Sábado, 23 de julio de 2016 | Hoy
Por Sandra Russo
Algunas contratapas atrás, trazando un estado de situación general, hacía dos preguntas que quizá parecían retóricas, que no lo eran y que, me temo, quedarán ahí, sobrevolándonos o carcomiéndonos cuando escuchamos las noticias. Por ejemplo, la que dio cuenta, esta semana, de que el Arsat 2 será usufructuado por Clarín, ahora que el gobierno apenas “insistirá” con la gratuidad del Fútbol para Todos, como “insistió” infructuosamente antes para que no hubiera más despidos. Clarín no dio despliegue en su momento al despegue de los Arsat, pero ahora hará millonarios negocios gracias al apoyo que los gobiernos anteriores le dieron al desarrollo científico. O dicho de otro modo: harán dinero con el valor agregado que fue solventado con nuestros impuestos. Esas dos preguntas que me hacía hace un par de meses eran: ¿Qué hace uno cuando ya se dio cuenta? ¿Qué hace uno cuando ya abrió los ojos? Porque cuando se mira la escena nacional, regional y global con la conciencia de que las corporaciones han ganado esta batalla, más de una vez al día uno tiene la sensación de lo inconcebible, reforzada por la puerilidad que exponen periodistas y dirigentes políticos y sindicales que recién ahora parecen empezar a sospechar que el mundo es de los ricos. Pían tarde.
El Arsat 2 había sido uno de los símbolos de la emergencia argentina reciente. Lo que llaman “las bombas que nos dejaron” o la “pesada herencia”, era emergencia, pero no en el sentido que le dan. Era un país emergente que después de su ruina se había reconstruido aceleradamente y aunque no había saldado la vieja deuda interna, había puesto un rumbo que costó mucho enderezar. Ni siquiera se llegó a enderezar del todo. Lo abortaron. Ahora se ve claramente cuál era la presión que los gobiernos anteriores resistieron. Ahora que nos van a llevar la jubilación más allá de los 70 años, que la inflación pinta para pasar el 50 por ciento anual, que aumentan los comedores populares pero seguirán bajando las retenciones a la soja, ahora se ve mejor qué fuerza de buey hubo que oponerle a estos intereses desenfrenados.
Esa emergencia era sacar la cabeza del barro. Era tan así que la Argentina estaba geopolíticamente cerca de los Brics, que literalmente son el grupo de los países emergentes, que le disputan un segmento del comercio mundial a Estados Unidos. Y era tan así lo que encontró el Pro, que lo que hoy nos vuelve a empujar la cabeza hacia abajo es la restauración del viejo orden, sumada al odio que juntaron en tres períodos presidenciales en los que por primera vez en décadas hubo una verdadera puja de poder. La Argentina es un bocado de recursos naturales y financieros, y se intenta hacer de este país la punta de lanza de una ola que coopte a toda esta región hacia el Pacífico.
El Fútbol para Todos, por su parte, fue quizá el símbolo más potente y multitudinario de la democratización del goce popular. Una noción ya aplastada, descartada, exiliada de los análisis de quienes circulan por los medios. Parecería que esa idea sobre la democracia, la idea de que la democracia es simulación si no existe una democratización de todos los planos que la componen, formó parte del “relato kirchnerista”. Ahora también se ve mejor a qué, durante años, se le llamó de esa manera despectiva, como si todo lo bueno que caló en el alma del pueblo hubiera sido producto de una propaganda autoritaria. Tal es el supuesto que propala el ministro Lombardi sin descanso, mientras quienes lo entrevistan asienten con la cabeza.
Pero Clarín va a ganar dinero ahora con dos de los pilares de aquel “relato”, mientras la nueva cadena nacional pública y privada, en una misma línea editorial, construye un nuevo “relato” basado en lo que repite Macri: “Cada uno debe hacerse responsable de sí mismo”. Es el mismo “relato” antiestatal de la meritocracia, y el de la gobernadora Vidal cuando decide que los mejores promedios de algunas escuelas tendrán salida laboral. En el relato reciente, el trabajo era un derecho. En el del PRO, es un premio. Aquello no era un cuento sino un modelo de país. Pero nunca fue discutido como una idea de país. Por eso siguen con la persecución. Si habilitaran el debate, deberían hacerse cargo del modelo que trajeron. No lo hacen. Están tan coucheados que uno apaga el televisor para no seguir escuchando sus hits.
