CONTRATAPA › MURIO NICOLINO LOCCHE
El Intocable
Por Luis Bruschtein
Se hizo boxeador porque descubrió que le divertía y que era una manera de ganarse la vida sin trabajar, como decía. Venía de un tiempo de box en los barrios como el del hangar del aeropuerto de El Plumerillo, en Mendoza, cuando tenía nueve años y pesaba 37 kilos. La única iluminación del cuadrilátero eran cuatro faroles apoyados en las esquinas del ring. A poco de empezar la pelea se dio cuenta de que le era fácil esquivar las andanadas de su rival y que, además, le divertía más que tirar trompadas. Y así, para divertirse, empezó a esquivar las piñas, una aquí, otra allá y llevó a su rival hasta un rincón del cuadrilátero. Hizo un amague y la trompada del otro se perdió en el aire y chocó contra una de las luces. Siguió la pelea hasta el otro rincón. Y otra vez, otro amague, otra trompada fallida que da contra la luz y que dejó al hangar en la penumbra. La pelea se suspendió por falta de luz.
Así era Nicolino Locche, ésa fue su primera pelea y ayer dio la última. El Chaplin del ring, con sus pies planos y su andar de pato, el Intocable fue alcanzado por la muerte, a los 66 años, sin esquive de cintura posible. Era Intocable en un deporte de contacto, el antiboxeador endiosado por los amantes del box. Y hasta las mujeres se rendían ante ese estilo de boxeador “pacifista” que ganaba por puntos, que evitaba la carnicería, de cuerpo cuadrado pero con más reflejos que un monje de kung fu. En 1961 fue campeón argentino y en 1968 fue campeón del mundo. Atrás quedaron tirando piñas al aire Ismael Laguna, Kid Pambelé, Sandro Loppópolo, el Morocho Hernández y el japonés Fuji.
Paul Takeshi Fuji era el campeón del mundo, un japonés que parecía una maquinita de tirar piñas. Incansable, paciente, demoledor, con estilo de campeón. Y ese día, el 12 de diciembre de 1968, cuando le estaban dando el masaje en el vestuario del monumental estadio Kuramae Sumo, de Tokio, el día de su gran pelea, con el gran campeón, en el gran estadio, Nicolino se quedó dormido cuando le estaban dando el masaje. El entrenador lo despertó para la pelea y Nicolino se fue tranquilo.
La pelea fue un espectáculo del Bolshoi, el Intocable bailoteando y el japonés persiguiéndolo frustrado y Nicolino dale que dale con su payaseada de cintura y después con los esquives de hombro y las trompadas del japonés que se volvían trompaditas en el aire. Y de repente se detenían, los rivales se observaban un segundo, el brazo de Fuji que salía disparado y Nicolino que se agachaba casi con pereza y el latigazo se perdía en la nada. El japonés era velocidad y Nicolino parecía quieto, una momia, pero debería ser más rápido que la vista, porque no había forma de que le pegaran. O si no, se dejaba arrinconar y se acurrucaba con la guardia alta y dejaba que el otro se cansara de pifiar. Y después, casi con desgano, como diciendo “esto lo hace cualquiera”, disparaba un piñazo, más que nada para enfurecer, para ganar puntos, y así ganaba.
Nicolino enloquecía a la popular. En medio de la pelea ponía sus manos atrás y mostraba la cara para que le pegaran. El otro tiraba trompadas y Nicolino, sin manos, esquivaba los golpes en medio del delirio de las multitudes. O de repente se metía en el rincón y armaba la guardia como un fortín infranqueable. El otro tiraba piñas hasta cansarse mientras Nicolino, con la cara de costado, le hablaba a uno de los locutores que relataba la pelea en un lateral del ring. Maestro, hacía delirar a la gente y enloquecía a sus rivales.
Y así Nicolino, el Intocable, hizo un montón de plata. Y como la hizo, la perdió en negocios imposibles, jugueterías, estaciones de servicio y campos. Perdió todo, hasta los pulmones, por el cigarrillo, y a su esposa, cuando se fue de farra con un amigo y regresó un mes después. Nicolino se atajaba la vida como podía, pero no tenía la misma suerte que en el box. Ni tanto, porque resultó que el cinturón de campeón que había ganado en 1968 era una imitación. Y recién hace quince días le habían dado el cinturón original. Una afección cardíaca y respiratoria fue la piña que lovolteó ayer cuando apenas había cumplido 66 años, el viernes pasado, y cuando ninguna otra piña había podido alcanzarlo hasta antes de ayer.