CONTRATAPA

No ser o ser

 Por Rodrigo Fresán

UNO: ¿QUIEN SERA? El pianista pasado por agua que apareció el 7 de abril en la ciudad costera y británica de Sheernes, al sur de Kent, y de ahí a las páginas de los diarios del mundo. ¿Se había caído de un barco? ¿Era un extraterrestre en plan Hombre mirando al sudeste? ¿O tal vez un tipo muy listo con ganas de trascendencia rápida? Ya saben: rubio, traje negro (ninguna de sus prendas de vestir, zapatos incluidos, llevaba etiqueta o marca alguna) y mojado y mudo. Pero –luego de que los desconcertados médicos del pabellón psiquiátrico del Medway Hospital le alcanzaran papel y lápiz– el hombre dibujó un piano de cola con trazo seguro y elegante. De ahí que lo pusieran frente a un teclado y –sorpresa– el individuo no demoró en disparar virtuosas ráfagas de Tchaikovski & Co. así como –detalle inquietante, como queriendo decir “ojo que yo también compongo”– varias composiciones que parecen ser de su autoría. Y lo cierto es que viendo sus fotos –una de ellas caminando con aire romántico por el jardín del hospital con partituras bajo el brazo; otra encaramado en su cama y hecho un ovillo en plan Kaspar Hauser– hay que reconocer que el producto es perfecto: el pianista misterioso es una cruza entre Bruce Chatwin, Illya Kuryakin y el cantante de Coldplay, con una pizca de la mística alucinada de Glenn Gould. Cabe pensar que no le faltarán contratos, conciertos, breve pero contundente noviazgo con Paris Hilton y hasta una película protagonizada por Orlando Bloom o Johnny Depp según los intereses y la mercadotecnia de sus productores.
Los días fueron pasando y, con ellos, fueron pasando también los rumores e hipótesis. Scotland Yard recibió más de quinientas llamadas telefónicas de todo el mundo. Algunas de ellas trascendieron. Primero creyó reconocerlo, en Italia, un artista callejero que alguna vez había actuado a su lado. Después un alumno de un college de Canterbury. Pero no. Lo último –y todo parece indicar que lo más probable– es que podría tratarse de un tal Tomas Strnad, alguna vez miembro de un grupo de rock checo llamado Ropotamo. Pero lo que a mí me intriga son las otras 498 llamadas telefónicas. Porque entonces el enigma se traslada a todas esas personas convencidas de conocer al desconocido y que saben perfectamente que no es cierto, que no es posible. El enigma, entonces, es todavía más apasionante: ¿quiénes son ellos?


DOS: ¿QUIEN ERA? El hombre sin nombre pero con título de clásico porno. Yo estaba en otra habitación pero, en el living, el televisor estaba prendido y escuché que alguien informaba que, por fin, treinta y tres años más tarde, había sido revelada la identidad de Garganta Profunda, informante de Watergate y sombra en las tinieblas de un garaje en el libro y en el film Todos los hombres del presidente. Así que fui corriendo hasta mi noticiero amigo y allí, desde la puerta de su casa, todo sonrisa, saludaba un anciano frágil con su pulgar en alto. “¡Salinger!”, grité entonces. Porque lo cierto que el tipo se parecía mucho al autor de The Catcher in the Rye (uno cree ver a Salinger en todas partes del mismo modo que otros afirman que la Virgen María se les apareció en un sandwich medio mordido o Jesucristo en una mancha de humedad en el techo) y, en el entusiasmo de mi delirio, pensé que todo el asunto cerraba: un ficcionalista ermitaño bien podía ser el eslabón invisible en la non-fiction más trascendente y enmarañada en toda la historia del periodismo norteamericano. Pero no. Al final resulta que Garganta Profunda era Mark Felt, número dos del FBI a principios de los ’70, quien –muerto el Citizen Hoover– se sintió traicionado por Nixon a la hora del reordenamiento del bureau y de los ascensos correspondientes. Así que llamada telefónica y así entraron en escena los jóvenes periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein y el directorde The Washington Post Ben Bradlee. Un largo y apasionante artículo de Bob Woodward publicado hace unos días en ese periódico profundiza en la psique un tanto ambigua de Felt a la vez que rescató fotografías de sus años mozos. En una de ellas aparece desenfundando un revólver durante una práctica de tiro muy en plan Elliot Ness. Lo que no cuenta Woodward en su artículo –quien es el principal perjudicado por todo esto, ya que estaba preparando un libro sobre Garganta Profunda– es el modo en que la familia de Felt lo venía apretando para que consiguiera dinero. Como Woodward –más preocupado por su futuro best-seller– les daba largas e intentaba ganar tiempo; los hijos de Felt se fueron a la redacción de Vanity Fair, que sólo les pagó 10.000 dólares –que fueron para el abogado John O’Connor, autor del artículo– pero eso es lo de menos. Porque ahora es cuando la cosa se pone buena: contrato millonario por memoir, paseo por programas televisivos y, claro, la inevitable película que, seguro, dirigirá el mediocre Ron Howard. No estaría mal que el pianista misterioso se hiciera cargo del soundtrack, pienso. Y Joan –hija del hombre del momento– no deja de repetir que su padre fue un héroe y un patriota y que quería que fuera honrado antes de morir. Y no: ahora que lo veo bien, la verdad que Felt no se parece en nada a Salinger.


TRES: ¿QUE SERA? De la Constitución Europea y de la utopía de que Europa unida jamás será vencida. De eso es de lo que se habla en foros, mesas redondas, talk-shows de varios idiomas, mitines políticos y campañas a diversos cargos. En el resto de los lugares del cada vez más nuevo Viejo Mundo –casas, trabajos, bares– lo cierto es que preocupa más el desempleo, el costo de la vivienda, el impacto de la inmigración y, si nos centramos en España, ETA, los triunfos de Fernando Alonso en la Fórmula Uno, de Rafael Nadal en el tenis y la incógnita de si Madrid será o no ciudad olímpica. El doble gancho a la mandíbula de los referéndum de Francia y Holanda –más el anuncio de que Inglaterra congela su consulta popular y que la cosa viene mal en Luxemburgo y Dinamarca– ha dejado K.O. a la clase política, sí; pero la gente sigue en la suya. En cualquier caso, hay algo de reconfortante sadismo en la visión de todos esos desconcertados estadistas.
Y así está la cosa: el pianista respondió “no ser”; Garganta Profunda dijo “ser”; mientras la Constitución Europea ruega de rodillas y con voz llorosa un “¿Me repite la pregunta?”

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