CULTURA › EL ESCRITOR EDUARDO BELGRANO RAWSON HABLA DE LA ARGENTINA, Y DE CUBA
“Este país vive al margen de la ley”
A punto de terminar una novela sobre el frustrado intento de invasión a Cuba en 1961, el autor de “Fuegia” y “Noticias secretas de América” repasa la polémica por los fusilamientos ordenados por Fidel Castro y analiza la situación política en la Argentina.
Por Angel Berlanga
Eduardo Belgrano Rawson vive buena parte de su tiempo en El Durazno, a cuarenta kilómetros de la ciudad de San Luis, en plena montaña. Allá, dice, se le hace más complicado escribir porque todo el tiempo se le presentan asuntos demasiado atractivos: andar a caballo, recibir a un vecino que se le aparece en su casa con un lechón, recoger guindas silvestres o instalar un sistema elevador de agua que nutrirá a una laguna que luego utilizará para riego. “En cambio acá, en Buenos Aires –contrasta–, al estar entre cuatro paredes, no queda otra que escribir. Es más fácil.”
Sin embargo fue en El Durazno que escribió la mayor parte de Rosa de Miami, título provisorio de su última novela, a la que le faltan los últimos retoques, según anticipa. Mientras revuelve el cortado que acaban de traerle cuenta que, al igual que en sus libros anteriores, hizo una amplia investigación periodística. Su nueva obra trata sobre el episodio conocido como Playa Girón, o Bahía de los Cochinos: la frustrada invasión a Cuba ocurrida en abril de 1961, a meses de que la revolución encabezada por Fidel Castro derrocara al dictador Fulgencio Batista. Belgrano Rawson revisó bibliografía, visitó los lugares donde se planearon y se desarrollaron los combates y entrevistó a protagonistas. “Escuché todas las voces que pude”, dice.
–¿Esta novela también surgió de una imagen, como Setembrada?
–No sé bien cómo o cuándo nació esta novela. Podría haber sido por unos cubanos que a fines de los ‘60 vendían pollos San Sebastián en Buenos Aires, que me contaron que habían sido paracaidistas en Bahía de los Cochinos. O de pronto después, en mis giras por Centroamérica, cuando todavía trabajaba como periodista: estuve en muchos lugares donde se preparó la invasión. En Nicaragua, en Guatemala, en esas selvas húmedas, donde la CIA había entrenado a los cubanos. O tal vez fue mucho antes, cuando mi padre me contó que Juan José Arévalo, un director de la escuela a la que yo iba, en San Luis, terminó siendo presidente de Guatemala. O tal vez por Mimí Trujillo, una chica de San Luis, que había sido esposa de Ramsés Trujillo, uno de los hijos del dictador de República Dominicana. En realidad mi novela pretende ser algo más que una batalla de 72 horas. Mi aspiración sería que se convirtiera en una sinfonía caribeña, con todo lo que eso implica en una historia que se desarrolló en los años ‘60 y cuyas consecuencias llegan a nuestros días.
–¿Qué opinión tiene respecto de la polémica en torno de Cuba y los tres secuestradores fusilados?
–Los fusilamientos me parecen atroces, algo nefasto. Pero Estados Unidos no es quién para tutelar los derechos humanos de nadie, sobre todo después de la masacre de Irak. Y todo indica que va a seguir con su política de aniquilamiento hacia Cuba, que ya lleva 43 años, con muchos actos de terrorismo auspiciados por el Departamento de Estado.
–Hay un crescendo con el tema...
–Siempre va a ser así con un país que se atreva a enfrentarse con Estados Unidos. Lo más terrible no es que Bush sea la nueva cara de McCarthy, sino que detrás está agazapado el mundo de los negocios para hacer lo que hicieron toda la vida en América latina, un continente al que simulaban tener como socio para el progreso y que hoy para ellos vale menos que Africa.
–Setembrada, Fuegia y Noticias secretas de América dan cuenta de “arrasamientos”. ¿Cómo se alinea con eso su nueva novela?
