CONTRATAPA

El vértigo

 Por José Pablo Feinmann

Las palabras son las que permiten la comunicación entre las personas. Las personas son humanas e inhumanas. Su praxis es el ser. No el lenguaje. No viven en la morada del lenguaje. Viven en la praxis humana. El ser es praxis. Se han arrojado muchas frases durante los últimos meses. Algunas son livianas y hasta risueñas. Otras meten miedo. La palabra tarifazo hiela el alma. Es sólo un ejemplo. La palabra angustia remite a Kierkegaard. Pero no importa, porque se la dijeron a un rey borbónico. Que los hombres de Mayo se angustiaron al alzarse contra el poder hispánico. Eso le dijeron. Las cosas que se dicen.

El presidente ha dicho muchas. Ahora hay algunos y hasta varios que no lo quieren. Qué cosa. Ver para creer. Quién diría. Lo que ha hecho este hombre en tan breve tiempo. Incluso los que lo votaron no salen de su asombro.

Pero, ¿será él quien hizo todo este desmadre? Si él no tenía discurso propio. ¿O no le soplaban lo que debía decir? Un hombre que no tiene libreto propio –o no adhiere lúcidamente a ninguno– es un hombre sin ideas. Sin embargo, algunas tendrá. O, sin duda, será alguien de suficientes espaldas como para asumir la responsabilidad de tenerlas y aplicarlas.

Se acabó la joda, por ejemplo. Eso dijo. La joda es el populismo. Quién no lo sabe. Esa terquedad en distribuir y someter al pueblo con la demagogia. Populismo. Y ahí está el punto. Los que gobiernan en serio están siempre en lo macro. Acertaron, el desborde de la copa. Pero, hay que llegar ahí. Calma, paciencia, invierno. El invierno fue frío y hasta despiadado. Ni el de Alsogaray.

La piedad no va con lo macro. La frase que hizo grandes a los grandes norteamericanos fue está despedido. No esa patraña que inventaron Roosevelt y Keynes. El Estado Benefactor, el pleno empleo y productos para el mercado interno. No, está despedido. Flexibilizar es racionalizar. Racionalizar es sincerar la economía.

Dicen: si algún defecto tenemos es ése, la sinceridad. Cuando le decimos a alguien que lo echamos, lo echamos. Uno de los nuestros dijo es espantoso, pero necesario.

Qué importan los estragos si los frutos son placeres, o no mató a miles de seres Tamerlán en su reinado. Un poemita de Goethe que Marx cita sin incomodarse. Admiraba a la burguesía. Como nosotros. Nos diferenciamos de ese cabezón en que él imagina un horizonte de libertad para los colonizados, nosotros no confiamos en el proletariado. Creemos que los burgueses, cuando estragamos a los otros, les hacemos un bien.

Eso quiso decir nuestro hombre. Espantoso, pero necesario. Y eso que lo dijo cuando apenas sumábamos doscientos mil despedidos. Ahora, los frutos y los placeres aumentaron. El espanto también. Pero que se unan a nosotros por medio del espanto. Eso queremos. Fue clara y precisa la frase de nuestro máximo escritor. No nos une el amor sino el espanto. También nuestro funcionario, que es culto, invocó a Maquiavelo. Entre ser querido y ser odiado, el Príncipe debe elegir ser odiado. Ser temido. Provocar espanto. No amor. Es nuestro programa de gobierno.

El neoliberal no se preocupa por la adhesión de las masas, esa pasión demagógica de los populistas. Ser demagogo da grasa. El neoliberal prefiere al ciudadano, que goza de buena salud, que es, en suma, sano.

Para peor, se solaza con las depresiones de quienes debieran enfrentarlo. La oposición, en esta experiencia que vivimos en nuestro país, que es de ellos, se disemina, se diluye, se agota en la crítica. El vértigo del gobierno la tiene contra las cuerdas.

Se sabe que el mundo fue y será una porquería. Pero hoy, exagera. Calderón, en el siglo de oro español y en su obra La vida es sueño, larga genialmente esa frase que se adelanta a Heidegger y Sartre. Esa, que el delito mayor del hombre es haber nacido. Hoy pareciera, entre el vértigo del gobierno y las divisiones, el individualismo de la oposición, que la mayor desgracia es haber nacido argentino. Se trata de actuar en contra de este postulado. Que es espantoso, pero no necesario.

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