Martes, 23 de agosto de 2016 | Hoy
Por Eric Nepomuceno
Llovió en Río, pero nada parecía capaz de lavar la alegría de las delegaciones que participaron el domingo por la noche en la ceremonia de cierre de los Juegos Olímpicos de 2016, con el estadio de Maracaná lleno al tope. Una ceremonia espectacular, que abarcó la diversidad cultural brasileña, culminó de manera apoteótica homenajeando desde el popular carnaval callejero al de las grandes escuelas de samba. Sambas clásicos de los carnavales del pasado contagiaron a todos y hubo otra lluvia, esta vez de papel picado.
La explosión de belleza y alegría marcó la despedida de dos semanas de fiesta y el retorno de la normalidad, o sea, la crisis que sofoca a la ciudad, al estado y al país.
Tres ausencias marcaron la noche: la del principal responsable por la elección de Río para albergar los Juegos Olímpicos, el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva; la de la principal responsable de viabilizar la realización del mayor evento del planeta, la presidenta apartada Dilma Rousseff, y la del presidente interino, Michel Temer.
Lula da Silva y Dilma Rousseff decidieron no comparecer porque los organizadores, en un gesto grosero pactado con el gobierno interino, no les destinaron asientos en la tribuna de honor.
Michel Temer, por una razón más contundente: evitar que se repitiesen los abucheos con que fue recibido en la ceremonia de apertura. Y para no ver las pancartas, que aparecieron en todos los eventos, con las consignas “¡Fuera, Temer!” o “¡No al golpe!”
Rompiendo el protocolo, en su lugar mandó al actual presidente de la Cámara de Diputados, el derechista Rodrigo Maia, su aliado en el golpe institucional que liquidará el mandato popular de la Presidenta dentro de pocos días. Maia aceptó el encargo, pero con una condición: no diría una sola palabra. Igual, nadie estaba especialmente interesado en oírlo.
Gracias a la grosería brasileña, la diplomacia japonesa tuvo que cambiar sus planes: en lugar del primer ministro Shinzo Abe, mandó a la alcaldesa de Tokio, que será sede de los Juegos Olímpicos de 2020.
A última hora, Temer propuso a Abe un encuentro reservado en Brasilia. La respuesta fue un contundente “no”. Ya se verá hasta qué punto la actitud de Temer tendrá sus efectos sobre las relaciones bilaterales.
A lo largo de las dos semanas que duraron los Juegos, se confirmó una vez más la capacidad brasileña de improvisar de tal forma que, a última hora, el desastre anunciado no se consuma. Fue así en el Mundial del 2014, fue así ahora. Terminó imponiéndose la alegría y el buen humor en una ciudad acosada por la violencia, por la pésima calidad de los servicios públicos y por las sombras de lo que pasará cuando se retiren los más de 80 mil encargados de la seguridad durante los Juegos.
Hubo fallas en la Villa Olímpica, cada día se registraron al menos cuatro robos en los alojamientos de los atletas, el tránsito se hizo caótico, pero al final todo resultó en buenos recuerdos.
Los gastos de los Juegos Olímpicos de Río fueron inferiores a los de Beijing y Londres, alrededor de cuatro mil millones de dólares. Fueron vendidas alrededor de cinco millones seiscientos mil entradas. Los organizadores, por su lado, destinaron 285 mil boletos –4,75% del total de seis millones puestos a la venta– para comunidades carecientes, para refugios tutelares de niños maltratados o abandonados por sus padres y para barriadas miserables de la periferia.
Al cosechar 19 medallas, entre ellas siete de oro, Brasil logró su mejor desempeño en la historia de las Olimpíadas. La prensa local le dio amplio espacio a esa hazaña, pero no por casualidad olvidó registrar que la mayoría de los medallistas se benefició de los programas de incentivo al deporte creados por los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff.
No se pudo impedir, en todo caso, que varios de los medallistas mencionasen ese punto en sus entrevistas a los medios que hacen de todo para no vincular a Lula y Dilma con los Juegos Olímpicos de Río.
El remero Isaquias Queiroz, 22 años, primer brasileño que logró tres medallas en una sola edición de los Juegos, fue uno de ellos, para el evidente desagrado de sus entrevistadores.
En esta edición fueron superados 27 records mundiales y 91 records olímpicos. Pero nada comparable al record de venta de hamburguesas (hubo un día en que se consumieron 70 mil en la Villa Olímpica). Entre otras ocurrencias, se destacó la falsa denuncia de asalto realizada por nadadores de Estados Unidos, medallistas inclusive, que fueron rápidamente desmentidos gracias a la eficacia de la policía.
Ahora, todo volverá a la normalidad. Lástima que esa misma policía no sea así de eficaz a la hora de resolver los crímenes que sacuden a la ciudad.
Los Juegos Olímpicos dejan también su legado a una parte de Río de Janeiro, con obras viales que efectivamente cambiaron el centro de la ciudad, ahora recuperado y deslumbrante.
La periferia seguirá periférica y abandonada, los servicios públicos seguirán caóticos, pero al menos por dos semanas los habitantes de la ciudad –así como parte importante de los brasileños– pudieron recuperar la autoestima, tan lastimada en estos tiempos de bruma.
Brasil, por su parte, amaneció ayer cara a cara con la etapa final del golpe institucional en curso. Dentro de poco más de diez días todo estará consumado.
Michel Temer será transformado en presidente efectivo y ya no podrá ocultarse cada vez que su presencia sea esperada en actos públicos.
Pudo evitar la silbatina en Maracaná. Pero no podrá esconderse para siempre: caminará con aires imperiales, pero sabe que trae estampado en la frente el sello de golpista y traidor.
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