–No sé, nunca sé en qué van a terminar mis libros. Solamente tengo un material bastante informe en mis manos, que cuando lo leo me parece un desastre. En mis novelas anteriores la guerra siempre estuvo desprovista de cualquier contenido heroico. Por otro lado, si tengo que explicar mislibros, siento que no vale la pena que los escriba. Los libros no vienen con autor incorporado. Y además me significa un esfuerzo titánico: todavía no sé cómo escribo, ni cómo termino un libro. Tampoco sé programar la video.
–Entonces, ¿le molesta que le pregunten?
–No, lo que me molesta es no poder explicarlo, ser tan poco iluminado como para no conocer las teclas de mi proceso creativo.
–¿Por qué los escritores argentinos no llegan a más lectores?
–Creo que llegan bastante considerando la caída libre de este país. Es un milagro que todavía se siga hablando de libros, y que haya una Feria del Libro. A menos que nos traguemos el cuento de que acá hay de cinco a diez por ciento de analfabetos... Cuando medio país no sabe leer. La percepción de mucha gente acerca de lo que pasa, o lo que le dicen por televisión, no es la misma que la de quienes escribimos novelas en cafetines coquetos de la Recoleta. Es un privilegio dedicarse a escribir novelas. Encima te pagan por algo que harías gratis. Por ahí hasta te publican en Alemania o Francia. No tenés jefes. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Podés irte a vivir a un valle perdido y no ver la guerra de Irak.
–¿Hay demasiada televisión y muy poca lectura?
–Sobre eso no se puede hacer demasiado. Más allá de este país, con sus enormes tragedias, me parece que con la lectura hay una relación secreta que no se puede forzar. Por eso me parecen inútiles todas esas campañas para que los chicos lean. En todo caso haría una que diga “Si no querés ser un aparato como tus viejos, que se la pasan mirando ‘Gran hermano’, agarrá un libro”.
–¿Esa sería la “Campaña Belgrano Rawson a favor de la lectura”?
–¿Qué les vas a decir a los chicos? Eso es como decirles “no consumas droga porque te hace daño”. A un tipo que está loco de angustia, que no trabaja ni estudia ni sabe para qué ha venido al mundo, ¿para qué sirve decirle “Sol sin droga”? Es lógico que nos mande a la mierda. Y que a continuación se mande media docena de pepas.
–Usted tiene “consideración” por los lectores: ¿hay, en su lenguaje, una intención de llegar “naturalmente”?
–Sí, trato de establecer ese vínculo secreto con mis posibles lectores. En general no paro hasta que creo haberlo conseguido. De lo contrario, trato de no publicar el libro. Y si lo publico después lo seguiré cepillando, porque me parece que no logré ese tono. Ahí está todo el problema. Algunos amigos me dicen que debería escribir más como hablo. Y aunque no me sale del todo, tal vez por momentos se le parezca. Otras veces, al contrario, me parece que lo que escribo tiene mayor consistencia que lo que digo. Decimos demasiadas boludeces.
–¿Cómo se tomó la renuncia de Menem?
–Me parece totalmente coherente con el pasado de un político tramposo que toda la vida se las arregló para burlar las leyes de juego.
–¿Qué representa este gesto para el próximo gobierno?
–No creo que afecte las posibilidades de Kirchner, siempre y cuando se esmere cada minuto, de cada día, de cada año de su gobierno, en convertirse en la contracara de Menem.
–¿Cómo observó al país en los últimos meses?
–Seguimos siendo un país que vive al margen de la ley, y nada indica que vayamos a abandonar ese camino. ¿Qué hicieron nuestros dirigentes por la justicia desde el 21 de diciembre de 2001? Obligar a eyectarse de la Corte Suprema al único tipo que tal vez merecía quedarse. No hay tampoco señales de que vaya a cesar el robo desaforado, sea bancando ñoquis, dándoles la plata a los bancos o haciendo obra pública a la que te criaste. La gente se confunde: el “roban pero hacen” es, en realidad, “hacen para robar”. Esa obra pública al pedo, sin un proyecto dedesarrollo, que sólo sirve para el negocio de pocos y al año siguiente empieza a hacerse pedazos. El drama de este país es la falta de desarrollo. Dicen que había dos proyectos: yo quisiera creer que es así. La macana es que de un lado estaba Menem y del otro el PJ bonaerense, una de las peores expresiones políticas que hemos tenido en la Argentina, lo cual ya es mucho decir. ¿Esa fuerza va a manejar el otro modelo?
