ECONOMíA › FIEREZA RADICAL CON EL GOBIERNO
Argentina, de la genuflexión a la bravata
Por Julio Nudler
Sin Roberto Lavagna, que es “el nervio económico” de la actual gestión, ésta “no habría llegado más que donde la retórica incendiaria del Presidente le hubiese permitido”. Esto piensan los radicales de Escenarios Alternativos, usina de ideas cuyo director ejecutivo es Jesús Rodríguez y forma parte de la Fundación CECE, presidida por Juan Vital Sourrouille (foto), quien como ministro de Raúl Alfonsín concibió y aplicó a partir de 1985 el Plan Austral. En un documento titulado “Tensión y desmesura”, afirman que si la Argentina no pagaba el reciente vencimiento de casi u$s 3100 millones al Fondo y aplicaba “el supuesto Plan B”, Lavagna hubiera renunciado indeclinablemente, “un lujo que todavía Néstor Kirchner no puede darse”.
Según EA, “la Argentina pasó de la genuflexión menemista (relaciones carnales) a la bravata kirchnerista (dignidad-causa nacional). Ambas, desacertadas, encontraron en su momento tanto apoyo popular para llevarlas adelante como limitaciones objetivas a su sustentabilidad”. Los radicales predicen que “los problemas a los que se enfrenta el futuro de la economía para cumplir con la carta de intención (con el FMI) son colosales”.
Afirman que la táctica dilatoria en la renegociación de la deuda con los privados se vio frustrada al tener que aceptar el país que el lanzamiento de la oferta se realizará entre junio y agosto y, de paso, “tener que reconocer que no existe oferta del gobierno argentino a los acreedores”. En tono burlón apuntan que “el Comité Global de Tenedores de Bonos Argentinos, el mismo que según el Gobierno no existía porque no tenía ni domicilio ni teléfono ni fax, debió ser reconocido explícitamente como un grupo de acreedores representativo en la nueva carta de intención”.
En el mismo tono crítico, los radicales juzgan que el Fondo logró, al imponer la modificación del acuerdo original de septiembre, vincular la discusión de las metas del acuerdo para 2005 y 2006 con la negociación exitosa de la salida del default. Señalan, además, que el Gobierno no consiguió que ningún país latinoamericano emitiese declaración alguna de apoyo y solidaridad en los días previos al 9 de marzo (el vencimiento con el Fondo).
En cuanto a la discusión con Anne Krüger acerca si el 3 por ciento de superávit fiscal primario es un piso (según sostiene ella) o un techo (postura argentina), el EA recalca que “difícilmente el Gobierno pueda borrar lo firmado en el punto 8 del acuerdo de septiembre pasado”. Vale decir, que sería un mínimo. Pero entienden que, más allá de esta discusión, lo que está realmente sobre el tapete es cómo se repartirá el superávit entre el pago de la deuda posterior al default, la pendiente con los organismos y la contraída con los tenedores de bonos. Como apunte, recuerdan que “el superávit fiscal constante es una utopía en cualquier economía, sólo posible en la teoría”.
En otros aspectos, el documento no es menos crítico. Dice que más allá de la retórica “productivista” del Gobierno, la balanza comercial se mantiene superavitaria gracias a las exportaciones del complejo sojero (unos 9000 millones de dólares). Hablan de un “ausente modelo de industrialización”. Tampoco habría una estrategia de inserción en el mundo que permita mejorar la composición y aumentar en valor y volumen las exportaciones. Perciben al país atrapado en un ciclo nada virtuoso que la economía argentina transita desde hace más de medio siglo sin hallar alternativa.
Predicen un escenario signado por la conflictividad social. Y contemplan como un difícil tercer frente la nueva ley de coparticipación, que “exigirá unos tres meses de estudio, más una foto del Presidente junto con la mayor cantidad de gobernadores posible”. Cada vez que Kirchner lance a girar la perinola –imaginan–, obtendrá un persistente “todos quieren”. ¿Cómo y a quiénes les dirá que no?