EL PAíS › MENEM, DUHALDE Y ALFONSIN EN CAMPAÑA
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Ni Kirchner ni CFK han sido muy explicativos sobre aquello que los separa de sus adversarios. Pero Menem, Duhalde y Alfonsín hacen el trabajo por ellos. De la fórmula del ’89 al Pacto de Olivos y la batalla por los negocios de Yabrán, los fantasmas de los últimos 22 años resucitan en campaña electoral. Los otros gajos radicales se encandilan con una frase ingeniosa, aunque se alejen de la realidad, el único pecado que ningún peronista cometerá. Las tres etapas del plan de Kirchner.
Por Horacio Verbitsky
El gobierno nacional no ha sido muy explicativo acerca de la ruptura con el ex Senador Eduardo Duhalde, a quien Cristina Fernández de Kirchner enfrentará en los comicios legislativos bonaerenses del 23 de octubre. Tampoco lo es el nombre de la sigla política con que concurrirá a esa elección: el Frente para la Victoria. Está claro que quieren ganar, pero sería útil mayor precisión respecto de sus motivaciones y proyectos.
En el lanzamiento de su campaña en La Plata, más allá de la metáfora estrepitosa que usó, CFK sólo dijo que Duhalde ponía escollos en el camino del gobierno. El resto fue necesario deducirlo de su descripción de las dos décadas transcurridas desde la conclusión de la dictadura militar. El sayo para el matrimonio Duhalde fue la referencia al asistencialismo que degrada a quien lo recibe y genera dependencia de quien lo otorga, en oposición al empleo que organiza a la sociedad y construye ciudadanía. También aludió a Duhalde cuando dijo que los argentinos “no quieren más tutelaje, quieren que quien sea Presidente, sea Presidente, que quien es Gobernador, sea Gobernador.” Ya Felipe Solo había conseguido descolocar a Duhalde con ese sencillo discurso, que Kirchner le dictó.
El presidente tampoco fue más explícito en sus varias apariciones de los últimos días. Dicen que acompañan, pero en realidad condicionan el apoyo a tener más cargos y candidaturas, sostuvo. Para que los profesionales de la política, que la practican en su propio interés, cumplan su anuncio de retirarse hay que derrotarlos en las urnas para que el pueblo marque un rumbo distinto, agregó. El jefe de gabinete, Alberto Fernández, sumó una variación en torno del mismo tema cuando argumentó que la solicitud de la mitad de los puestos en la lista de candidatos nacionales por la provincia de Buenos Aires delataba que el ex Senador Duhalde intentaba conservar porciones de poder. Y sin embargo todas las investigaciones de opinión pública muestran que el electorado distingue entre ambas ofertas y comprende la ruptura. Más son los que la celebran que quienes la lamentan.
Perfiles
Otras personalidades políticas se encargaron de hacer transparente lo que está en juego. En el discurso inaugural de campaña, la Señora de Duhalde recriminó al presidente que estuviera pendiente del pasado, en absoluta congruencia con el intento de su esposo de que la Corte Suprema de Justicia confirmara la vigencia de las leyes de impunidad. En un reportaje, Hilda González de Duhalde profundizó ese perfil autoritario: cuestionó la relación del gobierno con algunos piqueteros y entre los problemas bonaerenses privilegió la inseguridad y los secuestros. En su boca, piqueteros es sinónimo de subversivos o, como ella dijo, violentos. Esa definición es coherente con la alianza electoral con el ex jefe carapintada, coronel Aldo Hulk, y con las conversaciones para sumar a ese frente al comisario Luis Abelardo Picapiedras. Las relaciones son antiguas. Fue un cuñado de José María Díaz Bancalari, el juez Oberdan Andrín, quien cerró la causa contra Picapiedras por la privación ilegítima de libertad, torturas y posterior homicidio de Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi durante la dictadura militar, pese a la abrumadora masa probatoria: ambos habían sido secuestrados la noche anterior en Rosario y luego del presunto enfrentamiento en que Patti los mató la autopsia detectó marcas de golpes, quemaduras de picana eléctrica y ataduras con cuerdas y que los disparos mortales fueron efectuados a quemarropa. Los familiares de ambos se constituyeron este año como querellantes particulares y el fiscal Juan Murray solicitó su reapertura. Duhalde repite así el discurso y las alianzas que asumió en julio de 2002, en vísperas del corte del Puente Pueyrredón, al que CFK aludió en su lanzamiento. Esta semana en las audiencias del juicio por los asesinatos alevosos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, el abogado del CELS Rodrigo Borda reveló que, según los documentos de la SIDE desclasificados por Kirchner, el gobierno de Duhalde había dispuesto convertir ese corte en un caso testigo para afirmar la autoridad estatal. “Había que poner orden. La democracia funciona con orden”, declaró ante el azorado tribunal el ex ministro duhaldista de Inteligencia, Carlos Soria. Otras de sus actividades de entonces eran presionar a los jueces federales para que procesaran a Domingo Cavallo y Eduardo Escasany como distracción para el malestar de las clases medias, y espiar los movimientos del matrimonio Kirchner en Santa Cruz. La entrega de ese documento al tribunal y a las partes es una actitud más consistente que el testimonio de Luis Genoud, secretario de Seguridad de Duhalde y ministro de seguridad en el momento de los asesinatos de Avellaneda, a quien Felipe Solo recompensó con una banca en la Suprema Corte de Justicia bonaerense para la cual el ex abogado policial carece de calificación. Genoud acusó al ex ministro duhaldista Alfredo Atanasof (quien desde las blancas playas del Caribe no podía contestarle) por la provocación que montó con sus declaraciones previas, pero nada dijo de su propia responsabilidad ni de la del gobernador, ya que de ellos dependían los dos asesinos, el comisario Fanchiotti y el cabo Acosta.