–Para usted, ¿qué quedó expresado en la votación presidencial?
–No estuvo mal. Fue el entierro de Menem. Una decorosa elección de Elisa Carrió, a quien tal vez se votó por principios y con el corazón. Una derrota del sistema feudal provinciano de Rodríguez Saá. Y un enorme interrogante con Kirchner. Por el momento no se me ocurre otra cosa. Yo como futurólogo soy una verdadera desgracia.
–¿Qué pasó con las expectativas que sobrevinieron a la caída de De la Rúa?
–Eso fue a vía muerta. Forma parte de la ciclotimia argentina: pasamos del sartenazo a concurrencia record el día de los comicios. Si seguimos creyendo que democracia sólo significa comicios, estamos listos. Hasta acá, es el único paso importante que hemos dado desde el ‘83: elecciones. Falta todo lo otro. No es poco en un país en el que te mataban como un perro, en la calle, por ser sospechoso de algo. Pero bueno, ya pasaron veinte años. Hubo un fenómeno interesante: se derrumbó el radicalismo. Es un buen indicio. Mientras no se vayan Ruckauf, Moreau, Duhalde, Cafiero, Barrionuevo, Menem, Rodríguez Saá, sólo por nombrar el dos por ciento, ¿qué se puede empezar a construir?
–¿Se ve muy groseramente el feudalismo en San Luis?
–Sí, es una típica provincia pejotista con una organización política del Jurásico. Institucionalmente está en estado de coma. No es posible que un candidato obtenga el 90 por ciento de los votos: eso escapa a la condición humana. Es muy grave, exterioriza una enfermedad complicada.
–¿Qué predicción le falló?
–Pensé que con Alfonsín, en el ‘83, el país entraba a un camino irreversible de apego a la ley, de democracia y de desarrollo económico. Y fue un fiasco.
–¿Qué significado tiene la “naturalización” de declaraciones de funcionarios de Estados Unidos del tipo “hay que matar a tal” o “si no hacen lo que les decimos...”?
–Esa es una vieja situación; lo novedoso es que ahora se ha blanqueado algo que ellos hicieron toda la vida por izquierda. Antes se culpaba a la CIA y hoy se hace cargo el Departamento de Estado. En nombre de los ideales que Estados Unidos pretendía defender, a lo largo de medio siglo no ha hecho más que destruirlos.
–¿La invasión a Irak es el signo de un cambio de civilización a favor de la hegemonía de EE.UU.?
–Creo que es un síntoma muy poderoso de la decadencia del imperio norteamericano, que siempre pretendió sustentarse sobre una ética y una moral determinada. Al abandonar todos sus principios y elegir el camino de la fuerza bruta están dando muestras de una enorme debilidad. ¿Cuánto va a durar este proceso? Ni idea. Da la sensación de que ya no pueden recular, de que van a seguir huyendo hacia delante. Palo y palo. Pero ya deberían cambiar el libreto. Es un país que todos los días, con sus operaciones políticas y militares, burla todas las leyes, incluso las de ellos mismos.
–¿Cómo fue contada la invasión de Estados Unidos a Irak?
–No sé. Estaba en El Durazno cuando atacaron Bagdad. No pude sumarme a la morbosidad imperante. Me dolía ver la televisión. Sabía cómo había empezado y cómo iba a terminar. Me pareció un espectáculo tan indecoroso que no me dio el estómago.
–Usted escribió acerca de la guerra, y de hecho su último libro es sobre una. ¿Se le jugó algo en torno de esto, de “contar” la guerra?
–Esta guerra sólo puede ser contada por el periodismo, en este momento. Con toda la crudeza y toda la impiedad que puede asumir el periodismo, y me parece bien que sea así. Yo no podría llevar esto a un plano literario. No podría físicamente.