CONTRATAPA

En ascenso

Por Enrique Medina

El mismo se denomina, sin exagerar la humildad, pero poniendo las cosas en su lugar, y sin necesidad de recurrir al sonrojo como parche, desde añares ya muy fuera de moda en la política argentina, un “político en ascenso”. Es joven, voluntarioso y eficiente, práctico en las decisiones complicadas, y sabe organizarse para emprender tareas que le reditúan amplios beneficios, ya sea en el acuerdo concreto o en la ampliación de su figura como hombre a tener en cuenta, tanto por su integridad partidaria e ideológica como por sus valores personales. En estos momentos puede decirse que ya hay un selecto grupo de “históricos y prestigiosos” que muy seriamente lo consideran apto; algunos se animan a decir “brillante”, para encabezar un grupo de recambio, un movimiento alternativo con propuestas no fáciles de encajar en cualquier postulado, sino únicamente en aquellos que, además de reunir las necesarias condiciones para el atrevimiento en la palestra política, también aportan un look atractivo para el electorado femenino y un perfil que dé respuesta a una juventud dispersa que busca aglutinarse. El rumor es que un “intocable de los más altos”, en mesa de pares, a la que sólo asisten aquellos que verdaderamente tienen poder decisorio, ha expresado su atención en él diciendo: “Si continúa como hasta ahora, en los próximos años será un referente insoslayable para las instancias más cruciales. Y de ahí a lo supremo, hay sólo un paso”. Con todo este bienestar espiritual a cuestas, amén de una familia modelo, y una inteligencia que día a día desarrolla con el ejercicio del estudio concienzudo y la creatividad en el trabajo práctico, ingresa al consultorio del prestigioso urólogo que le han recomendado. Nuestro hombre, sin haber tenido tiempo ni espacio para dilucidar este encuentro en sus posibles variantes, escucha que quien viste guardapolvo urge indicativo:

–Apoyá los codos en la camilla.

Desorientado por el inesperado tuteo, la imprevista orden le mezcla los cables porque él entró pensando en que venía a sentarse y a consultar y no para apoyar sin sentido los codos, sin antes haberse acostado en la camilla como se supone debería hacer, y es mayor la desorientación por no saber concatenar esta instancia con su futuro patriótico, y siente..., bueno, es un modo de decir... Decir “siente”, en tan incómoda e indeseable eventualidad, es decir nada. Ni aun escribiendo en mayúscula la palabra siente podría el término llegar a calibrar con propiedad la brusca introducción del dedo mayor derecho en el esfínter más privado y religioso de todo varón que se precie de tal.

El resto es literatura, como dijo el poeta de Albión. Es literatura la destreza y habilidad del amable doctor en ponerse y quitarse el guante, en eliminar ciertas dudas, en calmar sospechas, etc.

Y cabizbajo se retira nuestro héroe (calificativo nada gratuito y sí bien ganado). Pisa la vereda y automáticamente yergue la cabeza, recupera su cima, su esplendor y apogeo. La vida continúa, piensa, pero mucho mejor no mencionar la experiencia ni por casualidad, si no, chau electorado femenino, chau la pretensión de ser el nuevo “Che” para el inquieto estudiantado, chau supremo futuro político, chau, chau, chau... Pero al andar hace camino, y recuerda que si un Papa y Perón transitaron por parejas circunstancias, entonces no es para tanto el temor, salvo que la grieta se transforme en temor a dormidas larvas, pero no, nada de eso. Y acelera el andar, ingresa al estacionamiento. ¿La mirada del encargado es la misma?... Habrá que sobreponerse. Arranca el auto. Sale. ¿Y si al estimado profesional se le ocurre imitar al bueno del doctor Nelson Castro que escribió un libro sobre las enfermedades de los políticos?...

¿Entonces, qué?... Confuso, nuestro héroe imagina una tapa que no se puede creer, y, humano al fin, especula: ¿tendré un capítulo especial o figuraré en el montón?... Sea como fuere, entre el montón y la distinción, más bien que vale la distinción. Así que aprieta el acelerador con autoridad y jura no parar hasta presidir la Casa Rosada.

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Imagen: Florencia Daniel
 
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