CONTRATAPA
La guerra proterrorista de W. Bush
Por Juan Gelman
Los espantosos atentados que tuvieron lugar en Londres no sólo prueban que Bush hijo está perdiendo su guerra global contra el terrorismo: más bien la está alimentando. Y lo oculta. Larry Johnson, ex analista de la CIA y ex experto en terrorismo del Departamento de Estado, reveló que la jefa actual del organismo, Condoleezza Rice, está suprimiendo información que evidencia el aumento brutal de los ataques importantes de ese tipo en todo el mundo: desde la invasión a Irak se triplicaron con creces, pasando de 175 en el 2003 a 625 en el 2004 (The Independent Institute, 25-4-05). Condi, como la abrevian, anuló este año la publicación de “Los patrones del terrorismo global”, el informe anual del Departamento de Estado sobre el tema, luego de intentar en vano que los especialistas del Centro Nacional de Antiterrorismo aplicaran una metodología que hubiera achicado la cifra. Pero W. insiste en que dicha invasión fue clave para la victoria que estaría obteniendo sobre el terrorismo mundial.
“No permitiremos que la violencia cambie nuestro modo de vida”, postuló el mandatario norteamericano frente al desastre que sufrió la capital del Reino Unido. Aquí se vuelve a equivocar, o a mentir. Richard Pape, politólogo de la Universidad de Chicago, que analizó 462 atentados suicidas perpetrados en el mundo entre 1980 y comienzos del 2004, encontró que más del 95 por ciento de ellos perseguía “el objetivo central” de expulsar a las tropas extranjeras que ocupan países o regiones de interés para Occidente. “En vista de que el terrorismo suicida es sobre todo una respuesta a la ocupación extranjera y no un producto del fundamentalismo islámico –declaró–, el empleo de grandes fuerzas militares para transformar esas sociedades sólo incrementará el número de terroristas suicidas que llegarán hasta nosotros” (The American Conservative, edición del 18-7-05). Incluso la Junta Científica del Pentágono ha tomado recientemente nota de que “los musulmanes ‘no odian nuestra libertad’, más bien odian nuestras políticas. Una aplastante mayoría objeta lo que percibe como un apoyo unilateral (de EE.UU.) a Israel y contra los derechos palestinos, así como un permanente y aun creciente sostén a lo que los musulmanes consideran tiranías, en particular a Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Pakistán y los estados del Golfo”. Queda claro.
Sir Ivor Roberts, embajador británico en Italia, manifestó en septiembre del año pasado “que ‘el mejor sargento reclutador de efectivos para Al Qaida’ no es otro que el presidente de EE.UU., George W. Bush” (Time, 107-05). “Nos atacan por lo que hacemos en el mundo islámico, no por lo que somos, o creemos, o por el modo de vida que adoptamos”, afirmó Michael Scheuer, funcionario retirado de la CIA que condujo la cacería de Osama bin Laden a fines de los 90 (CNN, 7-7-05). Y en efecto: numerosas encuestas realizadas en los países árabes durante los últimos años muestran que los musulmanes simpatizan con los ideales de democracia y libertad que W. declama, pero no practica. Para ellos, “el modo de vida” que defiende el presidente yanqui consiste en el apoyo irrestricto a Israel, la intervención en Afganistán, la invasión y ocupación de Irak, la muerte de decenas de miles de civiles inocentes, las torturas en Abu Ghraib, las profanaciones del Corán en Guantánamo. Y cabe preguntarse por qué los atentados terroristas se produjeron en Londres y no en Suiza, un país que, finalmente, comparte los mismos “valores de libertad y democracia” que proclama Gran Bretaña. ¿Será porque el gobierno suizo no atacó a Irak, ni lanza cruzadas contra países árabes, ni busca apoderarse del petróleo de Medio Oriente, y se ocupa de sus propios asuntos?
La idea de buscar caminos políticos para enfrentar al terrorismo, sin obviar por ello las medidas de seguridad, se abre penosamente paso en ciertos think-tanks norteamericanos y aun entre parlamentariosrepublicanos que demandan a la Casa Blanca el diseño de una “estrategia de salida” de Irak. Los “halcones-gallina” califican esa actitud de “apaciguamiento”, resucitando la antigua designación de las políticas conciliatorias de Europa hacia el nazismo previas a la Segunda Guerra Mundial. El fervoroso proisraelí Frank J. Gaffney, presidente de Consejo de Políticas de Seguridad de Washington y ex subsecretario del Pentágono en el gobierno Reagan, es terminante: “Hay que enterrar las nociones de que el mundo libre puede desligarse de esta guerra (antiterrorista) o de cualquiera de sus frentes, incluyendo Irak” (National Review Online, 8-705). Que el Grupo de los Ocho, reunido en Escocia cuando los atentados en Londres, analizara los temas de reducción de la deuda del Tercer Mundo, la ayuda a Africa y el calentamiento del planeta fue para Gaffney “una distracción”: había que poner el acento en el “islamofascismo”, una invención lingüística en espejo.
Resurge en Gran Bretaña la pregunta que W. Bush se hizo después del 11/9: “¿Por qué nos odian?”. Un editorial del Wall Street Journal (8-7-05) insiste en que “los terroristas, más que odiar lo que hacemos, odian lo que somos, de modo que no hay lugar seguro para retirarse. Y retirarse del combate contra los islamistas en el Medio Oriente sólo les volverá más fácil atacarnos en nuestra propia casa, como hicieron ayer en Londres”. En tanto, un informe del Instituto de Posgrado de Estudios Internacionales de Ginebra establece que desde la invasión a Irak han muerto por diversas causas más de 100.000 iraquíes y más de 1900 efectivos estadounidenses. Es francamente mortífero el modo de vida que W. Bush no permitirá cambiar.