CULTURA › “AL CORRER DE LOS AÑOS”, ENSAYOS DE ARTHUR MILLER
Los ecos de un humanista
La flamante publicación arroja luz sobre la amplia producción ensayística del dramaturgo estadounidense, que se afirma como librepensador y enemigo de los dogmas, en todas sus variantes.
Por Silvina Friera
Nunca sacrificó su dignidad, ni siquiera cuando la histeria colectiva conjeturaba que la sociedad estadounidense de los años ‘50 se había convertido en un nido de rojos subversivos, que era necesario extirpar para recuperar la salud y la higiene de la nación. “Quiero que entienda que yo no estoy protegiendo a los comunistas ni al PC. Lo que estoy tratando de preservar –y seguiré haciéndolo– es mi idea, mi opinión de mí mismo. Lo único que puedo decirle, señor, es que mi conciencia no me permite dar el nombre de otras personas y causarles un problema. De modo que le pido que no me pregunte sobre eso”: el dramaturgo Arthur Miller pronunció sin vacilar estas palabras en 1956, cuando fue citado a declarar en Washington ante el Comité Parlamentario sobre Actividades Antinorteamericanas, que emprendió una caza de brujas impulsada por el senador Joe McCarthy. Esta ejemplar actitud –negarse a delatar, cuando muchos vomitaban apellidos– invistió al autor de Muerte de un viajante (1949) de una autoridad moral que le permitió erigirse en una voz autorizada para exhumar –sin limar las asperezas que presentan las verdades inconvenientes– el naufragio del “sueño americano” y de los ideales de libertad y felicidad.
Ganador del premio Príncipe de Asturias de las Letras 2002, el dramaturgo estadounidense vivo más importante del siglo pasado, autor de Todos eran mis hijos (1947), Panorama desde el puente, Recuerdo de los lunes (ambas de 1955), Después de la caída (1964), El precio (1968) y de las novelas En el punto de mira y Una chica cualquiera, acaba de publicar Al correr de los años (Tusquets), que reúne 44 ensayos y reportajes escritos entre 1944 y 2001, prologados por Steven Centola y traducidos por Jordi Fibla. La aparición de este libro arroja un poco de luz sobre la amplia producción ensayística de Miller, una faceta poco conocida, tal vez desplazada arbitrariamente a un segundo plano por la coherencia extraordinaria de sus piezas teatrales. Perspicaz observador de la fragilidad del mundo moderno, el escritor consigue captar dramáticamente -en muchos de estos textos subyace una teatralidad latente, como en el autobiográfico “Una infancia en Brooklyn” –una atmósfera esquizofrénica– que se inicia con la Gran Depresión (con el cierre del Banco de Estados Unidos y “la hilera de trabajadores que tenían los hombros encorvados y traslucían humillación y perplejidad”), que estalla con el nazismo y el macarthismo (haciendo escalas en Vietnam, el caso Watergate, la caída del Muro de Berlín, el escándalo Lewinsky) y concluye con el polémico triunfo electoral del actual presidente George Bush Jr.
El título original de esta compilación, Echoes down the corridor (literalmente “Ecos a lo largo del corredor”), procede de Las brujas de Salem, pieza que Miller escribió en 1952 y estrenó un año después, basada en los procesos de brujería desatados en 1692 en la aldea puritana de Salem, Massachusetts, por los que veinte de sus pobladores fueron ahorcados, acusados de tener tratos con el Demonio. Alegato contra la manipulación de la conciencia por medio del terror, el dramaturgo engarzó las circunstancias pasadas con el presente frenético de persecuciones en el que concibió la obra: en pleno apogeo de la búsqueda de “subversivos”, los episodios de Salem funcionaban como un espejo que reflejaba el horror y radiografiaba los mecanismos aletargados, que nuevamente afloraban como plaga de hongos alucinógenos en el contexto social de la segunda posguerra. Miller (que cumple 88 años el próximo 17 de octubre), perseguido y denunciado como comunista por el macarthismo, confiesa que nunca pudo superar la sensación de irrealidad que le producía la paranoia de una sociedad que, cuanto más se espiaba a sí misma, más se resquebrajaba. “Vivíamos en una forma de arte, una metáfora que ya no tenía historia pero que, por increíble que parezca, de repente se apoderódel país. En cierto sentido, Las brujas de Salem fue un intento de devolver la realidad a la vida, una realidad palpable y estructurada, una obra de arte creada a fin de interpretar una obra anterior que se llamaba realidad pero no lo era”.
Miller se dedica a desnudar las contradicciones de los mitos culturales estadounidenses, como en “¿En que cree América?”, intento del escritor por desmontar las motivaciones de un soldado estadounidense que luchó en la Segunda Guerra Mundial. Además, revisa los desastres políticos estadounidenses, desde los diálogos de Richard Nixon (como un drama del antihéroe) hasta la victoria de Bush, en “Sobre la política y el teatro”, donde analiza a los políticos estadounidenses como actores que apelan al método Stanislavski para “adoptar unas personalidades que no son realmente las suyas”, con la intención de “conectar con el ciudadano de a pie”.
Si la función del escritor es “recordar, ser un rememorador”, según sostiene Miller, los ensayos de Al correr de los años son ecos que proyectan sus ondas sonoras hacia las generaciones futuras. Por eso, las reverberaciones que oye el lector adquieren el carácter de una advertencia, enunciada sin estridencia, apenas con el tono del que medita en voz alta. Su prosa escapa a la suavidad del que intenta producir conformismo. Sin subterfugios, lanza sus punzantes comentarios sobre cuestiones sociales (“Una humilde propuesta para apaciguar la irritación de la ciudadanía”) y estremece las conciencias políticamente correctas con abundante ironía cuando el tema lo requiere, pero también, atento a las modulaciones, cambia el enfoque mordaz por un registro serio, por ejemplo, en “Los hastiados y los violentos”, una reflexión sobre los delitos juveniles. “El arte ha sido siempre la venganza del espíritu humano contra la gente estrecha de miras”, escribe en el último ensayo. “Por muy estúpido o moralmente delictivo que sea un artista, cuando su obra llega al meollo de la verdad, no puede disimular, no puede fingir”.