CONTRATAPA

El caso del extranjero abatido

 Por Rodrigo Fresán

UNO “Veamos... El extranjero salió, el viernes 22 de julio, de una casa en Tulse. Camina hasta la cercana parada del autobús de la línea 2, se sube a él y, luego de un trayecto de unos diez minutos, desciende cerca de la estación de metro de Stockwell. Se supone que unos oficiales de civil lo consideran sospechoso por algún motivo, posiblemente les inquietan sus rasgos que no son del tipo británico, y le dan la voz de alto. El extranjero comienza a correr, salta los molinetes, baja por las escaleras mecánicas, corre por el andén de la Northern Line, entra a un vagón, tropieza y cae al suelo. Allí, sin pedir explicaciones ni dudarlo un segundo, uno de los policías lo alcanza y le dispara ocho veces: siete tiros a la cabeza y uno al hombro... Ahora bien, qué nos dice todo esto, querido Watson.”

DOS Sherlock Holmes nunca pasará de moda mientras exista Inglaterra. Y es ahora cuando los ingleses lo necesitan más que nunca: alguien que imponga la razón por encima de la pasión y el frío cerebro oponiéndose a la cabeza caliente. Lo primero que se habría preguntado Holmes es, claro, por qué los policías que venían siguiendo al brasileño Jean Charles de Menezes desde que salió a la calle por considerarlo hipotética bomba andante, le permitieron subir a un autobús lleno de personas. Lo segundo es por qué el brasileño no se detuvo cuando se lo indicaron. La respuesta al segundo interrogante parece ser que el extranjero tenía el visado vencido y entonces salió disparando temiendo una deportación sin imaginarse que, a partir de ahora, al que dispara sobre sus piernas le disparan a la cabeza. La respuesta a lo primero parece ser que así son las cosas, que vivimos tiempos raros y que –explicó Blair– “tenemos que entender que la policía está haciendo su trabajo en circunstancias muy difíciles, y es importante que le demos todo nuestro apoyo en su tarea de proteger a la gente”. Por lo que Watson hubiera mirado a Holmes y, con timidez y cautela, respondido: “Supongo que lo que nos revela todo esto es que no es bueno andar corriendo por ahí si se es extranjero”. Y entonces Holmes habría mirado a Watson con ternura, sonriendo, casi con piedad, como se mira a un niño más o menos brillante.

TRES Sherlock Holmes murió y los ingleses llevaron luto por él como si se tratara de un ser querido y su autor –Sir Arthur Conan Doyle– se vio obligado a resucitarlo y así la creación ha sobrevivido al creador. Muerto Conan Doyle –quien, contrario a su racional personaje, creía en hadas y en fantasmas– fueron muchos los escritores que no dudaron en apropiarse de la leyenda. Se ha dicho que para los narradores escribir una historia con Sherlock Holmes equivale a lo que un actor siente frente a Hamlet: un desafío tan complejo como imposible de rechazar. De ahí que no pase temporada sin que surja algún nuevo pastiche holmesiano y los más interesantes de la presente cosecha son The Italian Secretary de Caleb Carr, The Final Solution de Michael Chabon y, la mejor, A Slight Trick of the Mind de Mitch Cullin. Pero la novela para este verano londinense –dejemos de lado a Harry Potter, por favor– es Arthur & George de Julian Barnes. Este gran escritor inglés –quien comenzó su obra escribiendo policiales bajo seudónimo y que en más de una ocasión exploró en sus libros vidas reales como la de Sibelius, Turgeniev, Delius y, por supuesto, Flaubert– investiga aquí un episodio poco conocido de la vida de Conan Doyle. Una aventura en la que el autor se convirtió en Sherlock Holmes para desenredar una madeja judicial que en 1903 se conoció, periodísticamente, como “The Great Wryley Outrages” y cuya víctima fue un tal George Edalji, hijo de indios y más inglés que muchos ingleses cuando se trata de amar y honrar al imperio de entonces. A Edalji se lo acusó de casi todo lo malo que ocurría en su pueblo –sacrificio ritual de ganado, autoría de anónimos amenazantes– y así pasó tres años, de una condena de siete, en la cárcel. Fue finalmente liberado por falta de pruebas, desprolijidades procesales y protestas varias; pero Edalji no se conformó e insistió en limpiar su nombre y le escribió a Conan Doyle pidiéndole ayuda. Y Conan Doyle –súbito detective privado y público– respondió. Arthur & George –objeto hermoso, imitando diseño y encuadernación edwardiana, letras e ilustración grabadas en una portada sin sobrecubierta– puede leerse tanto como un thriller judicial, una crónica tan íntima como épica de una amistad o, sí, una advertencia sobre los peligros y las tentaciones de pensar en que el mal siempre viene de afuera.

CUATRO Pero en lo que más nos hace reflexionar Arthur & George –no es una idea novedosa– es en el modo en que la realidad se parece cada vez más a una versión diluida de la literatura, en el modo en que las obras contaminan las vidas. Así, el año pasado leímos la noticia de la misteriosa muerte del millonario de cincuenta años Richard Lancelyn Green: máxima autoridad mundial en Sherlock Holmes, quien apareció en la cama de su casa de Londres estrangulado con un cordón de zapatos y rodeado de sus peluches favoritos. Los últimos en verlo con vida dijeron entonces que Green parecía muy perturbado. No dejaba de repetir que “Alguien de la Holmes Society quiere desacreditarme” y que “Se avecinan grandes revelaciones”. Su muerte volvió a poner en circulación los rumores acerca de una tutankamoniana maldición de Sherlock Holmes –parece que son varios los cultores del mito que murieron raro– y así leo hoy mismo que un equipo de investigadores se prepara para exhumar el cadáver del escritor Bretram Fletcher Robinson, fallecido en 1907. Y es que son muchos los estudiosos que aseguran que Robinson fue envenenado con láudano (y una ayudita de su esposa infiel) por Conan Doyle para así silenciar un escándalo mayúsculo: el que Robinson fuera el verdadero responsable de The Hound of the Baskervilles, gran novela holmesiana. Muchos otros estudiosos dicen que todo esto es absurdo, un delirio sin fundamento. Verdadera o falsa, la trama de un escritor devenido criminal para proteger a su justiciero no deja de ser atractiva. Y cosas más infundadas y más absurdas y delirantes se han visto y se ven y –todo hace pensarlo– se seguirán viendo en estos días y noches de un abatido mundo que no deja de correr. Un mundo cada vez más complejo y cada vez menos elemental, querido Watson. Mientras tanto, en una casa en un suburbio de Londres...

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