SOCIEDAD › EL TRIBUNAL POSTERGO PARA
HOY LOS ALEGATOS Y LA SENTENCIA
Romina, en el día del veredicto
Afuera del tribunal, unas 300 mujeres acompañan a la joven con una radio abierta, en la que cuentan sus historias de violencia.
Por Marta Dillon
Un pañuelito bordado tapándole los ojos y una virgen aferrada sobre el pecho, envuelta en su cofre de vidrio, fueron el último sostén de Elvira Baños, la mamá de Romina Tejerina, después de partir en dos el recinto de la Sala Segunda de la Cámara Penal de San Salvador con un llanto agudo como un grito. Fue después de que se decidiera aplazar los alegatos y la sentencia hasta hoy y que la defensa de su hija planteara que dilatar el último tramo del juicio oral atentaba contra las garantías de la legítima defensa. Afuera, bombos y trompetas hacían llegar hasta la sala la música de la protesta. Unas 300 mujeres de distintos puntos de la provincia, de Salta, Tucumán y Buenos Aires usaban la radio abierta para pedir la libertad de Romina y a la vez poner en común sus propias experiencias de violencia en un círculo conmovedor en el que cambian las voces pero las historias resultan casi idénticas.
La audiencia había comenzado con el testimonio de María Cabrera de Moya, asistente social, quien hizo la primera pericia socio-ambiental encargada por la instrucción, en octubre de 2003. Prácticamente leyendo de su propio informe, la profesional se mostró por demás colaboradora, al punto de que el mismo presidente del tribunal, Antonio Llermanos, tuvo que pedirle que no siguiera adelante cuando empezaba a avanzar sobre los detalles que había obtenido sobre el homicidio que se juzga, en las entrevistas que mantuvo con Romina en el penal de Alto Comedero. Cabrera de Moya la describió como “una persona distendida, sin angustia, sin emociones”, aunque, sin comprometerse con valoraciones propias en este caso, aseguró que de las entrevistas con la familia había surgido que “su madre le pegaba feo”, que su padre “la insultaba” y que los mismos padres asumían que los límites se ponían “con una cachetada”.
Sin embargo, Cabrera de Moya puso su criterio en juego –a todo o nada– cuando la fiscal, Liliana Fernández de Montiel, le preguntó si había detectado en Romina signos de haber sido violada. “Cuando una está con una persona abusada, eso se detecta a nivel piel, es algo evidente y yo no he visto ninguna actitud gestual ni en su relato que me indique que ella fue sometida.” A pesar de haber mencionado “la piel” como sistema de evaluación de síntomas, la testigo quiso volver a repetir, cuando había terminado su testimonio, que no creía que Tejerina hubiera sido violada.
Después declaró quien fuera el psiquiatra de la Unidad Penal 2 de Mujeres, Ramón Padilla, un testigo al que se citó sin notificar a la defensa. Su testimonio ya había sido impugnado por la defensa, pero esa objeción se resolvió en contra, igual que el pedido de procesar por falso testimonio a Rosa Pacheco, la joven que había puesto en duda el origen del embarazo de Romina, contradiciendo su declaración en la instrucción. Padilla dijo que había detectado síntomas de stress postraumático en las primeras entrevistas con la joven, “aunque éstos remitieron sin medicación en un lapso de un mes, sin volver a presentarse”. Sin embargo, Padilla situó el trauma en la violación denunciada y dijo que esos mismos síntomas pueden remitir sin tratamiento en lapsos de un año. El tiempo aproximado desde que habría sido violada y el momento de la evaluación.
Fernando Molina y Mariana Vargas, defensores de Tejerina, dejaron planteada la reserva de nulidad por la postergación de los alegatos. Aun así se pasó a cuarto intermedio con el telón de fondo de una ciudad paralizada, por el acampe de las mujeres en la puerta del tribunal y por otras dos protestas: las auxiliares docentes que sólo cobran planes Jefas de Hogar y piden nombramientos, y los trabajadores de Aceros Zapla, una empresa rematada en los ’90. También los judiciales están en paro y asamblea permanente, desde hace nada menos que 45 días.
En medio de ese silencio que de tanto en tanto hacían estallar los bombos, las voces de las mujeres en vigilia por Romina se escuchaban estremecedoras. “Tengo ocho hijas, tres han salido embarazadas y a la más chiquita me la han violado”, lloraba una mujer de Perico. De esa localidad es Zulma Gutiérrez, asesinada por su esposo, que todavía no fue detenido. Y ahí estaban las fotos de Anahí Milagro Medina, golpeada hasta la muerte por el padre de su hija de dos años, “pero está detenido en una comisaría donde los canas lo sacan a tomar mate a la vereda”, denunciaba la tía de Anahí, Gloria Zambrano. El círculo se abrió para que Mirta Tejerina, la mayor de las hermanas, advirtiera: “Guarda con el dedo acusador, pueblo, porque nos puede pasar a cualquiera”.
Lo cierto es que el eco que tiene el caso de Romina en esas caras curtidas que sostuvieron la vigilia fue la forma más directa de subrayar que ella no está sola, que son muchas las que entienden por qué lugares anduvo esa chica con la marca de la violencia a cuestas, con su embarazo secreto. Las historias que se repetían y que explican por qué los talleres de mujeres en los que se reflexiona sobre la violencia de género dentro de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) –la agrupación más numerosa en el lugar– se llaman “talleres de autodefensa”. Y por qué se repite, en la puerta del tribunal, que cuando se juzga a Romina “nos están juzgando a todas”.