CONTRATAPA

Un quieto micrófono

 Por Enrique Medina

Indiferente al frío, ignorante de credos e ideales, apabullante en su abstinencia, orgulloso en su apretada escrupulosidad, y siempre honrado, neutro, sin gracia pero eficaz, un hierático micrófono se expone en la esquina de Florida y Corrientes ensartado en un soporte sin lustre. Moderado, un cartel invita al uso experimental.

El primero en animarse es un jubilado, y dice que por ser él el debutante no hablará de sus penurias sino que recitará los primeros versos del Martín Fierro para bendecir la ocasión. Lo hace muy bien y es aplaudido. Hay un bache que nadie llena hasta que, cargando bolsas de marca con regalos recién comprados, una turista norteamericana manifiesta su buen pasar en el país y la amabilidad de su gente, por lo que da gracias recitando los 38 nombres de los firmantes de la Constitución de su país, empezando con Abraham Baldwin, de Georgia, y terminando con James Wilson, de Pennsylvania, habiendo mencionado por el medio a Benjamin Franklin y a George Washington. El clima se afloja y una maestra se lanza: No puede ser que estén mejor que los nuestros. Cruzan las fronteras en micros para atenderse en nuestros hospitales, y los chicos tienen becas y no estudian, no cooperan, no pagan el comedor, no pagan la renovación de documentos, tienen vales de comida y encima hay unos que roban en bicicleta alrededor del parque Las Heras... Muy peripuesto, zapatos al brillo y sombrero con plumín, aquel caballero aparta su bufanda y se atreve: Sin caer en extremos, lo fundamental es la inventiva, la creatividad, al menos la idoneidad en lo que se hace en el desarrollo de una tarea, por mínima que ella sea, o en el despliegue de una vida, la de uno, sin olvidar raíces para no caer de rodillas ante nuestra propia vergüenza...

De largas trenzas negras y vestuario a la que “te jedi”, hermosa no por joven sino por bella, esta chica, con voz de Adriana Varela, informa que: Es un disco muy bueno. Se llama Otra orilla y el guitarrista y compositor es Diego Serna. Su melodía me tocó el corazón. No es música convencional, ni almibarada. Es música de rastreo interno, no las pavadas que nos venden... Hablando perfecto portuñol, un brasileño avisa que en Internet hay una alerta de segurança tramposa que dice revisar gratis la compu, pero en realidad es un programa espía de la CIA, y da una clase magistral sobre troyanos-gusanos-virus y aconseja tener contraseñas con ocho caracteres como mínimo, usando mayúsculas, minúsculas, símbolos y números, para que a los malditos hackers les sea dificilísimo infiltrarse. Ataviada en rojo y verde, una dama pretende que la Municipalidad obligue a los supermercados a pagar las veredas que rompen los carritos y, además, reglamente el trabajo de los pobrecitos cadetes-repartidores que arrastran pilas tan altas de canastos que se les caen y luego los pobres chicos deben hacerse cargo de la mercadería perdida. Con facha de vocal suplente, un propietario previene sobre el avance irrespetuoso del contubernio de administradores y porteros en contra de la democracia, y son proletarios con moñito porque gracias a los siderales sueldazos que se autootorgan no tienen necesidad de manifestar, ni hacer huelgas, y en el futuro el país tendrá lo que se merece, un portero de presidente.

Sosteniéndose de la mesa, un anciano exige que los dueños de perros, además de recoger la mierda de los pichichos, les pongan bozal y correa corta, porque él no sólo se resbaló en la mierda y quedó enredado en la correa de extensión, y se cayó y se rompió la cadera, sino que, encima, el perro me dio un tarascón, y ahora ando con bastón y tengo clavos en la pierna y en la cadera, y además un injerto de chancho en el culo... Aquí me detengo porque el auditorio enflaquece. Charlo con las organizadoras de esta experiencia. Busquemos un bar, tomemos un café. Me explican que están haciendo un DVD titulado Las esquinas de Buenos Aires hablan. Hablemos entonces. Y hablamos frente al ciego impasible, ante el mudo insustancial, y desabrido y glacial micrófono, presencia asocial involuntaria, en fin, apenas un testigo, qué más...

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