Jueves, 23 de agosto de 2007 | Hoy
Por Juan Gelman
Más de cien expertos norteamericanos en política internacional consideran que, desde la ocupación de Irak, el mundo se ha vuelto más peligroso, la estrategia de seguridad nacional se ha descarrilado y la guerra misma carece de brújula. Así lo manifiesta la mayoría de los analistas más respetados del país en el tercer “Indice del terrorismo”, el informe semestral de una consulta que realizan el Centro para el Progreso Estadounidense y la revista Foreign Policy (www.americanprogress.org, 20-8-07). Los opinantes –demócratas y republicanos por igual– fueron o son jefes militares, ex secretarios de Estado, asistentes de jerarquía de la Casa Blanca, consejeros presidenciales de seguridad nacional, académicos prestigiosos y agentes de alto rango de los servicios de inteligencia. El 80 por ciento ocupó cargos en el gobierno de EE.UU. –más de la mitad en el Poder Ejecutivo–, el 32 por ciento en las fuerzas armadas y el 21 por ciento en la llamada comunidad de inteligencia. Sus juicios en nada coinciden con el optimismo de W. Bush.
Para empezar: el 84 por ciento sostiene que Washington no está ganando la guerra antiterrorista; apenas el 6 por ciento, lo contrario. El 91 por ciento señala que han aumentado los riesgos para los estadounidenses y para EE.UU. en todo el planeta, diez puntos más que en la misma investigación de febrero pasado. Casi unanimidad respecto de la guerra en Irak: el 92 por ciento estima que influye negativamente en la seguridad de los estadounidenses. Este parecer recorre el espectro político entero: lo comparte el 84 por ciento de quienes se definen como conservadores. Para seguir: la Casa Blanca inició en febrero el “aumento” de sus tropas en Irak, 28.000 efectivos más que debían “pacificar” Bagdad y que elevaron su número al nivel más alto por ahora: son 165.000. W. Bush insiste en que esto está dando frutos y que hay que esperar la evaluación del mes que viene para conocer su alcance. El 83 por cierto de los conservadores consultados –22 por ciento más que hace seis meses– opina que el tan mentado “aumento” no tiene impacto alguno en la situación y, si lo tiene, es negativo. Los expertos adjudicaron un puntaje de 2,9 en una escala de 10 a la actuación general de la Casa Blanca en el conflicto. La aplazaron.
Este estudio tiene sus paradojas, hijas del descreimiento. Aunque un alto número de interrogados cree que se ha incrementado el peligro terrorista para EE.UU., el 88 por ciento afirma que la retirada de las tropas no provocará nuevos atentados en territorio estadounidense o que no hay relación alguna entre las dos cuestiones. Seis de cada diez entrevistados dicen ahora que invadir Irak fue un error. Al mismo tiempo, la mayoría se opone a una retirada inmediata: el 68 por ciento la demanda, pero en términos graduales, en un lapso de año y medio, es decir, sólo a principios de 2009 todos los efectivos habrían regresado a casa. No faltan las sorpresas: entre quienes reclaman la retirada inmediata, los conservadores superan ligeramente a los liberales o moderados. Como se advierte, las contradicciones no brillan por su ausencia. Guerra no, pero sí.
O no. El 80 por ciento considera que EE.UU. debe aplicar sanciones o utilizar la vía diplomática para terminar con el presunto programa iraní de obtención de armas nucleares; sólo el 8 por ciento exige una intervención militar. La mayoría se pronuncia por negociar con organizaciones calificadas de terroristas, pero que han logrado un grado de apoyo popular en las urnas, como Hamas en los territorios palestinos ocupados o Hezbolá en el Líbano. En el informe se subraya que las personas consultadas pertenecieron o pertenecen “a los niveles más altos del establishment nacional en materia de política exterior”. ¿Se les aplicará la Ley Patriótica, que dictamina que quienes disienten con la Casa Blanca deben ser tratados como traidores a la patria? Cosas veredes, Sancho.
Se perciben otras curiosidades. La Casa Blanca insiste en que Irán arma y aun entrena a los insurgentes iraquíes, hecho posible pero no probado. Sólo que es el mando norteamericano el que “alquila” a sunnitas, devotos de Saddam Hussein y ahora ex enemigos, para “pacificar” la provincia de Babil, al sur de Bagdad (The Nation, 17-8-07). Les pagan 350 dólares mensuales –verdes, siempre verdes–, pero quién puede garantizar el éxito de la compra. La Government Accountability Office (GAO, por sus siglas en inglés) o Tribunal de Cuentas de EE.UU., elevó al Congreso un informe en el que destaca que “desaparecieron” 190.000 pistolas y rifles de asalto AK-47 entregados a las nuevas fuerzas de seguridad iraquíes desde el 6 de julio de 2004 hasta diciembre de 2005. También se hicieron humo 135.000 chalecos antibalas y 115.000 cascos (www.gao.com, 31-7-07). El total representa el 30 por ciento de las armas y equipos militares que el Pentágono entregó al régimen fantasma de Bagdad para combatir el “terrorismo”. No parece, sin embargo, que se hayan perdido en el caos iraquí: los insurgentes suelen emplear armas de fuego cortas para obligar al vehículo del ocupante a desviarse hacia donde abundan las bombas que instalaron en la carretera. Como ocurría con el ejército rojo chino en lucha contra Chiang Kai-shek, su mejor proveedor de pertrechos militares es EE.UU.
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