El desmantelamiento material y simbólico que lleva adelante el gobierno macrista pesa el doble, porque sustrae la materialidad del disfrute y al mismo tiempo, su representación simbólica. Apunta directamente a quebrar al sujeto desmantelado: tampoco nunca antes fue tan visible como hoy que el desmantelamiento del Estado acompaña el desmantelamiento de las ideas que sobre sí mismas tienen las personas.
Eso se hace patente en Tecnópolis: lo que fue una herramienta creativa y recreativa para hacer masiva la conciencia de los avances científicos y tecnológicos y, en un mismo paso, entretener a millones de niños quizá despertando en muchos de ellos la posibilidad de sus vocaciones, hoy va en camino de ser una kermesse alquilable, como todo, en la que a las nenas les enseñan cómo ser una It girl.
Precisamente por su potente contenido popular, el Fútbol para Todos genera metáforas a destajo sobre el dispositivo de poder que modifica, altera y lastima las vidas concretas de millones de personas concretas de todo el país y de todas las edades. “Lo más democrático es que el que quiera ver, que pague”, la famosa frase de Bombau, el ex CEO de Torneos y Competencias cuando comenzó el proceso de Fútbol para Todos, fue graciosa durante varios años. Sonaba ridículo que alguien dijera que lo más democrático (aquí entendido como lo más “normal”) era que sólo accedieran a ver los partidos aquellos que pudieran costeárselo, pero eso es lo que dice Macri cuando repite que “cada uno debe hacerse responsable de sí mismo”. Bajo el paradigma de la democratización del goce, esa frase sonaba brutal: parecía increíble haber soportado la humillación de ver, no los goles, sino su representación. Hoy no llama la atención que Macri incumpla una promesa más, porque el aparato de lenguaje Pro nos volvió a sumergir en el paradigma de siempre, de toda la historia salvo de un par de sus quiebres: los derechos se han extinguido. Hay oferta y demanda. Nada más.
Ya sabemos que, por un lado, los medios ofrecen una mirada única, potenciando cada pantalla a Macri o Massa, según sus propios intereses, pero cada día con una dosis mayor de manipulación, ignorancia y uniformidad. Y que, por el otro, los funcionarios del PRO que desfilan por la alfombra sedosa de la pregunta cómoda, ni debaten ni sinceran lo que dicen. No hay nada más previsible, banal y violento que un funcionario de Cambiemos hablando en la televisión: el discurso es calcado en todos ellos, y no es discurso, es latiguillo, chicana, slogan, pretexto a repetición.
Pero pese al regreso del Pensamiento Unico, ya no hay pensamiento único. Porque millones ya se dieron cuenta, millones ya abrieron los ojos. La experiencia política reciente puede ser demolida, en efecto, por unas cuantas decisiones que la hagan implosionar como al viejo albergue Warnes. Pero es radicalmente distinto haber creído siempre que así era la vida, que así era el destino, que presenciar las maniobras políticas que arrancan a las mayorías su chance de felicidad, y que la acumulan tan descaradamente en lo más alto de la pirámide.
¿Qué hace uno cuando ya se dio cuenta? ¿Qué hace uno cuando ya abrió los ojos? Ya no existe aquel hechizo generalizado de los 90, cuando lo inevitable parecía ser el despojo. Hoy se ve, no en la televisión, pero sí en las calles, en las casas, en los muros, que superpuestas a las salvajes campañas de demonización y desprestigio de los defensores del modelo popular de país, la experiencia reciente no se diluye, se vuelve necesidad política y subjetiva. Es precisamente la vivencia concreta y aplastada de ese deseo colectivo puesto en acto lo que se mantiene vivo en la conciencia. Es la base de la no resignación. Es la vitamina de la lucha. Es lo que lleva a mucha gente sin militancia política a sumarse a acciones colectivas, como los amparos que pararon el tarifazo. Esa conciencia es lo que llegado el momento reclamará unidad para enfrentar este modelo saqueador y no tendrá contemplaciones con los que la obstruyan.
Ni con todos los canales ni con todos los recursos ni con todas las corporaciones a favor se puede arrancar como una mala hierba una experiencia histórica que hizo de cada quien un sujeto de derechos. Podrán podar o quebrar a una generación, pero vendrá la siguiente. Entre otras cosas, el primer peronismo abrió los ojos de millones que jamás olvidaron que hubo una identidad política que contuvo a diversas y múltiples identidades personales, pero que sólo unidas podían hacer posible la movilidad social ascendente. Con los ojos abiertos, esos millones de argentinos que ladrillo por ladrillo iban construyendo las paredes sólidas de sus propias vidas demandarán tarde o temprano a los que no estén a la altura de la unidad necesaria para la restitución de los derechos.
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