieron una carga muy grande sobre “la pesada herencia”. De esta manera todo lo malo se vincula con las acciones del gobierno anterior a la vez que cualquier logro se agranda en sus alcances y dimensiones en vista de la enormidad de los obstáculos que deben superarse. Más allá de la pretensión del oficialismo está claro que el propósito se ha visto sumamente facilitado por los errores y los delitos flagrantes de distintos funcionarios del Frente para la Victoria. Esto dicho al margen de la alianza trabada entre el macrismo y buena parte del Poder Judicial para desacreditar y perseguir aún cuando muchas de las causas carezcan de fundamento. Lo que hace la Justicia sirve además para que la cadena privada de medios oficialistas transforme todo en espectáculo: siendo alertada de manera anticipada de los operativos, accediendo a imágenes y testimonios que supuestamente deberían estar resguardados por la reserva judicial, televisando teatrales procedimientos. Hasta esto, que puede leerse fácilmente como abusos judiciales, cabe en la bolsa de las justificaciones porque se trata de la lucha de “los buenos contra los malos”. El macrismo necesita seguir construyendo un enemigo que sea la “encarnación del mal” para potenciarse en la disputa. Es más. Algunos de los estrategas del oficialismo desearían fervientemente que Cristina Fernández salga a darle batalla todos los días. “Ahora es negocio”, dicen.

Macri, en cambio, es el empresario de ojos celestes, “bueno”, cercano porque te habla de “vos”, y no importa (por ahora) que en su intento de parecerse a los pobres no pueda dejar de ser lo que es: un representante genuino de su clase. La “marca” aflora en cada expresión. En los errores y en los furcios, pero también en las construcciones de su equipo, como fue la recomendación a “no andar en pata y en camiseta” mientras se difundía una foto de la familia del Presidente en esa situación.

A través de esa construcción discursiva el gobierno del PRO, con la ayuda de los medios y de los periodistas que sostienen su versión y apoyados por el ejército de “trolls” disfrazados de “voluntarios” que desde el anonimato calientan las redes sociales con mentiras y agresiones, pretende convencer a los argentinos que si lo que ahora nos sucede es malo es “por todo lo que se robaron los que se fueron” y nunca por errores del presente. En todo caso, si existen deslices es porque “estamos aprendiendo” en este “esfuerzo patriótico” hecho por “gente que no necesita de esto para vivir” y que en realidad “se sacrifica” por la Patria. Lo anterior se refuerza con la idea de “todo lo hago por ustedes”. Créanme, dice el Presidente, “que si hubiera podido evitar el aumento de tarifas lo habría hecho...a mí me duele tomar estas medidas… pero es inevitable”. A quien realmente le duele es al asalariado que paga las tarifas con sueldos devaluados por la inflación mientras “tiene que comprender” que “antes vivimos equivocados” y nunca merecimos (los trabajadores…) comer lomo, tener un auto o viajar en las vacaciones. Es una mirada de clase que queda de manifiesto en las expresiones del ministro Aranguren (“el que no tenga plata que no consuma”) y de la mayoría de sus colegas de gabinete, hasta el presidente de la Sociedad Rural, Miguel Etchevehere, para quien no tienen derecho a comer lomo los que viven más allá de la General Paz.

El discurso del gobierno integrado por el “mejor equipo de los últimos 50 años” responde a una mirada de la clase que históricamente ha dominado en la Argentina y que vuelve por sus fueros y sus privilegios, argumentando que ahora sí “todo está volviendo a la normalidad”. Léase: Justicia cómplice, medios sumisos y sectores asalariados “puestos en su lugar”.

Todo ello, no obstante, se vive (debe vivirse) con una alegría que contrasta con “la ira” que reinaba anteriormente. Si nos está costando es por “la pesada herencia” y porque para lograr “el futuro maravilloso” que nos aguarda hay que hacer “sacrificio” y no importa a qué precio.

El broche de oro del discurso apunta a reescribir la historia. Con la invitación a Obama el 24 de marzo, al “querido rey” el día del bicentenario, con los pedidos de disculpas a quienes se llevaron millones de la Argentina, cambiando cuadros, invitando a militantes nazis a la Casa Rosada, reinstalando a los militares en los festejos patrios e incorporando a esos desfiles a personajes siniestros como Aldo Rico y otros violadores de los derechos humanos.

Pero, a no desesperar: la alegría está por llegar… la vamos a encontrar al final del túnel.

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