La liga de los ex
En un inesperado comentario sobre la disputa bonaerense un candidato a Senador Nacional por La Rioja dijo que Duhalde llevaba el peronismo en el corazón. En cambio los Kirchner no son peronistas, son zurdos, agregó Carlos Menem. Y un aspirante a encabezar la imprescindible renovación y el urgente cambio que reclama la Unión Cívica Radical tuvo palabras de encomio para Duhalde. Según Raúl Alfonsín el ex Senador merece reconocimiento por “salvar las instituciones” (sic), Kirchner gobierna sin el Congreso y CFK cometió un exabrupto al mencionar la película El Padrino. “El extremismo es la peste de la democracia”, dijo. A su juicio la gobernabilidad está en riesgo y “no se necesita un presidente fuerte, se necesitan instituciones fuertes”. Al cabo de dos años de gobierno se van definiendo así campos políticos opuestos, en los que la elección del adversario contribuye a definir la propia personalidad, como enseñaba hace ocho décadas Carl Shmitt en su Teología Política. Si la selección del adversario es equivocada, será arduo construir algo sólido sobre ella. Por ejemplo, la idea de que lo que se dirime es la elección de un nuevo padrino prescinde tanto de la propia experiencia de quien padeció en su partido los viejos liderazgos aferrados a sus posiciones más allá de su fecha de vencimiento cuanto de los datos más ostensibles de la realidad actual. Esa equiparación no le hace mal a Kirchner, sino a quien la formula. Otro tanto ocurre con el desprendimiento hacia la derecha del tronco radical, que tampoco es capaz de resistirse a una frase picante. Decir que el gobierno tratará de mantener a CFK alejada de los micrófonos porque cada vez que habla se complica puede sonar ingenioso, pero sólo hará padecer a quien se confíe en esa lectura cuando se tope en el camino con la persona real y no con el personaje que intentó construir. También en esto los peronistas, armados con la simple tautología acerca de la realidad y la verdad, llevan serias ventajas sobre los radicales. Otra de las críticas de Alfonsín a Kirchner fue por haber firmado más decretos de necesidad y urgencia que Menem. Según la investigación que desde hace una década realizan Matteo Goretti y Delia Ferreira Rubio, Kir- chner firmó sobre políticas públicas más decretos de necesidad y urgencia que proyectos de ley. Alfonsín se basa en esos datos, pero al seleccionar los más relevantes omite que un tercio de esos decretos versaron sobre sueldos, salarios, jubilaciones, aportes, asignaciones familiares, subsidios e indemnizaciones. Este instrumento (constitucionalizado por Alfonsín y Menem en 1994 con la perversa frase “Se prohíbe la delegación legislativa en el Poder Ejecutivo, salvo en materias determinadas de administración”) no podría citarse como indicio de calidad institucional. Pero carece de sentido su análisis abstracto, al margen de las condiciones políticas vigentes, en las que el decisionismo kirchnerista ayudó a evitar circunstancias críticas como las que empantanaron a los dos gobiernos recientes de la UCR. Algo similar podría decirse de las relaciones presidenciales con el desintegrado sistema de partidos. La constitucionalización de la Argentina es otra tarea pendiente. Pero el tránsito de la africanización a Escandinavia no será rápido ni lineal. Cada vez que se reflexione sobre los riesgos de la concentración de poder en el presidente convendrá recordar que para resistir esos cantos de sirena Kirchner se ató al mástil con la designación de una mayoría garantista en la Corte Suprema de Justicia, diferencia fundamental con todo lo conocido antes en la Argentina, que no puede pasarse por alto como si fuera un simple detalle, irrelevante a la hora del balance.
