CONTRATAPA
Refundaciones
Por J. M. Pasquini Durán
Desde diciembre de 2001, buena parte de la sociedad argentina espera una reforma que modifique de raíz aquello que se conoce como la “vieja política”. Por si algún distraído necesita referencias más directas, hay dos a mano en los últimos días. La patética y grotesca imagen del matrimonio Juárez, que gobernó Santiago del Estero durante la mitad del siglo pasado, en el acto público del martes último, es una de ellas. La otra sucedió unos pocos días antes con motivo de la reunión del PJ que eligió una conducción partidaria, cuya permanencia fue más fugaz que un suspiro. Son sucesos que provocan vergüenza ajena y sin necesidad de mucho análisis político bastaría para definirlos la sonrisa de felicidad que exhibía Luis Barrionuevo a la salida de la reunión. En ambos casos, no alcanza con reducirlo todo a una puja de personalidades o a un “debate de peluquería”. A cualquier espectador de estos episodios no le será difícil rememorar aquel grito indignado del 2001: “Que se vayan todos”. Sin reforma seria y rigurosa, la partidocracia es, como la definió Chiche Duhalde refiriéndose a su propio partido, “una cáscara vacía”.
Las cajas registradoras de los partidos, la elección democrática de sus autoridades y candidatos, la caducidad de los mandatos, los derechos y deberes de los afiliados, empezando por la posibilidad de participar en las decisiones que comprometen a cada colectivo sobre asuntos generales y específicos, la ruptura de los verticalismos cerrados y del sistema de corrupción que convierte a los ciudadanos en clientela, son otros tantos capítulos, aunque la lista citada no agota el sumario indispensable, de esa reforma demorada.
El sistema de representación que imperó en la Argentina durante el siglo XX está agotado y ya no interpreta ni representa al país del siglo XXI. La incapacidad de la mayoría de los políticos profesionales para remozar los hábitos y costumbres que formaron sus ambientes partidarios es simétrica, interactiva, con la ineficiencia para gestionar bien los intereses públicos. Es suficiente con repasar la trayectoria de la deuda externa para atisbar los abismos en los que sucumbió el sistema en su conjunto, con muy pocas excepciones. El colapso afecta por supuesto a las fuerzas tradicionales, a las más antiguas, pero impide la formación de partidos nuevos debido a que son fagocitados por la anacrónica manera de hacer política y ejercer el poder.
Las fuerzas nuevas, a partir del derrumbe del Frepaso, y algunas otras que pretenden serlo aunque sus conductas son tan anacrónicas como las anteriores, se quedan en el arranque y los novedosos, si no fuera porque disfrutan del privilegio mediático, ya serían anécdotas históricas. Con el repudio a lo viejo no alcanza. Es hora de hacerse cargo de la refundación pendiente.