Jueves, 23 de agosto de 2007 | Hoy
PSICOLOGíA › SOBRE LOS MECANISMOS DE DESPRENDIMIENTO
Por S. B. *
Una niña de seis años está pasando una temporada en la casa de sus abuelos; la madre salió en viaje de trabajo por unos días. Una noche, la nena entra en el cuarto de los abuelos y pide un cepillito para limpiar una caja de plástico que encontró; quiere que se la ayude a armar una cuna para “Gatita”, muñeca que es su objeto transicional favorito. Arma una cuna muy particular, porque es mitad princesita mitad linyerita, digamos. Como almohaditas, pone unas carilinas, y yo le regalo un pañuelo de seda que le encanta (algunos de ustedes ya se han dado cuenta: se trata de mi nieta). Ella me agradece mucho y dice: “Vos sos muy buena porque me diste algo que te gusta, no me diste algo que no te importa”. Con lo cual hace una diferencia entre la caridad y la solidaridad, al rescatar el amor como don de lo que se aprecia. Trabaja mucho tiempo, pega en la cuna fotos de Gatita; el abuelo la ayuda. Violeta lleva a Gatita al otro cuarto, con su cunita. A la mañana siguiente, me despierto pensando que lo sucedido tiene una relación con la ausencia de la madre (me doy cuenta, como me corresponde, no como analista, sino como abuela): ella vicarió en Gatita su propio sentimiento, mezcla de princesita y linyerita.
Durante el día, me pregunto cómo la estará pasando y me doy cuenta de que se las arregló muy bien con ese episodio, porque no hay repetición compulsiva, sino creación y producción de sentido; transformación sobre lo real, no pura repetición de lo displacentero. Y la noche siguiente hace algo que confirma la hipótesis. Me pide cerrar la puerta de nuestro cuarto y al rato golpea. Yo digo: “Pase”. No contesta nadie. Digo: “Adelante”. No contesta nadie. Entonces el abuelo abre la puerta y encuentra la cunita con Gatita adentro. El dice: “Ay, nos dejaron una gatita. ¡Qué maravilla!”. Entonces ella entra, muerta de risa, y dice: “Hay gente que hasta deja chicos”. Yo le contesto: “Qué suerte tiene Gatita de que tiene una mamá y unos abuelos que la quieren tanto, y qué suerte tenés vos que tenés una mamá que ya vuelve”. Ella me mira divertida y agradecida, y se va.
No es que la niña haya disociado lo doloroso, que deba serle reintegrado: no ha establecido una repetición, sino una transformación. Si, por ejemplo, ella hubiera agredido a Gatita y se hubiera sentido con culpa, estaríamos ante un síntoma, pero, en cambio, manifestó la posibilidad de darle a Gatita lo que ella quiere que le den. Esto que quiere que le den, ella lo tiene, pero, aun teniéndolo, tiene miedo de no tenerlo. Por eso mi respuesta: qué suerte tiene Gatita (claro que, en aquel momento, nada de esto se me había ocurrido).
Hacía un tiempo, a Gatita se le había aplastado un poco una patita y la madre le dijo: “¡Ay, me duele mucho!”. Ella le contestó: “No, a mí me duele más porque vos sos la abuela y yo soy la madre, y siempre me dijiste que no hay nada más importante para los padres que los hijos”.
En términos de defensa normal o patológica, me parece que la niña no está quebrantada por el síntoma, sino dedicada a la producción de sentido: ésta permite construir defensas que van modificando el displacer generado inevitablemente por la vida psíquica. Pensando en estas diferencias retomé un concepto que fue primero de Edward Bibring y después de Daniel Lagache. En Bibring es working-off, trabajo de puesta afuera; en Lagache es “mecanismo de desprendimiento”. Bibring propuso mecanismos del yo que convendría diferenciar de los de defensa. Son, diríamos, defensa no patológica, sino saludable (es mejor decir “saludable” y no “normal”, ya que la normalidad puede ser muy insalubre). Estos mecanismos se diferencian de los de defensa en su relación con la compulsión de repetición. Bibring describe diferentes métodos de desprendimiento, como la separación de la libido, el trabajo del duelo, la familiarización con la situación ansiógena.
En Lagache, los mecanismos de desprendimiento del yo no tienen por meta conducir a la descarga, como sucedería con la abreacción, ni hacer de la tensión algo peligroso, como ocurriría con los mecanismos de defensa: su función es disolver progresivamente la tensión y cambiar las condiciones internas que le dan nacimiento.
La puesta afuera, en Bibring, o el mecanismo de desprendimiento de Lagache, serían formas de la creación; formas de la producción simbólica que, a partir del malestar psíquico, permiten un enriquecimiento. En última instancia, la defensa normal sería la posibilidad de establecer transformaciones, de apropiarse de nuevas representaciones, en movimientos por los cuales el sujeto no queda ya librado a la repetición.
El ejemplo de “Gatita” podría haberse presentado en una situación clínica, una niña en análisis que hace ese juego durante un tiempo: en tal caso, se nos plantearía si es pertinente una interpretación o bien una intervención simbolizante: son dos cosas diferentes. La interpretación daría cuenta de un fantasma inconsciente, que sin duda está ahí. Violeta está preocupada, pero al mismo tiempo se siente protegida y en un espacio que le permite desplegar el fantasma. Esto podría ocurrir perfectamente en una sesión analítica. Por lo demás, la interpretación sólo tiene lugar en la situación analítica; fuera del espacio adecuado, jamás se interpreta; a lo sumo, se ayuda a pensar al otro. Les diría que, aun en el espacio analítico, pocas veces se interpreta. Pero, en efecto, en una situación analítica, si un día le duele la panza porque no está la madre y otro día puede establecer ese juego, es posible interpretar el dolor de panza como una equivalencia de la angustia que no puede formular. En cambio, cuando establezca el juego, uno puede hacer una intervención simbolizante, para permitirle nuevas vías de simbolización.
* Fragmento de la clase dictada el 25 de junio de 2007.
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