Lo pasado pisado
Alfonsín, Menem y Duhalde son las figuras centrales que dio la política argentina a partir de diciembre de 1983. Con sus respectivas virtudes y defectos, cada uno en una proporción muy distinta, los tres cumplieron un ciclo que se rehúsan a cerrar con el mayor decoro que cada uno tiene a su alcance, y que también difiere entre ellos. En países con democracias afianzadas sería impensable tamaña resistencia a permitir que otras figuras más jóvenes (y más expresivas de los nuevos estados de conciencia y de las necesidades de la sociedad) los reemplacen. James Carter se mantiene activo en el campo internacional, la promoción de reformas democráticas y los derechos humanos, lo cual le ha valido el Premio Nobel de la Paz. Pero ni a él ni a la sociedad norteamericana se le ocurriría que tenga alguna palabra que decir en la política de su país. Lo mismo vale para Bill Clinton, pese a que al concluir su segundo mandato, a los 54 años, la mayoría del electorado hubiera deseado votar una vez más por él y lamentó que la enmienda constitucional sancionada hace seis décadas lo impidiera. La candidatura presidencial para 2008 de su esposa, Hillary Rodham, es apenas una conjetura, que no depende del nulo poder residual que él conserve sino del reconocimiento que ella se haya ganado durante sus años en la Casa Blanca y luego como senadora. Margaret Thatcher gobernó Gran Bretaña una década, pero desde que dejó Downing Street sólo habló para defender a su amigo Augusto Pinochet cuando fue detenido en Londres. Felipe González también tenía apenas 54 años cuando dejó el gobierno español y la conducción de su partido, sin la más remota fantasía de recuperarlos. No hace falta ir tan lejos. Esta semana el Congreso de Chile reformó la Constitución. El presidente Ricardo Lagos propuso y el parlamento aprobó, reducir el mandato presidencial de 6 a 4 años y sin reelección. Así, el político más popular de Chile decidió acortar su mandato en vez de prorrogarlo. Lagos se acerca al fin de su mandato con un índice de aprobación superior al 60 por ciento pese a que un primo de su mujer y ex jefe de gabinete presidencial acaba de ser procesado (y encarcelado) por falsificación y fraude al fisco, en una investigación por el pago de sobresueldos. La misma reforma constitucional protegerá a los periodistas de juicios de dirigentes políticos por difamación. De los tres cachivaches argentinos, Duhalde es el que mayor conciencia ha mostrado de la necesidad del relevo. Vicepresidente en 1989, gobernador de Buenos Aires desde 1991 a 1999, candidato presidencial derrotado ese último año, después Senador a cargo del gobierno nacional durante casi un año y medio, recorrió todos los peldaños de una carrera política. En un célebre exabrupto, hace cinco años, dijo: “Somos una dirigencia de mierda en la que me incluyo. Éste es mi pensamiento. Y la gente dice cosas peores de nosotros: nos llaman corruptos, delincuentes, incapaces, mediocres, vendepatrias”. Cuando terminó su mandato interino en el Poder Ejecutivo dijo que formaba parte de la vieja política que la sociedad y él mismo rechazaban. Fueron los momentos de su mayor aceptación pública. Menem y Alfonsín son aún más patéticos. Diez y quince años mayores que Duhalde, se aferran a la fantasía de un poder al que sólo pueden volver mirando el álbum de fotos. Uno para obtener fueros que lo protejan de las consecuencias legales de sus actos en el gobierno. El otro para salvar a la Patria, que no puede arreglárselas sin él y sus jóvenes protegidos y/o protectores. Las relaciones entre ellos, estigmatizadas por el Pacto de Olivos que permitió la reelección de Menem a cambio de un tercer senador por provincia para el radicalismo (que ni siquiera supo conservarlo) definen mejor que las palabras de Kirchner aquellas conductas que llevaron al país a la postración y el colapso económico, institucional y moral. Vicepresidente de Menem, Duhalde aceptó competir por la gobernación bonaerense en 1991 siempre que le garantizaran una enorme disponibilidad de recursos a gastar sin control. El uso de la policía provincial como parte del mecanismo de financiamiento ilegal de la política (y de las suntuosas viviendas de los políticos duhaldistas) fue uno de los principales focos de corrupción y derivó en una confrontación entre Menem y Duhalde, que abarcó los negocios de Alfredo Yabrán, el asesinato de José Luis Cabezas y la investigación del atentado a la AMIA, que en los próximos días llevará a la destitución del juez Juan José Galeano. El alfonsinismo fue el más complaciente opositor. El pacto de impunidad entre ambas fuerzas lleva tantos años como la hegemonía duhaldista que ahora toca a su fin en la provincia. En diciembre de 2001 Duhalde y Alfonsín acordaron, con la bendición del cardenal Jorge Bergoglio, la ofensiva devaluacionista que acabó con los gobiernos de Fernando de la Rúa y Adolfo Rodríguez Saá y, sumada a la rigidez de la convertibilidad, arrojó a la pobreza a más de la mitad de la población. Esto explica en forma suficiente la reacción de Alfonsín ante el desafío de Kirchner a ese sistema podrido hasta la raíz, del que con humor involuntario la Señora de Duhalde intenta desmarcarse. En su última aparición televisiva dijo que el “ochenta por ciento de la dirigencia del Justicialismo se ha ido al Partido de la Victoria”, un reconocimiento que no tuvo el eco que merecía en los análisis políticos. Según sus colaboradores Hilda González lo dijo con alivio, porque atribuye a aquella estructura armada por su esposo la derrota en las elecciones de 1997. De ilusión también se vive.
