Lunes, 13 de febrero de 2006 | Hoy
EL PAíS › LA IGLESIA TRAS LOS ULTIMOS NOMBRAMIENTOS DE OBISPOS
Bergoglio habló de la infalibilidad papal, pero nada dijo sobre sus colaboradores más cercanos. De cómo Caselli puede convertirse en el “enemigo común” que acerque al Episcopado local con el Gobierno. Baseotto, un tema pendiente. Asumen los nuevos obispos.
Por Washington Uranga
Después de casi dos semanas en Roma, donde mantuvo reuniones en todos los niveles, también una entrevista con el Papa Benedicto XVI que nunca tuvo y probablemente nunca tendrá confirmación oficial, el cardenal Jorge Bergoglio aprovechó su encuentro con los periodistas al bajar del avión en Ezeiza para afirmar con contundencia que “todo lo que haga el Papa está bien hecho”. De esta manera, el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina buscó desactivar el efecto de las publicaciones periodísticas que hablaban de un malestar creciente entre los obispos católicos porque el Vaticano está produciendo nombramientos episcopales desoyendo las propuestas del episcopado local. Mientras Bergoglio estuvo en Roma, los comentarios de prensa apuntaron a que el cardenal porteño transmitiría esta inquietud directamente a Benedicto XVI. Se sabe que en la curia vaticana los trascendidos en Argentina generaron mucho malestar. Poco agrada a los jerarcas de la Iglesia que se ventilen los problemas internos de la institución. En rigor de verdad, la afirmación de Bergoglio a su regreso no podría leerse tampoco como un desmentido a lo que se publicó en Buenos Aires. En primer lugar porque es impensable que el cardenal se pronuncie en público críticamente contra el Papa. También porque para Bergoglio el debate público sobre el tema de la designación de los obispos “no es de espíritu eclesial, no es del Espíritu Santo”. Pero además porque, hilando fino, Bergoglio sólo sostuvo que lo que el Papa hace está bien hecho, pero no dijo una palabra respecto de sus colaboradores.
El fastidio de los obispos argentinos no es con el Papa sino con el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, y con el arzobispo de nacionalidad argentina Leonardo Sandri, directo colaborador de Sodano, a quienes les atribuyen incidencia definitiva en las propuestas que se le llevan al Papa para la firma en el caso de las designaciones episcopales en Argentina. Y junto a estos dos encumbrados personajes de la curia romana, aparece siempre la figura laica, pero que actúa en forma de influyente “monje negro”, del ex secretario de Culto y ex embajador argentino ante el Vaticano en tiempos de Carlos Menem, Esteban Caselli. Este hombre de la política y de los negocios es el único argentino que, como resultado de su buena relación con Sodano, posee el título vaticano de “Gentilhombre de Su Santidad”.
Desde la Casa Rosada se ha seguido con atención el tema del debate eclesiástico en torno de la designación de obispos. No es un asunto que le competa al Gobierno, dado que el Estado argentino se limita a dar su acuerdo de manera casi automática y, en los últimos tiempos, en un plazo bastante más breve que los treinta días que estipula el convenio entre el Vaticano y la Argentina, para la designación de nuevos obispos. Así ocurrió incluso con los nombramientos recientes de José Luis Mollaghan para Rosario, Fabriciano Sigampa para Resistencia y Oscar Sarlinga para Zárate-Campana. Esto al margen de que en el Gobierno se sabe de la influencia de Caselli en estos nombramientos, y existe también en el nivel político la preocupación por la designación de cada vez más obispos de tendencia conservadora. Pero más allá de que el Gobierno mantenga una actitud prudente y distante frente a un tema que es de estricto orden interno de la Iglesia, el hecho tiene también un costado que no escapa al análisis político. Es así que tales circunstancias podrían hoy obrar en favor de retomar el diálogo entre el presidente Néstor Kirchner y el Episcopado, fundamentalmente a través del cardenal Jorge Bergoglio, una situación que viene congelada desde hace varios meses y que ya resulta incómoda para ambas partes. La existencia de un “enemigo común” –léase Caselli– podría obrar como un aliciente más para el diálogo.
Haciendo uso de su verborragia habitual, el arzobispo emérito de Resistencia, Carmelo Giaquinta, salió al cruce de los comentarios periodísticos calificando de “infundio” las informaciones aparecidas sobre las molestias generadas por la designación de Sigampa. Con menos entusiasmo y probablemente obligado por la contundencia de su colega chaqueño, el arzobispo emérito de Rosario, Eduardo Mirás, también catalogó de “falacia” las noticias sobre su sucesor, José Luis Mollaghan. Es indudable que las informaciones sobre el malestar episcopal surgieron del seno de los propios obispos. Tan cierto como que el espíritu “de cuerpo” –lo mismo que otros calificarían de “corporativo”– hará que en los actos de asunción en esas diócesis que se producirán en los próximos días se haga presente gran cantidad de obispos, incluso muchos de los que dieron origen a las versiones. Todo para demostrar que en la Iglesia “no existen divisiones”.
Siendo importante, éste no es el único ni el principal problema que enfrenta hoy el Episcopado católico. Lo que más les quita el sueño a los obispos es el tema de la designación del sucesor de Antonio Baseotto en el obispado castrense. Después de la resolución presidencial del año anterior por la cual el Gobierno lo desconoció, el asunto entró en un cono de sombra. Hubo algunos diálogos entre el Gobierno y el nuncio apostólico buscando destrabar el asunto a través de la designación de un obispo coadjutor que asumiera en plenitud las funciones, relegando a Baseotto a un lugar más que formal. No hubo acuerdo con esto y se endurecieron las posiciones. Para los obispos argentinos la situación resulta por demás incómoda: si así lo quisieran, no está en sus manos flexibilizar el diálogo porque es el Vaticano –el último responsable del nombramiento de los obispos– quien tiene que mover el resorte de la eventual remoción de Baseotto y de la designación de un sucesor. Es decir, que todo sigue en manos de Sodano y de Sandri. Y a la vista de los otros acontecimientos, hay que tener en cuenta que Baseotto es además capellán de la Orden de Malta y por esa vía cuenta también con Caselli como su escudero. En definitiva este punto resulta ser, hoy por hoy, el más espinoso en la relación entre la Iglesia Católica y el Gobierno. Sin dejar de tener en cuenta que en el nivel gubernamental, y como consecuencia de este entredicho, no se ha abandonado la idea de denunciar el convenio internacional que regula las relaciones entre la Argentina y el Vaticano, incluyendo el sistema de designación de obispos y la existencia de los capellanes militares.
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