CONTRATAPA
Un cacho de cultura
Por Luis Bruschtein
La idea de que la cultura es como un traje con el que alguien se viste para quedar bien en una fiesta es la idea de cultura que quedó tras 30 años de empobrecimiento cultural. Pensar que la cultura es importante, pero que existen otras prioridades, es como decir que no es el momento de usar traje, sino mameluco. Es una idea pobre de la cultura, pero en realidad es la que está instalada en la mayoría de las cabezas. Es tan simplista, que hasta es posible pensar que cuando Torcuato Di Tella lanzó esa frase, lo hizo con un sentido irónico.
Mucha gente cree que es importante decir que la cultura es importante, que hay que decirlo porque también viste. ¿Y por qué es importante, si hay gente que no tiene para comer? Pero resulta que el hecho de que haya gente que no tiene para comer también es un síntoma del empobrecimiento cultural de la sociedad, además del material.
Cuando Carlos Menem decía que “pobres hubo siempre” estaba creando el contexto cultural para que haya pobres hasta el fin de los tiempos, trataba de construir un sentido común que aceptara que la pobreza es natural y, por lo tanto, sólo es problema para los pobres y que, a su vez, la existencia de los pobres es una condición para la existencia de los exitosos que no son pobres.
La misma sociedad que dice que la cultura es importante se porta como el flaco que se sabe los últimos libros que se han publicado y los enumera como erudito con los amigos en una reunión el sábado a la noche. Pero no los ha leído más allá de las solapas. Es decir, un cacho de cultura sirve para quedar bien, para mostrarse informado y no para ser mejor. Esa también es una forma de cultura.
Es una sociedad que necesita del Estado para recuperar su economía, pero piensa al mismo tiempo que todo lo que provenga del Estado es nefasto. Es una sociedad que fue convencida de que debía privatizar hasta el agua de los jarrones y que fue preparada para esperar el derrame de los beneficios que le proporcionaría esa especie de apertura boba. Eso también es una forma de cultura. Es una sociedad cuyo destino pasa por asociarse con los países vecinos de América latina, pero que sigue empeñada en reflejarse en espejos imposibles. Es decir, es una sociedad que piensa al revés de lo que necesita, que fue convencida para pensar según lo que necesitan los que se favorecen cuando ella se perjudica y que produjo, sobre esa base, un sistema de creencias, valores y códigos bien amasados en un sentido común de la época.
Así como la cultura tiene que ver con las formas de rebeldía, también se expresa en las formas de convivencia. Y en el núcleo de ese sentido común hay un autoritarismo persistente que salta a la superficie en cada situación difícil o de conflicto y que básicamente es el resorte de supervivencia de un sistema injusto. Un resorte que puede provocar convocatorias masivas con este contenido pero que califica de populistas a las convocatorias masivas que tienen un sentido democrático.
En realidad, la cultura es un embrollo y transcurre en un escenario que no es solamente el del Teatro Colón, sino que es el escenario de la vida. Un escenario de pujas y confrontación de ideas, de recreación permanente del imaginario ciudadano, de gestación o derrota de proyectos de país.
Y este es un momento particular. Porque desde el punto de vista político, económico y social, se intenta superar una etapa. Pero la cultura predominante, esa especie de sentido común instalado, proviene, por inercia, de ese momento que se quiere superar. Es difícil encontrar nuevas formas de hacer política con el mismo pensamiento que sostenía a la que se hacía antes. En general es difícil cambiar si no se cambia también la forma de pensar.
Hay síntomas de algunos cambios. Antes, cuando un economista del CEMA recitaba su manual esquemático sobre las bondades del mercado, generaba subordinación y respeto. Pero ahora, para la mayoría, ese discurso aparece como un cuento para niños despegado de la realidad. Muchos que votaron a Menem en el pasado ahora se espantan por haberlo hecho y no se explican cómo pudieron hacerlo.
El escenario de una estrategia cultural es el de confrontación con una cultura que fue hegemónica en los últimos treinta años, es abrir espacios y dar oxígeno a nuevas ideas, a nuevas formas de expresión o a formas que estuvieron relegadas o abrir las formas tradicionales a estas nuevas propuestas. Y no se trata de prioridades, porque la única forma de desarrollar las propuestas sociales es reemplazar al mismo tiempo esa trama compleja de actitudes, modos y valores para que esas acciones sean asumidas por la sociedad como una necesidad y no como un despilfarro, como profesa el neoliberalismo.