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Los 500 individuos más ricos del mundo tienen ingresos superiores, en conjunto, a lo que reciben los 416 millones de personas más pobres del planeta, según destaca el informe del PNUD divulgado ayer. Es decir, que en promedio cada uno de esos afortunados cobra lo mismo que reciben en total un millón de seres que habitan este mundo en el mismo período. Es apenas uno de los tantos datos que revelan el tremendo grado de desigualdad vigente en el mundo, en el que los regímenes supuestamente democráticos –países dominantes con hegemonía sobre el resto del planeta– siguen condenando a más de 2500 millones de personas, el 40 por ciento de la población mundial, a vivir diariamente con un ingreso inferior a los dos dólares.
Cecilia Ugaz, asesora principal en políticas del PNUD, resaltó que la pobreza extrema (con ingresos por persona menores a un dólar diario) se redujo desde 1990 hasta el presente del 28 al 21 de la población mundial. Lo curioso es que este resultado se logró principalmente por el progreso obtenido en esa materia por China, de la mano de las altas tasas de crecimiento anuales. En cambio, en los países de Europa del Este y la ex Unión Soviética, incorporados al capitalismo en esa década, la población con ingresos menores a dos dólares diarios pasó de 23 millones en 1990 a 93 millones en el 2001.
No les fue mejor a las regiones más retrasadas del Globo. En el Africa subsahariana, la cantidad de sumergidos en la pobreza creció en más de 100 millones de individuos en los ’90. En términos globales, Medio Oriente y América latina no mostraron cambios significativos; es decir, mantienen la misma cantidad de pobres que al iniciar la década pasada.
La globalización económica, el crecimiento del comercio mundial, el fin de la bipolaridad con la definición de la hegemonía capitalista, no rindieron los frutos esperados por sus mentores en materia de igualdad e inclusión. Pero el informe del organismo de las Naciones Unidas no enfoca las críticas sobre el sistema económico mundial: insiste en presentar la eliminación del proteccionismo comercial de los países ricos como la panacea, como si reservar a los países pobres al rol de proveedores de materias primas fuera la solución y no parte del problema.