Política y negocios
La referencia de Kirchner al Fondo del Conurbano, por el que el duhaldismo dispuso de tres millones de dólares diarios para inversiones realizadas en forma discrecional no sólo provocó la previsible respuesta de Eduardo Camaño, que le recomendó preguntarles por el manejo de esos recursos a los intendentes que ahora lo rodean, sino también la reacción del actual gobernador. Como en los tiempos no muy lejanos de su indefinición entre ambos campos, Felipe Solo refutó al presidente y dijo que no le constaba que hubiera habido despilfarro o desvío de fondos. Esta dificultad para construir algo nuevo con figuras tan paradigmáticas de lo viejo se reproduce en el caso del Banco de la Provincia de Buenos Aires. El Poder Ejecutivo tiene indicios consistentes de que el duhaldismo desencadenó la estampida del último trimestre de 2001 para acabar con el gobierno de la Alianza ante la amenazante acumulación de evidencias sobre el manejo de los redescuentos recibidos del Banco Central. Profundizar las investigaciones aun cuando puedan comprometer al gobernador y a algunos intendentes pasados de campo es una de las asignaturas pendientes para la segunda mitad del mandato de Kirchner. Un primer paso será el relevo como Superintendente de Entidades Financieras del Banco Central del justicialista de la rama negocios Jorge Levy por el patagónico Waldo José María Farías, que se producirá en plena campaña electoral al concluir el mandato del contador duhaldista.
Tres etapas
Cuando Kirchner aceptó el acuerdo con Duhalde para la campaña de 2003 algunos de sus íntimos opinaron que a ese precio era mejor no acceder a la presidencia. Su respuesta definió tres etapas delimitadas en forma muy precisa, incluso con dibujos de círculos encadenados. El primero decía “asociación”, el segundo “quiebra del aparato”, el tercero “armar una opción nueva”. La asociación le permitió llegar al gobierno. “Estamos aquí de casualidad pero vamos a consolidarnos y llevaremos a la práctica todo lo que pensamos”, explicaba por entonces. La confirmación en el gabinete de cuatro ministros de Duhalde fue parte de la pugna. Dos de ellos tenían juego propio y así como nunca fueron auténticos duhaldistas, tampoco se involucran ahora en la campaña contra el ex senador. Los dos restantes están entre los más entusiastas de la nueva situación, por lo que han sido objeto del rencor de Duhalde y La Señora. La quiebra del aparato era imprescindible para evitar un desenlace como los que terminaron con los gobiernos de Alfonsín en 1989 y de De la Rúa en 2001, pero también para llegar en las mejores condiciones a la negociación final con Duhalde por el armado de las listas electorales. El ex Senador repite que no buscaba la ruptura, que su reclamo de posiciones era sólo un bluff. Como no estaba en su mesa de póker, todo salió al revés de lo que esperaba. La ruptura permite un cambio de método de construcción política. La lógica del duhaldismo era la de los feudos aislados, que sólo el monarca articulaba. Así nadie trascendía de su distrito y esto preservaba el poder de Duhalde. Por eso cuando ni él ni su esposa pudieron ser candidatos, debieron recurrir a políticos porteños como Carlos Rückauf y Felipe Solo, que sólo se mudaron a la provincia cuando resultaron electos. El gradualismo kirchneriano se ha ido cumpliendo. La nueva relación de fuerzas que emerja de los comicios de octubre indicará el comienzo de la tercera etapa. Entonces se verá qué es capaz de producir la sociedad para afirmar el cambio que todos dicen querer.